La verdad es que
hoy me hubiera gustado dedicar esta entrada al genial Forges,
fallecido ayer en Madrid. Puede parecer exagerado, pero ha sido uno de los
agnósticos que más me ha “evangelizado”. Pertenecía a la generación de
muchachos que fueron católicos “por imperativo legal”. Como la mayoría de
ellos, se distanció de la Iglesia y quizás de la fe, aunque seguía dibujando a
un Dios amable que acogía en su cielo a cuantos marginados cruzaban la frontera
de la muerte. Era lo suficientemente inteligente como para saber que no se
puede suprimir el Misterio de un plumazo, aun cuando tampoco encontrara razones
tumbativas para confesarlo. Su agnosticismo era más una cura de humildad que
una postura cínica. Su sensibilidad por los últimos era extrema. Muchas de sus
viñetas parecían parábolas de Jesús en la España del siglo XX o XXI. La mezcla
de ingenio, denuncia y ternura me ha emocionado muchas veces. He aprendido a
reírme un poco más de mí mismo viéndome en el espejo de algunos de los entrañables
personajes dibujados por él. Y, por supuesto, he incorporado a mi vocabulario
palabras como bocata,
ordenata y otras muchas. Forges
fue un creador de lenguaje. Los de mi generación estamos familiarizados con la estrambótica
forma de hablar de sus personajes. ¿Cómo se puede mantener uno en la brecha del
humor durante más de 50 años sin perder frescura? Solo unos pocos genios lo consiguen.
Forges (1942-2018) era uno de ellos. Creo que también él se encuentra ya platicando –como dicen en México– con
ese Dios simpático que aparecía en sus viñetas.
La Cuaresma sigue
su curso. La Iglesia nos invita a practicar la OLA como tratamiento de choque
contra la mediocridad y la tibieza. La fórmula es conocida: (O)ración, (L)imosna,
(A)yuno. He escrito varias veces sobre la oración
y la limosna,
pero poco sobre el ayuno. Tras años en los que se consideraba una práctica obsoleta,
hoy se habla mucho de los
beneficios físicos y espirituales del ayuno. Hay mucha gente que ayuna
para mantenerse en forma, pero el ayuno cuaresmal no se reduce a una dieta hipocalórica.
Ayunar es una forma nueva de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y
con Dios. El “verdadero” ayuno no se reduce a uno de esos juegos gastronómicos
a los que estamos acostumbrados en los últimos tiempos. El profeta Isaías nos
aclara el ayuno que le gusta a Dios. No hay ambigüedad en sus palabras: “El ayuno que yo quiero es éste: abrir las
prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los
oprimidos, romper todos los cepos; compartir tu pan con el hambriento, hospedar
a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte de tu
hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora, tus heridas sanarán
rápidamente; tu justicia te abrirá camino, detrás irá la gloria del Señor” (Is
58,6-8). Este texto se proclama varias veces en la liturgia cuaresmal, pero no
siempre caemos en la cuenta de su hondura. Hoy quisiera resaltar su fuerza
antidepresiva.
Se repite hasta
la saciedad que la
depresión es la enfermedad de moda de las sociedades opulentas. Pareciera que
solo los ricos se deprimen porque los pobres no tienen tiempo para eso, pero no es verdad. La depresión es interclasista e intergeneracional. Combatirla exige a menudo tratamientos psicológicos y farmacológicos que llevan
su tiempo. Cada caso debe ser abordado en su singularidad, pero hay un rasgo común: la depresión nos
cierra en nosotros mismos hasta hacernos prisioneros en nuestra propia casa,
esclavos de la tristeza y el hastío. De poco sirven las palabras consoladoras de las personas próximas.
Resbalan como agua sobre roca. Las personas que conviven con familiares y
amigos depresivos no saben bien qué hacer, cómo ayudar. Aspiran, por lo menos,
a no empeorar la situación con su torpeza. Se limitan a estar cerca. Isaías nos
ofrece una terapia eficaz, pero no mágica. Cuando una persona deprimida hace el pequeño
esfuerzo de no pedir ayuda sino de brindarla, de salir de sí misma para acercarse
a otras personas que están atravesando problemas, algo empieza a cambiar. Cuando
la persona deprimida siente que, en medio de su debilidad y fragilidad, puede
ser útil a otra a través de pequeños gestos (una palabra, una visita, un favor), comienza a amanecer en su vida. Isaías lo dice con belleza poética:
“Entonces brillará tu luz como la aurora,
tus heridas sanarán rápidamente”. Los pobres, las personas necesitadas en
general, poseen una misteriosa fuerza antidepresiva. Su fragilidad cura la
nuestra, su indigencia nos colma de ternura. Es este uno de los misterios de la
vida que solo se intuye cuando se experimenta. De poco sirven las críticas o
las apologías. Si tú estás mal, si te quejas de la vida, si te parece que todo
es noche en torno a ti y, a pesar de todo, tienes la osadía de compartir lo
poco que tienes con alguien, experimentas que tu noche se vuelve mediodía. Este
es el ayuno al que nos invita al Escritura en este tiempo de Cuaresma.
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