Ayer por la tarde
el aeropuerto de Roma-Ciampino estaba en calma. Se ve que a la gente no le
gusta viajar el día de san Esteban. Yo volé de Roma a Lisboa sin grandes
sobresaltos. Tuve tiempo para pensar en quienes están viviendo experiencias
de dolor y sufrimiento. A veces, la enfermedad o la muerte parecen cebarse en estos días
familiares. Es también un tiempo propicio para recordar a quienes ya no están. Hay personas que
lo hacen con serenidad, pero otras no pueden sobreponerse a la tristeza y la
melancolía. Hay personas solas; peor aún, personas de las que nadie se acuerda.
El problema no es la soledad, sino el hecho de no interesar a nadie. Cuando los
problemas económicos se ciernen sobre una familia (desempleo, deudas, sueldos
bajos), estos días parece que las estrecheces se multiplican porque por todas
partes ponen el listón de las expectativas demasiado alto. Yendo de mi casa al
aeropuerto, vi grandes carteles que anunciaban un espectáculo musical
titulado La fiava di Natale (La
fábula de Navidad). La industria del entretenimiento sigue aprovechando el
tirón Disney: ternura, belleza, dulzura y sueños. Quizás es un modo de buscar una huida en el mundo onírico para compensar su escasez en el mundo real.
El planeta sigue su
rumbo, como si nada hubiera sucedido. Es un barco que no se detiene. ¿Quién
puede hacerse cargo de siete mil quinientos millones de historias? ¿A quién le
interesamos de verdad? Me hago estas preguntas en el día en que la Iglesia
celebra la fiesta de san Juan, el apóstol de Jesús, el autor del Evangelio que lleva su nombre. Dentro de unas horas
presidiré la Eucaristía internacional en la capelinha
de Fátima. Será el momento para poner todas las preocupaciones, sueños y preguntas
sobre el altar. Junto al pan y al vino, constituirán la materia eucarística. Solo
el Espíritu de Dios tiene la capacidad para transformar todo en el cuerpo de
Cristo. Esta palabra –transformación–
tiene un profundo sentido natalicio. Todo nacimiento es parábola de la gran
transformación que Dios realiza a partir de la nada. Le pediré al Señor que nos
ayude a transformar todo lo que cada uno vivimos en Eucaristía.
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