¡Qué casualidad que este
año coincidan el Miércoles de Ceniza −comienzo de la Cuaresma− y el Día
de los Enamorados! En principio, no parece que la fiesta de los sentimientos y regalos
case bien con una jornada de ayuno y abstinencia. Es como si los caprichos del
calendario hubieran juntado en una sola fecha las dos caras de la vida. Junto
al ramo de rosas rojas aparecen las cenizas en la frente. Y la cena romántica es sustituida por una “frugal colación”, como decía el catecismo que aprendí de
niño. Por cierto, compruebo que, siguiendo la legislación de la Iglesia, a partir
de este año ya no estoy “obligado” a la práctica del ayuno. Quizás ahora
entiendo su sentido mejor que nunca. Sin embargo, la Iglesia me exonera de esta
práctica en razón de la provecta edad. Otra nueva paradoja. ¿Qué quiere decir
todo esto? ¿Estamos listos para vivir la Cuaresma como un itinerario hacia la
Pascua en estos tiempos digitales? ¿No estamos perpetuando celebraciones que
hace tiempo que perdieron su sentido y que más parecen residuos de otras épocas
que verdaderas prácticas iniciáticas para hoy? Es como si un año más tuviéramos
la impresión de vivir (es decir, no vivir) lo que vivimos (es decir, no
vivimos) el
año pasado. Los sacerdotes volverán a exhortarnos a la conversión, a “creer
en el Evangelio”, al mismo tiempo que nos imponen la ceniza. Y nosotros
volveremos a humillar la cabeza, conscientes de que todo seguirá más o menos
igual que siempre. Buena voluntad no nos falta, pero la vida tiene unos ritmos
que poco o nada tienen que ver con los tiempos litúrgicos.
Este año el mensaje
del papa Francisco para la Cuaresma lleva un extraño título: «Al
crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12). Su objetivo
es ayudarnos “a vivir con gozo y con
verdad este tiempo de gracia”. Frente al peligro de que nuestro corazón se
enfríe, el Papa nos invita a practicar la terapia cuaresmal de la Iglesia:
oración, ayuno y limosna. El mensaje es breve. Se puede leer en pocos minutos.
El diagnóstico del que parte puede parecer negativo, pero lo juzgo certero.
Habla de los falsos profetas que hoy nos hielan el corazón con sus sofismas y engaños.
Los describe así: “Son como «encantadores
de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a
las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan
fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la
felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del
dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos.
Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad”. El
engaño consiste en presentar como valioso algo que es insustancial y efímero, en
vender como oro lo que no es más que
polvo. Basta darse un paseo por la avenida de cualquier gran ciudad para ver
hasta qué punto somos invadidos por reclamos de todo tipo que nos prometen el
cielo en la tierra: desde un viaje al Caribe hasta una comida exquisita o una
ropa de marca, pasando por un coche de gran cilindrada o un teléfono móvil de última
generación.
La Cuaresma cristiana procede al revés. No tiene miedo de ir a contracorriente de la
publicidad. Comienza hablándonos del polvo (“Polvo
eres y en polvo te convertirás”) para hacernos ver, a través de un camino de
cuarenta días que nos lleva hasta la Pascua, que Dios no nos ha dejado de su
mano, que nuestra existencia es muy frágil y precaria, pero está llamada a la
plenitud, que somos polvo, sí, pero “polvo enamorado”, como cantaba Quevedo con
belleza y profundidad. No hay en las prácticas cristianas ningún resquicio de
masoquismo, desprecio del cuerpo o negación de la vida. El poeta Luis Blanco
Vega supo transformar la clásica octava real “Yo,
¿para que nací? ¡Para salvarme!”
, una composición más bien dualista, en un canto al Dios amigo de la vida.
Los dos últimos versos fluyen así: “Y
solo me pregunto en qué me encanto / cuando huyo de la vida por ser santo”.
La Cuaresma no nos invita a huir de la vida mediante prácticas obsoletas. Sucede
lo contrario. Nos invita a descubrir vida en todo cuanto existe, a caer en la
cuenta de que el mundo está transido de resurrección, a descubrir fragmentos de
amor en el polvo que somos. No nos ponemos en camino para huir de nada ni de
nadie, sino atraídos por el poderoso magnetismo de la Pascua. Ayunamos para
saber quiénes somos, antes de que los objetos nos deshumanicen en esta sociedad consumista. Damos limosna
para no olvidar que existen los otros necesitados. Oramos para adorar al único
Dios en tiempos en los que en el panteón posmoderno no cabe un diosecillo más.
Es solo cuestión de ajustar las coordenadas. Hay trabajo antes del 1 de abril.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.