Sí, es un juego de palabras, pero esconde algo. Lo voy a decir abruptamente: “La modernidad quiso ser ética; la posmodernidad se cansó y prefirió ser estética; a la ultramodernidad le basta cuidar la dietética”. De un tiempo a esta parte me sorprenden los numerosos programas de cocina que se ven en muchas televisiones del mundo, desde el internacional MasterChef hasta programas generalistas que incluyen recetas de cocina. ¿A qué se debe esta eclosión? ¿Hay secretos intereses comerciales detrás? ¿Son el símbolo de una cultura refinada o de una incultura decadente? Habrá opiniones para todos los gustos. A simple vista, es como si la cabeza (es decir, el pensamiento) hubiera ido perdiendo vigencia y el corazón (es decir, los afectos) no contara ya demasiado. ¡Ha llegado la hora del estómago! Ya sé que los buenos cocineros se enojarían si leyeran esta caricatura. Ellos reivindican –con razón– que la cocina no es una actividad que se dedica a llenar estómagos, sino una obra de arte y hasta una historia de amor. La película El festín de Babette lo cuenta con maestría. Los grandes cocineros pueden ser paragonados a los artistas e incluso a los amantes. Jesús mismo hizo de la comida una estrategia de evangelización. Se sentó a la mesa con amigos y con pecadores. Compartió el pan con muchas personas para expresar que ninguno está excluido del banquete del Reino. Comer y dar de comer son acciones que podrían denominarse sacramentales, en el sentido de que expresan y realizan una realidad misteriosa: la comunión de los seres humanos entre sí y también con Dios. Comer juntos significa derrotar la muerte y hacer una apuesta por la vida. Por eso, las personas que se quieren (enamorados, familiares y amigos) disfrutan tanto compartiendo la mesa.
Pero quizás hay también otra lectura no tan optimista de este fenómeno, sobre todo teniendo en cuenta su sobre-exposición televisiva. Quizás –como insinué al principio– es un síntoma de que la ética está en crisis (basta comprobar un día tras otro la escalada de casos de corrupción, mentiras, agresiones, etc.), y de que la estética ha degenerado con frecuencia en esteticismo huero. Si ya no sabemos (o no queremos) ser buenos, si la belleza se ha convertido en extravagancia y a menudo en un artículo de mercado… ¡por lo menos comamos bien! Pon un plato cuadrado sobre la mesa, sitúa en el centro una serie de ingredientes minúsculos y “de-construidos”, añade un chorrito de algo simulando un dibujo de Miró y cobra por ello 50 euros. ¡Ya tenemos la obra de arte culinaria! Si el plato te sabe a poco, disimula. Es de mal gusto comer mucho en tiempos de dictadura dietética. Asegúrate de que no contiene grasas animales, ni sal, ni azúcar, ni nada que pueda poner en peligro tu sacrosanta salud. Hoy estar sano y perder peso se ha convertido en un must, como dicen los ingleses, en un nuevo mandamiento que resulta incluso más rígido que los viejos mandamientos de la ley de Dios. No protestes, porque hemos entrado en la era de la dietética. ¡Esta sí que es una auténtica new age! Los sumos sacerdotes de esta nueva religión son los dietistas, nutricionistas y algunos cocineros. Sigue sus orientaciones. No importa mucho si mientes, robas o eres infiel a tus compromisos (la vieja ética). Menos importa si te emociona un cuadro o simplemente calculas su valor de mercado (la titubeante estética). Lo que cuenta de verdad es que no te pases con las calorías y seas un tipo eco-friendly.
Ya sé que las caricaturas deforman la realidad, pero sin ellas no caeríamos en la cuenta de las tonterías que hacemos. Acabaríamos acostumbrándonos a nuestros propios y ridículos excesos. No estoy en contra del cuidado de la salud, pero ¿de verdad es necesario ser tan tiquismiquis con el objetivo de añadir un cuarto de hora a la expectativa de vida? Y, sobre todo, ¿tan importante es la dietética que está casi reemplazando a la ética? Estos excesos son ya de juzgado de guardia. Uno tiene que estar al día de los avances de la humanidad, pero no está obligado a seguir sus estúpidas dictaduras, al menos mientras nos quede un mínimo de sentido común y no seamos colonizados por el pensamiento único. Me temo que, tras dejar la dietética en el puesto que le corresponde, necesitaremos remontar el camino de la estética (la via pulchritudinis es una de las más certeras en el conocimiento de la realidad) para acabar redescubriendo el verdadero significado de la ética, sin la cual el mundo se convierte en una jaula de grillos peleones.
Pero quizás hay también otra lectura no tan optimista de este fenómeno, sobre todo teniendo en cuenta su sobre-exposición televisiva. Quizás –como insinué al principio– es un síntoma de que la ética está en crisis (basta comprobar un día tras otro la escalada de casos de corrupción, mentiras, agresiones, etc.), y de que la estética ha degenerado con frecuencia en esteticismo huero. Si ya no sabemos (o no queremos) ser buenos, si la belleza se ha convertido en extravagancia y a menudo en un artículo de mercado… ¡por lo menos comamos bien! Pon un plato cuadrado sobre la mesa, sitúa en el centro una serie de ingredientes minúsculos y “de-construidos”, añade un chorrito de algo simulando un dibujo de Miró y cobra por ello 50 euros. ¡Ya tenemos la obra de arte culinaria! Si el plato te sabe a poco, disimula. Es de mal gusto comer mucho en tiempos de dictadura dietética. Asegúrate de que no contiene grasas animales, ni sal, ni azúcar, ni nada que pueda poner en peligro tu sacrosanta salud. Hoy estar sano y perder peso se ha convertido en un must, como dicen los ingleses, en un nuevo mandamiento que resulta incluso más rígido que los viejos mandamientos de la ley de Dios. No protestes, porque hemos entrado en la era de la dietética. ¡Esta sí que es una auténtica new age! Los sumos sacerdotes de esta nueva religión son los dietistas, nutricionistas y algunos cocineros. Sigue sus orientaciones. No importa mucho si mientes, robas o eres infiel a tus compromisos (la vieja ética). Menos importa si te emociona un cuadro o simplemente calculas su valor de mercado (la titubeante estética). Lo que cuenta de verdad es que no te pases con las calorías y seas un tipo eco-friendly.
Ya sé que las caricaturas deforman la realidad, pero sin ellas no caeríamos en la cuenta de las tonterías que hacemos. Acabaríamos acostumbrándonos a nuestros propios y ridículos excesos. No estoy en contra del cuidado de la salud, pero ¿de verdad es necesario ser tan tiquismiquis con el objetivo de añadir un cuarto de hora a la expectativa de vida? Y, sobre todo, ¿tan importante es la dietética que está casi reemplazando a la ética? Estos excesos son ya de juzgado de guardia. Uno tiene que estar al día de los avances de la humanidad, pero no está obligado a seguir sus estúpidas dictaduras, al menos mientras nos quede un mínimo de sentido común y no seamos colonizados por el pensamiento único. Me temo que, tras dejar la dietética en el puesto que le corresponde, necesitaremos remontar el camino de la estética (la via pulchritudinis es una de las más certeras en el conocimiento de la realidad) para acabar redescubriendo el verdadero significado de la ética, sin la cual el mundo se convierte en una jaula de grillos peleones.
Genial¡¡¡¡¡ Por la exposición y por las conclusiones que nos deben marcar el camino hacia una sociedad más acorde a los verdaderos valores. Un abrazo
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