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lunes, 2 de abril de 2018

Algunas mujeres nos han sobresaltado

Aquí en Italia estamos de fiesta. Es el lunedì dell’Angelo o la pasquetta. No es algo único del país transalpino. En otras partes del mundo, de antigua cultura cristiana, también hoy es un día festivo (o feriado, como suele decirse en Latinoamérica). A pesar de ello, me he pasado toda la mañana en un consejo extraordinario, así que no he tenido tiempo de escribir mi entrada de hoy a la hora habitual. Espero que la celebración de la Pascua haya sido profunda y hermosa. Al final, a Jesús resucitado lo vamos a encontrar “en Galilea” (es decir, en los escenarios de nuestra vida cotidiana). Si algo tiene de maravilloso la fe cristiana es que renuncia a todo maravillosismo. Jesús se hace el encontradizo con nosotros en lo ordinario de la vida, dando profundidad y sentido a cuanto vivimos: desde una comida o un paseo, hasta una buena conversación, un trabajo o un momento de plegaria. La Resurrección de Jesús no altera el panorama de las cosas, pero las atraviesa con un “decreto de obligado cumplimiento”. Pedro lo resumió muy bien en uno de sus discursos: “(Vosotros) lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte” (Hch 2,23-24). Donde nosotros seguimos poniendo violencia, mentira, corrupción y muerte, Dios pone resurrección y vida. No hay mal que pueda derrotar al amor.

De todos modos, hoy quería escribir sobre mi experiencia de la Vigilia Pascual. Por primera vez en mi vida, celebré la Vigilia en una comunidad formada exclusivamente por mujeres: algunas ancianas de una residencia, acompañadas por la comunidad de religiosas que las atienden. Lo que, a primera vista, puede parecer una anomalía eclesial, se reveló como un hecho simbólico. De hecho, tanto en los relatos de la pasión como en los de la resurrección de Jesús, las mujeres cobran un protagonismo inusitado. Mientras los apóstoles huyen despavoridos, algunas mujeres, junto con la madre de Jesús, tuvieron el valor de estar al pie de la cruz. Quizás por eso, algunas mujeres fueron también -antes que los apóstoles- testigos de la resurrección del Maestro, hasta el punto de provocar un revuelo en la asustada comunidad. De hecho, Lucas -en su relato del encuentro del Resucitado con los discípulos de Emaús- pone en labios de éstos una afirmación chocante: “Algunas mujeres nos han sobresaltado” (Lc 24,22). Son ellas quienes dan la voz de alarma, quienes descubren al Resucitado antes que los demás. 

Me pregunto qué vida tendría nuestra Iglesia moderna sin el testimonio de las mujeres. Serían comunidades mortecinas o inexistentes. La prueba se puede observar en esas comunidades domésticas que son las familias. Allí donde hay madres que ya no transmiten a sus hijos el tesoro de la fe, ésta a duras penas se abre camino. A veces tienen que ser las abuelas quienes suplan la tarea de las madres secularizadas. Igual que las antiguas babushkas rusas transmitieron la fe a sus hijos y nietos en tiempos del comunismo, también ahora, en muchos casos, son las abuelas quienes presentan a Jesús a sus nietos en tiempos de secularismo. En uno y otro caso, siempre la valentía de la mujer. ¿Estoy defendiendo la ordenación sacerdotal de las mujeres? No necesariamente. Su tarea es mucho más eficaz que la de los sacerdotes y, de momento, se libran de los vicios del clericalismo. Hay un tipo de sacerdocio existencial que es tan necesario como el sacramental. A través de él, se introduce a las personas en el conocimiento de Jesús y se acompaña el crecimiento de la fe. Cuando éste falla (lo estamos comprobando ahora en muchas familias), la tarea del sacerdocio sacramental no encuentra la tierra preparada. Así que, seguimos necesitando mujeres que nos sobresalten con la buena noticia de que Jesús está vivo para que siga transmitiéndose la fe y la Iglesia no sea un museo sino una comunidad viva. Gracias, mujeres valientes.

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