Estoy en la
terminal 2 del aeropuerto de Barcelona. A diferencia del sábado, hoy el cielo
está cubierto. La temperatura se ha vuelto otoñal. Faltan menos de dos horas
para mi vuelo de regreso a Roma después de un fin de semana intenso, hermoso y
agotador. Si no se entiende mal, hasta podría calificarlo de excesivo. Me costaría mucho aguantar
varios fines de semana como éste, pero una beatificación de hermanos
claretianos no sucede todos los días. Las muchas personas que se congregaron
este fin de semana en Barcelona han emprendido también su camino de regreso a
casa. Creo que todos nos vamos –como dijo ayer el arzobispo Juan José Omella– “con el recuerdo de una pasión y la
urgencia de un compromiso”. Mientras sigo digiriendo todo lo vivido, veo un
cartel que me ha llamado la atención porque condensa tres excesos que hacen menos llevadera nuestra vida, que la hacen a
veces insufrible. El exceso de pasado produce depresión; el exceso de presente produce estrés; y el exceso de futuro produce ansiedad. Con la sala de espera muy despejada, el aire
acondicionado muy fuerte y un nivel de ruido aceptable, quisiera explorar estos
tres excesos por si nos ayuda algo a vivir mejor.
Varias veces he
aludido en este Rincón a la depresión
como una enfermedad moderna que nos ronda siempre. La depresión, como su mismo
nombre indica, nos hace caminar por las capas más bajas de la existencia, allí
donde ya no se respira aire puro ni se otea un horizonte luminoso. Sería
temerario por mi parte hacer una lista de las causas endógenas o exógenas que
pueden conducir a una situación de este tipo, pero hay algo que suele ser
común: las personas deprimidas suelen sentirse prisioneras de su pasado. Hay un
exceso de recuerdos, análisis, reparto de responsabilidades, sentimientos de
culpa, etc. Es como si todo lo vivido, en vez de ser una escalera que nos
permite alzarnos para ver mejor el horizonte, fuera una pesada losa que cubre
nuestra tumba. Es verdad que necesitamos conocer la historia para no repetir
los mismos errores y aprovechar todas sus potencialidades. Es verdad que los
recuerdos, cuando se conservan desde una clave agradecida, constituyen un
enorme tesoro que fecunda el presente. Pero no debemos olvidar que el pasado,
aunque no desaparece del todo, pasado está. Es inútil dar le muchas vueltas. Puede ser
reinterpretado y reasumido, pero no cambiado. ¿De qué sirve entonces el exceso
de recuerdos si no nos aprovecha para vivir mejor sino para quedar atrapados en él?
Es casi un tópico
decir que muchas personas viven hoy estresadas,
no tanto por la cantidad de actividades que desarrollan sino por el agobio con
el que viven lo mucho o poco que hacen, por la sensación de que les falta
tiempo para vivir. El exceso de presente significa que nos concentramos de tal
manera en lo que llevamos entre manos que nos olvidamos de dónde venimos y
adónde vamos. Las personas estresadas lo son, en buena medida, porque han
cortado sus raíces. Ya no hay savia que regenere sus ramas y que sea portadora
de frutos. Se convierten en hombres y mujeres que hacen cosas, pero no transforman
nada. A la falta de raíces que los conectan con el pasado, se suma la falta de
visión de futuro. La persona estresada vive de manera muy desequilibrada el “eterno
ahora” recomendado por los místicos. Es bueno concentrarse en el presente, no
abandonarse a la nostalgia o al anhelo, pero sin dejarse llevar por ese presentismo que acaba convirtiendo cada
experiencia en un eslabón sin cadena, en algo perfectamente inútil para vivir
con lucidez y coraje.
En la tipología
de los seres humanos, son muchos también los que pierden el tiempo soñando,
imaginando lo que va a suceder mañana, dentro de un año, la próxima década.
Estos sueños, que en algunos casos son fuente de inspiración, en la mayoría son
huidas del presente, escapes de la batalla diría. Uno dedica tanta energía a lo
que podría ser, que no disfruta con lo que es. El futuro actúa como la
zanahoria al final del palo. El resultado suele ser una ansiedad permanente, la sensación de que nunca se alcanza la meta a
la que uno aspira. Esta ansiedad no tiene que ver nada con el anhelo de
infinito que todos llevamos dentro. El anhelo nos da paz y energía. La ansiedad
nos turba y nos debilita. Sobre este trasfondo de excesos, es posible
comprender mejor la fuerza liberadora de las palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).
Contra la depresión por un exceso de pasado, memoria agradecida. Contra el estrés por un exceso de presente, atención plena. Contra la ansiedad por un exceso de futuro, esperanza serena. Los excesos se corrigen con la energía humilde de las virtudes.
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