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lunes, 23 de octubre de 2017

Los tres excesos

Estoy en la terminal 2 del aeropuerto de Barcelona. A diferencia del sábado, hoy el cielo está cubierto. La temperatura se ha vuelto otoñal. Faltan menos de dos horas para mi vuelo de regreso a Roma después de un fin de semana intenso, hermoso y agotador. Si no se entiende mal, hasta podría calificarlo de excesivo. Me costaría mucho aguantar varios fines de semana como éste, pero una beatificación de hermanos claretianos no sucede todos los días. Las muchas personas que se congregaron este fin de semana en Barcelona han emprendido también su camino de regreso a casa. Creo que todos nos vamos –como dijo ayer el arzobispo Juan José Omella– “con el recuerdo de una pasión y la urgencia de un compromiso”. Mientras sigo digiriendo todo lo vivido, veo un cartel que me ha llamado la atención porque condensa tres excesos que hacen menos llevadera nuestra vida, que la hacen a veces insufrible. El exceso de pasado produce depresión; el exceso de presente produce estrés; y el exceso de futuro produce ansiedad. Con la sala de espera muy despejada, el aire acondicionado muy fuerte y un nivel de ruido aceptable, quisiera explorar estos tres excesos por si nos ayuda algo a vivir mejor.

Varias veces he aludido en este Rincón a la depresión como una enfermedad moderna que nos ronda siempre. La depresión, como su mismo nombre indica, nos hace caminar por las capas más bajas de la existencia, allí donde ya no se respira aire puro ni se otea un horizonte luminoso. Sería temerario por mi parte hacer una lista de las causas endógenas o exógenas que pueden conducir a una situación de este tipo, pero hay algo que suele ser común: las personas deprimidas suelen sentirse prisioneras de su pasado. Hay un exceso de recuerdos, análisis, reparto de responsabilidades, sentimientos de culpa, etc. Es como si todo lo vivido, en vez de ser una escalera que nos permite alzarnos para ver mejor el horizonte, fuera una pesada losa que cubre nuestra tumba. Es verdad que necesitamos conocer la historia para no repetir los mismos errores y aprovechar todas sus potencialidades. Es verdad que los recuerdos, cuando se conservan desde una clave agradecida, constituyen un enorme tesoro que fecunda el presente. Pero no debemos olvidar que el pasado, aunque no desaparece del todo, pasado está. Es inútil dar le muchas vueltas. Puede ser reinterpretado y reasumido, pero no cambiado. ¿De qué sirve entonces el exceso de recuerdos si no nos aprovecha para vivir mejor sino para quedar atrapados en él?

Es casi un tópico decir que muchas personas viven hoy estresadas, no tanto por la cantidad de actividades que desarrollan sino por el agobio con el que viven lo mucho o poco que hacen, por la sensación de que les falta tiempo para vivir. El exceso de presente significa que nos concentramos de tal manera en lo que llevamos entre manos que nos olvidamos de dónde venimos y adónde vamos. Las personas estresadas lo son, en buena medida, porque han cortado sus raíces. Ya no hay savia que regenere sus ramas y que sea portadora de frutos. Se convierten en hombres y mujeres que hacen cosas, pero no transforman nada. A la falta de raíces que los conectan con el pasado, se suma la falta de visión de futuro. La persona estresada vive de manera muy desequilibrada el “eterno ahora” recomendado por los místicos. Es bueno concentrarse en el presente, no abandonarse a la nostalgia o al anhelo, pero sin dejarse llevar por ese presentismo que acaba convirtiendo cada experiencia en un eslabón sin cadena, en algo perfectamente inútil para vivir con lucidez y coraje.

En la tipología de los seres humanos, son muchos también los que pierden el tiempo soñando, imaginando lo que va a suceder mañana, dentro de un año, la próxima década. Estos sueños, que en algunos casos son fuente de inspiración, en la mayoría son huidas del presente, escapes de la batalla diría. Uno dedica tanta energía a lo que podría ser, que no disfruta con lo que es. El futuro actúa como la zanahoria al final del palo. El resultado suele ser una ansiedad permanente, la sensación de que nunca se alcanza la meta a la que uno aspira. Esta ansiedad no tiene que ver nada con el anhelo de infinito que todos llevamos dentro. El anhelo nos da paz y energía. La ansiedad nos turba y nos debilita. Sobre este trasfondo de excesos, es posible comprender mejor la fuerza liberadora de las palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).

Contra  la depresión por un exceso de pasado, memoria agradecida. Contra el estrés por un exceso de presente, atención plena. Contra la ansiedad por un exceso de futuro, esperanza serena. Los excesos se corrigen con la energía humilde de las virtudes.

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