África es un continente
convulso. En muchos lugares hay tensiones y conflictos. La situación en Kenia
tampoco es tranquila. Sin embargo, estamos en un recinto que simboliza la armonía.
Soy consciente del privilegio que supone. Cuando comparo la belleza, serenidad,
orden y limpieza de este lugar con muchos otros sitios que he visitado, me hago
cargo de la diferencia. Se podría decir que estamos en una burbuja, en un oasis,
en un espacio que se parece muy poco a los cinturones urbanos donde se hacinan
millones de personas. Pienso en Lagos, Kinshasa o aquí mismo, en Nairobi. ¿Cómo
se le puede pedir a una persona que sea madura, solidaria, pacífica y optimista
cuando vive rodeada de basura, en un espacio de pocos metros cuadrados, sin
apenas comida y expuesta a las inclemencias del clima? Somos, en buena medida,
lo que el contexto en el que vivimos nos empuja a ser. Por eso es tan
importante contribuir no solo a la educación de las personas sino también a la
humanización de los contextos. El papa Francisco lo ha presentado con mucha
claridad en la encíclica Laudato
si’ sobre “el cuidado de la casa común”.
Acabamos de tener
nuestra oración de la mañana al aire libre, rodeados de vegetación, escuchando
el canto matutino de los pájaros. Ha sido una oración “a la africana”, llena de
símbolos. Sobre unas telas de colores colocadas sobre el tupido césped del jardín,
estaba el cirio pascual encendido y un recipiente lleno de sal. Somos, en
verdad, “luz del mundo” y “sal de la tierra”. Jesús no dice lo que debemos ser,
sino lo que somos. De una olla de barro salía el humo blanquecino del incienso,
mientras uno de nuestros hermanos cameruneses libaba una jarra de agua sobre la
madre Tierra. El canto de los salmos, la procesión danzada con la Biblia y las
plegarias espontáneas han sido otros momentos hermosos de esta oración que
alaba a Dios por las dos grandes palabras que él nos ha regalado: la naturaleza
y la Biblia. Es probable que alguien, desde fuera, se sintiera un poco extraño
ante una oración de este tipo. No es ningún rito sincretista y tampoco una
concesión al folclorismo que a veces acompaña nuestras liturgias. Es llanamente
una oración cristiana africana, hecha “en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu”.
Comparto con los
amigos del Rincón algunos espacios de
esta Subiaco Retreat House, de Karen,
una zona de la gran Nairobi. Son sencillos y hermosos; por eso, ayudan tanto a
la armonía de las personas y de los grupos que por aquí desfilan. Se nota el
toque benedictino. Ayer le pregunté a uno de los jardineros que cuánto tiempo
empleaba para mantener en tan buen estado las masas de arbustos que conforman
palabras. Me dijo que en la estación de las lluvias, las recorta un par de
veces por semana. Son detalles que hablan de los esfuerzos que hay que hacer
para lograr un mantenimiento tan perfecto. Pero ese esfuerzo no es en balde.
Quienes acudimos a lugares como estos nos contagiamos de la armonía que se
respira. El propio lugar se convierte en pedagogo: nos ayuda a vivir la armonía
con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás y con Dios. Creo que para las personas que se deshumanizan
en contextos de pobreza, fealdad y violencia, no hay mejor terapia que vivir en
un contexto tan armónico como éste. ¡Cómo me gustaría que quienes se consumen
en los barrios pobres de las grandes ciudades pudieran experimentar alguna vez el poder terapéutico
de la naturaleza y de la comunidad!
¡Gracias por compartir! Os estamos acompañando.
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