Debería recordar que ayer
se cumplieron 25 años de la beatificación de los mártires claretianos de Barbastro.
También podría hablar de la experiencia de tener reuniones de consejo mañana y
tarde durante dos semanas. O incluso, una vez más, de la “cuestión catalana”.
De hecho, antes de teclear estas notas he escuchado el discurso
del president Puigdemont en la
sede de la Generalitat y el de la vicepresidenta
Sáenz de Santamaría en el Senado. Debería hablar de todos estos temas, pero voy a hablar de Internet. Como era de esperar (¿o de temer?), los
internautas enseguida han respondido con numerosos comentarios a ambas intervenciones.
Internet brinda la posibilidad de practicar una suerte de democracia on line, en la que cualquiera que disponga
de un dispositivo adecuado puede verter sus opiniones. En realidad, creo que
más de la mitad de los comentarios son solo insultos, exabruptos y, en el mejor
de los casos, reacciones irónicas; en el peor, ofensivas y chabacanas. Es el
lado oscuro de Internet. No deberíamos extrañarnos de esto porque traslada a la red el
lado oscuro de la vida humana, aunque quizás con más acritud porque los usuarios se escudan a
menudo en el anonimato.
La imagen que acompaña la
entrada de hoy ilustra gráficamente este proceder. Da igual la información que se cuelgue en internet. La lluvia de comentarios va desde los elogios más
encumbrados hasta las ofensas más bochornosas, pasando por toda la gama de
juicios y observaciones. Hace falta mucha serenidad para someterse a este
tribunal digital. Por suerte, los lectores del Rincón de Gundisalvus mostráis una corrección y amabilidad que no
son comunes en la mayoría de los foros de Internet. Muchas veces me he
preguntado por el significado de este estercolero digital. ¿Por qué los seres
humanos necesitamos insultar, descalificar,
ridiculizar, excluir, calumniar? ¿Qué buscamos mediante conductas de este tipo?
¿Acaso la destrucción del otro nos hace más fuertes? ¿Encontramos alguna
ventaja en reírnos de los grandes? ¿Utilizamos estos comentarios como válvula de
escape de la frustración que llevamos dentro? No es fácil emitir juicios
generales, porque los matices son tantos como personas. Quizás, una vez más, se
trata de un problema de educación. ¿Se nos prepara para expresar nuestra
opinión con fundamento objetivo y con respeto hacia los demás? ¿Estamos
acostumbrados a distinguir el plano de las ideas del plano de las relaciones?
El mundo digital exige
que nos adiestremos en actitudes y conductas que hagan de la red un espacio de
encuentro, incluso de confrontación, pero no de exclusión.
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