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viernes, 6 de abril de 2018

Los tres Carlos

Ayer por la tarde tuve la oportunidad de participar en Madrid en la sesión inaugural de la 47 Semana para Institutos de Vida Consagrada. Con un auditorio abarrotado de gente, procuré estar atento a las señales emitidas. Me sorprendieron tres figuras de las varias que anduvieron rondando por el escenario. (Dejaré para otro día una reflexión sobre el imponente testimonio de las mujeres consagradas). Los tres son físicamente grandes y un tanto excesivos en sus maneras. Transmiten bonhomía y optimismo. Los tres tienen querencia por el micrófono y por los guiños al público. Los tres son católicos confesos. Los tres representan diversas formas de vida en la Iglesia. Para evitar agravios comparativos, seguiré un orden cronológico. El mayor en edad (está a punto de cumplir 73 años) es el Cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid. El segundo (tiene mi edad, 60 años) es el laico Carlos Herrera, periodista de renombre en la cadena COPE. El tercero, last but not least, es el religioso claretiano Carlos Martínez, director del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid. Así que los tres Carlos constituyen una terna formada por un obispo, un laico y un religioso sacerdote. Cada uno a su estilo nos animó a no tener miedo, a ser testigos valientes del Resucitado, sobre todo entre la gente más joven.

Confieso que disfruté. No sé si es como consecuencia de la fe en el Resucitado o de la práctica reciente del método de Indagación Apreciativa, pero cada vez doy menos importancia a las cosas que no funcionan o no me gustan y valoro más los esfuerzos que las personas hacen por dar lo mejor de sí mismas, todo lo bueno que la vida nos ofrece a través de hombres y mujeres que comparten sus ideas y acciones. Al Cardenal lo encontré un poco cansado. Me pareció que su lenguaje verbal (energético, entusiasta) no se correspondía mucho con el no verbal, pero hizo lo que un pastor tiene que hacer en estos casos: reconocer el valor de la vida consagrada en la Iglesia y regalar una palabra de aliento. Pueden parecer cosas obvias, pero en un pasado no muy lejano no lo fueron. Quizá, por eso, se valoran más. Insistió mucho en que no hay que abandonarse a los lloriqueos provocados por la escasez o el envejecimiento. Seamos fieles y felices. Dios hace su obra como quiere, cuando quiere, donde quiere y como quiere.

El periodista Carlos Herrera no dio una conferencia al uso, sino que se sometió a una entrevista amable conducida con habilidad por Carlos Martínez y Fernando Prado, director de Publicaciones Claretianas. Venía vestido de sevillano en ejercicio, aunque él haya nacido en Almería. No disponía de mucho tiempo porque se acuesta pronto para levantarse a las 3,30 de la madrugada. Mis compañeros no necesitaron mucho esfuerzo para que se arrancase con opiniones, confidencias y recuerdos. Le sobran tablas. Todos nos enteramos de que es amigo del Cardenal Carlos Amigo (otro Carlos), de un monje benedictino de Leire y de que, además de gustarle la cocina, las procesiones de Semana Santa y el Betis, es un enamorado del Camino de Santiago y un sufridor de homilías en las que aprovecha para hacer mentalmente la lista de la compra. Por si nos cabía alguna duda, se confesó pecador (“como todos vosotros”, apostilló) y más benedictino (admirador de Benedicto XVI) que franciscano (admirador del papa Francisco), aunque reconoció las grandes dotes de comunicador de Jorge Mario Bergoglio. El público rio en varias ocasiones, sobre todo cuando dijo: “Lleva un nombre franciscano, viste como un benedictino [en realidad, sería, más bien, un dominico], pero actúa… como un jesuita”. Como excelente comunicador que es, nos invitó no solo a vivir y a hacer, sino también a comunicar con gracia lo que vivimos y hacemos. La gente necesita saber qué es la Iglesia, en qué consiste el Evangelio, antes de que las tecnologías de la información nos encierren en un individualismo suicida. Salgamos a la calle, conversemos, encontrémonos cara a cara.

El tercer Carlos actuó como muy buen maestro de ceremonias. De porte ceremonioso, amigo de los grandes eventos, supo salpimentar la seriedad de un acto académico con intervenciones agudas y ligeramente irónicas. Se permitió varias etimologías griegas para dar empaque a sus intervenciones. Si a los forofos de Carlos Herrera se los conoce como “fósforos”, no hay que olvidar que un fósforo es una realidad que porta (pherein) la luz (phos). Se supone que los religiosos tendríamos que ser unos verdaderos “fósforos” (portadores de luz) en medio de la noche cultural que vivimos. En fin, que frase va, frase viene, pasamos tres horas entretenidas y, lo que es más importante, tomamos conciencia de que la Vida Consagrada no es una isla en el mar de la Iglesia o en el océano de la humanidad. Los tres Carlos visibilizaron muy bien la diversidad de formas de seguir a Jesucristo, los estilos de relacionarnos con la gente y el compromiso común de ser testigos del Resucitado. Hubo “buen rollo” (que es lo que se lleva hoy), pero, entre líneas, hubo mensajes claros. Gracias a los tres Carlos por ponernos en danza y, además, por regalarnos este hermoso mensaje del papa Francisco, que pudimos escuchar al comienzo de la sesión.




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