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martes, 23 de enero de 2018

Con la lengua fuera

Las nuevas tecnologías de la comunicación están trastocando los viejos esquemas de derecha-izquierda y de conservadores-progresistas. Incluso está alterando las clases sociales. Teniendo en cuenta el acceso a estas tecnologías, la socióloga Belén Barreiro, antigua directora del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), opina que se están configurando cuatro grupos sociales en España: los analógicos empobrecidos (que suelen votar al PSOE); los analógicos acomodados (que optan por el PP); los digitales empobrecidos (que son más bien de Podemos), y los digitales acomodados (que se identifican con Ciudadanos). Según estas investigaciones, el factor digital, unido al económico, es el verdadero elemento discriminador en el actual mapa social. La opinión de una socióloga no es una palabra definitiva, pero introduce un punto de vista interesante para saber lo que nos está pasando. Quienes no se desenvuelven bien en el mundo digital son los nuevos parias sociales, aunque su nivel adquisitivo siga siendo alto. Esto ya es perceptible, pero lo será mucho más en el futuro. Los cambios tecnológicos van a transformar muchas cosas en la próxima década. Es tal la velocidad con la que se están produciendo que vamos con la lengua fuera, como si alguien nos estuviera empujando a un ritmo que no podemos seguir. De hecho, los trastornos por estrés y ansiedad, ya muy generalizados entre la población de las sociedades occidentales, aumentarán por la presión y las nuevas preocupaciones que conlleva la automatización y el miedo al desempleo tecnológico. Por otra parte, la carrera por la eficiencia y la productividad en las empresas y las dificultades para conciliar las responsabilidades laborales con las familiares están produciendo conductas domésticas y laborales insalubres. Hay una nueva marginación digital-económica que se une a las tradicionales y crea una nueva clase periférica. Este es un terreno abonado para todo tipo de promesas mesiánicas, tanto de sesgo político como religioso.

De hecho, una de las tentaciones recurrentes en épocas de cambio y de crisis como la que estamos viviendo es el populismo, término polisémico donde los haya,  pero que tiene algunos rasgos identificadores como la simplificación dicotómica (o blanco o negro, no hay matices), el igualitarismo social (recelo de la excelencia), el predominio de los planteamientos emocionales sobre los racionales (con la invención de “relatos” que alimentan la pasión), la movilización social (la calle habla, el pueblo tiene la palabra), el hiperliderazgo carismático (o conmigo o contra mí), el oportunismo, etc. No es difícil encontrar algunos de estos rasgos en movimientos nacionalistas y xenófobos actuales. Las modernas tecnologías de la comunicación favorecen mucho las propuestas populistas porque permiten un acceso casi universal a la información y facilitan la difusión instantánea de mensajes y proclamas. Basta ver el uso que de ellas están haciendo todos estos movimientos (desde el famoso blog de Beppe Grillo, el fundador del movimiento italiano 5 Stelle, hasta las conferencias y mítines telemáticos de otros líderes políticos o el recurso continuo a Twitter del presidente Donald Trump).

La “receta” que Belén Barreiro recomienda para evitar los populismos de cualquier signo se compone de tres o cuatro ingredientes conocidos. Todos ellos pasan por una regeneración moral y un crecimiento económico: subir los sueldos de los trabajadores, no evadir sino pagar más impuestos para proporcionar a los ciudadanos mejores pensiones y servicios y, ante todo, evitar la corrupción. Todo lo demás (incluidas las apelaciones sentimentales a la defensa de la propia identidad cultural o las imposiciones legales) pueden sonar bien, pero resultan poco eficaces. Los partidos que acierten a encontrar fórmulas con estos ingredientes lograrán el apoyo de la mayor parte del electorado. ¿Será esto así? El tiempo nos dirá si las predicciones de esta socióloga se basan en un análisis objetivo de lo que está pasando. A mí me parecen interesantes, pero no suficientes. El ser humano necesita mucho más que bienestar económico, aunque este amortigüe otras muchas reivindicaciones. No olvido las palabras de Jesús: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios” (Mt 4,4). Es sabido que las mejoras económicas (sobre todo, la construcción de una gran clase media que reduzca al mínimo los grupos de ricos y pobres) contribuyen a la estabilidad social, pero los seres humanos necesitamos también libertad, espiritualidad, salud, solidaridad, belleza, cultura... ¡Hasta el gran estratega Publio Cornelio Escipión organizaba en Siracusa representaciones teatrales de obras de Plauto para sus soldados antes de emprender la campaña de África! Y el papa Francisco, además de proporcionarles a los mendicantes de Roma servicios higiénicos, duchas y comida, los invita a contemplar la Capilla Sixtina, a ir al circo, o a un concierto de música en la sala Pablo VI del Vaticano. En cualquier caso, son tantos los cambios y las estrategias, que a veces tenemos la impresión de no poder más, de ir con la lengua fuera.

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