Cada vez soy más
sensible a la fugacidad del tiempo. Serán cosas de la edad. Me estremezco ante
el hecho de que “todo pasa”, aunque
el bueno de Antonio Machado
añadiera también que “todo queda” y que
“lo nuestro es pasar, pasar haciendo
caminos, caminos sobre la mar”. Un camino sobre la mar dura menos que un
atardecer en el trópico. Tras la tormenta viene la calma y después del buen
tiempo se prepara una nueva borrasca. Estamos habituados a estos ciclos de la
vida. Terminar un año agudiza este sentimiento, por más que muchos estén
pensando solo en fiestas, trajes, campanadas y uvas. Si todo pasa tan deprisa y como sin
dejar huella, si nos olvidamos tan pronto de los que se han ido, no merece la
pena esforzarse por nada, sino solo dejarse llevar por la corriente de la vida
e ir asumiendo sus riesgos, placeres y dolores. Al final, los buenos y los malos, los listos y los
tontos, los ricos y los pobres, los trabajadores y los perezosos, todos acabamos del mismo modo. ¿Qué
sentido tiene luchar por algo? ¿Por qué ser virtuoso cuando los malvados
parecen florecer? Muchos filósofos, literatos y sabios han explorado a fondo esta
experiencia de caducidad, han buceado en la contingencia radical de la vida
humana. Algunos han acabado en el escepticismo. Para ellos, la vida no es sino
una “condena a muerte en masa”, como creo que decía Sartre o Camus. Otros aconsejan aprovechar el momento y exprimirlo al máximo, como si fuera un limón agridulce: carpe diem. Muchos jóvenes, por el mero impulso biológico, se inclinan por la segunda opción. No creo que estas actitudes, por lúcidas y realistas que parezcan, nos ayuden a
levantarnos cada mañana con una sonrisa en los labios y a vivir la jornada con buen ánimo. ¿Hay algún otro modo de afrontar las cosas? ¿Queda espacio para la
esperanza o, en realidad, todo lo que nos parece positivo en esta vida es solo un
“cuento de hadas” para hacer más tolerable el destierro “in hac lacrimarum valle” (en este valle de lágrimas) como canta la Salve?
Las palabras que
me vienen una y otra vez a la mente son las de santa Teresa de Ávila: “Nada
te turbe, / nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda; / la
paciencia / todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta: / solo Dios
basta”. El poema de la
santa abulense es mucho más largo, pero esta es la estrofa más conocida y
quizás la más sustancial. He reflexionado muchas veces sobre ella. En su
sencillez y brevedad condensa todo lo que de mejor se puede decir sobre este
asunto. Solo una mística como ella podría lograr una síntesis tan perfecta. Nace
con los pies en la tierra y se abre al cielo. Es verdad que todo se pasa (esto
tendrían que meditarlo quienes quieren hacer de esta tierra el paraíso
perdido), pero esta realidad no debería nunca conducirnos a la turbación o al
miedo: “Nada te turbe, nada te espante”.
¿Por qué? ¿Cuál es el fundamento de una actitud serena y confiada ante la vida
y ante el futuro? Para Teresa de Ávila no hay duda: el fundamento es Dios, porque Él “no
se muda”. Mientras todo cambia, nace y muere, sube y baja, Dios
permanece estable. No me gusta mucho decir que “inmutable” porque la
inmutabilidad, aunque se presente como uno de los atributos clásicos de Dios,
parece contraria al amor, que es siempre dinámico, creativo y nuevo. Prefiero hablar de firmeza y estabilidad. Por eso, “quien
a Dios tiene / nada le falta”. Ahora comprendo por qué las personas
contemplativas afrontan la caducidad de la vida con una sonrisa en los labios.
No solo no temen la muerte sino que la anhelan, porque para ellos es la oportunidad
del encuentro definitivo con el Amado. ¡Cómo desearía tener una experiencia como
esta!
No sé cómo
resuena el teresiano “solo Dios basta”
en las mentes y corazones de mis amigos. No sé si tiene algún significado para
las personas más jóvenes que sueñan con otros proyectos muy humanos: terminar
la carrera, encontrar un trabajo interesante y bien remunerado, formar una familia,
viajar, disfrutar de la vida… No me imagino que mañana, en la Puerta del Sol de
Madrid, apareciera debajo del célebre reloj de la Casa de Correos una pancarta
gigantesca con estas tres palabras: “Solo
Dios basta”. Para casi todos sería
una provocación, un ejemplo de mal gusto, ganas talibanes de aguar la fiesta. Y, sin
embargo, sería la verdad más liberadora de todas, la que no produce ninguna resaca
sino que deja el corazón sereno y esperanzado. Personalmente no encuentro otro modo de afrontar el enigma de la existencia.
No sabría cerrar 2017 y abrir 2018 sin recordar que todas nuestras horas están en
Dios, que nuestra vida no es una frágil barca navegando por el océano de la
realidad, a merced de las olas y expuesta a un naufragio definitivo, sino una
chispa de luz alimentada por el fuego de Dios: “En ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz” (Sal
35,10). Todas estas cosas me bullen en la cabeza mientras recorro varias estaciones
en la línea 6 de Metro de Madrid y contemplo la variopinta fauna humana que lo
habita. Es probable que yo sea un tipo raro. Me da la impresión de que la mayoría
está pensando en cómo va a pasar la Nochevieja. O quizás me equivoco y, detrás de
preocupaciones banales, sigue intacta la pregunta por el sentido de todo. ¡Adiós 2017! Es decir, te dejo en manos de Dios, a Él le confío lo vivido a lo largo de todas las horas de este año que está a punto de terminar.
Gracias Gonzalo, por compartir tus experiencias personales... Gracias...
ResponderEliminarDe un tiempo a esta parte estoy afrontando mi vida con esta frase de Santa Teresa...la repito en mi cabeza y me ayuda a mantenerme "derecha"...
ResponderEliminarBss Gonzalo.
Piluca visontina
De acuerdo Gonzalo. En Dios vivimos, nos movemos y existimos
ResponderEliminarPor El, con El y en El ... camimamos. Lastima q no se ingles. Feliz 2018! Cristina.
Los buenos deseos van en la línea bíblica de hacer realidad SOLO DIOS BASTA, porque siempre estaremos arropados por su amor infinito. Eso te lo deseo Gonzalo, agradeciendo tus escritos que nos ayudan a movilizarnos con más agilidad en la vida. Abrazo. Libardo cmf
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