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martes, 10 de octubre de 2017

¡Ay, el relato!

No sé lo que pasará esta tarde en el parlamento de Cataluña. Es probable que, como piden las asociaciones independentistas, se proclame la anunciada DUI, pero también puede producirse una de esas piruetas jurídico-populistas o de esos ardides a los que nos tienen acostumbrados los políticos del gobierno catalán. En cualquier caso, hoy es un día decisivo. Mientras tanto, el relato continúa. ¡Cómo se ha puesto de moda esta palabra en los últimos meses! Hace años, cuando uno perdía los papeles, se decía que había perdido el oremus. Ahora, en una sociedad secularizada, lo que se pierde es el relato. Es curiosa la correlación que a menudo se da entre sociedades muy secularizadas e independentistas, como si el sueño de la independencia fuera la nueva religión que sustituyera a la antigua. ¡Por lo menos la independencia brinda la posibilidad de creer en algo tangible (un estado) cuando se han desmoronado otras creencias obsoletas! Ambas, la antigua religión y la nueva,  tienen sus dogmas, líderes, procesiones, liturgias... y relatos.


El relato construido por los independentistas en los últimos años ha estado muy bien codificado y contado. Se ponderan las virtudes propias, se desdibuja la historia, se identifica un enemigo opresor (España), se tabulan las humillaciones y agravios históricos sufridos durante el destierro multisecular, se calienta el sueño de una tierra prometida que mana leche y miel (es decir, prosperidad económica, excelencia científica, justicia social, acogida de inmigrantes, etc.) y se vota (o se designa) a algunos Moisés (léase, Artur Mas, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras...) que puedan conducir al pueblo de la esclavitud a la libertad, en una especie de paseo low cost en el que la gente se abraza, comparte bocadillos, enarbola banderas y globos y demuestra lo simpática y civilizada que es frente al  carácter hosco y rancio del opresor. Solo falta añadir los elementos simbólicos que todo pueblo necesita para autoafirmarse: himno, bandera, fiestas, manifestaciones, etc. ¿Quién no quiere formar parte de un momento histórico?


Hay que reconocer que esta nueva religión ha logrado calar en buena parte de los catalanes con la ayuda inestimable del sistema educativo, de algunos medios de comunicación públicos y privados, de una tupida red de asociaciones y organizaciones, de una publicidad creativa y, last but not least, de la indolente política del gobierno central, que a menudo no ha sabido reconocer un hecho evidente, ofrecerle cauces democráticos e involucrarlo en el proyecto de una España moderna. Los fieles se cuentan por millones. Y, como sucede con los conversos, demuestran una gran pasión y una buena capacidad organizativa y propagandística. Es claro que los no independentistas (también llamados unionistas o constitucionalistas) no han sabido construir otro relato más real e igualmente atractivo, quizás porque no lo han considerado necesario u oportuno, o porque no resulta fácil seducir (¿convencer?) con un relato alternativo de la España moderna, democrática y plural, integrada en Europa, a quienes ya hace tiempo que se han desconectado sentimentalmente. Lo decía con claridad Josep Borrell, expresidente del Parlamento europeo, en una entrevista publicada por El País: “El independentismo ha ganado la batalla de la comunicación a base de difundir hechos que no eran ciertos y que han servido para crear un sentimiento de agravio”. Esto es, pues, lo que entendemos por relato: una narración simbólica que sirve para justificar un proyecto, aunque esto implique manipular la realidad. El fin justifica los medios. En tiempos modernos, se hablaba de ideología. En tiempos posmodernos, en los que la razón ha reculado, hablamos de relato. Suena más cool y exige menos esfuerzo intelectual.

Relato, en definitiva, es lo que tú cuentas a los medios de comunicación para presentar un acontecimiento, un sueño, una idea. El hecho es casi lo de menos. Lo que importa es cómo lo cuentas. Hace años, la revista satírica Hermano Lobo acuñó una frase que ilustra bien esta estrategia de imagen: “Hazte una foto y, si sales, es que existes”. Lo que importa es aparecer en los medios desde el ángulo que mejor sirva a mis intereses. Una dulce viejecita con sangre en el rostro va a copar más portadas de periódicos que cualquier explicación racional de lo que ha pasado en un referendum ilegal. Así funcionamos… por desgracia. No hay duda de que si yo uso términos como libertad, democracia, participación, etc. tengo más posibilidades de ganarme a la gente que si utilizo vocablos como ley, orden, constitución, etc. Son las llamadas palabras talismán, aquellas que prestigian cuanto tocan, independientemente de su significado. No es lo mismo decir “aborto” que “interrupción voluntaria del embarazo”. Esto lo estudió muy bien el profesor  Alfonso López Quintás en su libro Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre. Vivimos en sociedades donde la manipulación es el pan nuestro de cada día. Lo que antes se llamaba mentira, ahora se denomina eufemísticamente posverdad

Si yo no conociera nada de la historia de Cataluña y España y viera el vídeo de 49 segundos con el que la famosa ANC (Assemblea Nacional Catalana) presenta el futuro de la nueva república, creería que, con la independencia saldríamos -¡por fin!- de un estado de desprecios, miedos, injusticias, incertidumbres, amenazas y nos introduciríamos en la tierra prometida de la libertad,  el futuro, el país nuevo… y la república. El esquema (adiós-hola) es tan ingenuo que no sabe uno si reír o llorar. Cuesta creer que, en pleno siglo XXI, curados de tantos viejos relatos interesados, pueda haber personas que todavía crean (utilizo deliberadamente este verbo religioso) en estas cosas, pero los hechos son tozudos. Franco construyó el relato de la España imperial y, con él, fue capaz de justificar una dictadura de casi 40 años sobre una nación que se presentaba como “una, grande y libre”. El independentismo catalán ha construido un relato con otros mimbres y -digámoslo con claridad- ha conseguido seducir a muchos, por más que los hechos no se correspondan siempre con la realidad. Entre el story-telling (contar historias) y el fact-checking (comprobar hechos), ha dominado el primero. Detrás, hay buenos expertos en publicidad, mercadotecnia e ingeniería social. Se podría decir que han aplicado a rajatabla el principio del mal periodista: “No permitas que la realidad te estropee una bonita historia”. Las grandes empresas están huyendo del país, pero el relato sigue inconmovible: con la independencia seremos más ricos, más guapos y más inteligentes. En definitiva, seremos más que los otros. This is the question!

También la Biblia está llena de relatos. Muchos de ellos están construidos sobre una mínima base histórica. Su verdadero propósito no es tanto narrar la historia cuanto ofrecer claves de vida, exhortar, instruir, animar, denunciar, etc. Toda la historia de Jesús es, en el fondo, un gran relato, especialmente lo que se refiere a su pasión, muerte y resurrección. Pero, mientras el relato de Jesús está fuertemente anclado en la historia, es redentor e inclusivo, muchos de los relatos que nosotros nos montamos apuntan en dirección contraria: parten de suposiciones, pretenden acotar un espacio, manipular una historia, esconder desaguisados, interponer barreras… Aunque los relatos son importantes para mantener el sueño de las personas y los pueblos, el gran paso de la modernidad fue introducir criterios racionales que, hasta donde fuera posible, estuvieran libres de las tentaciones románticas y de los populismos desbocados. Cuando parecía que caminábamos en la dirección correcta, siempre perfectible, he aquí que los relatos -como las antiguas sagas o epopeyas- cobran una actualidad inusitada. Los poderosos medios de comunicación actuales (sobre todo, las redes sociales) permiten una ensoñación poderosa y sugestiva que atrapa a muchos. Las personas y grupos que “pierdan el relato” y fíen todo a los fríos cánones legales o a las ajustadas cifras económicas están condenados al ostracismo. Por favor, ¡denme cuanto antes un relato! No puedo vivir ni un día más sin mi relato, pero, por favor, que sea un relato de aceptación mutua, de integración y de fraternidad. Los otros no me interesan. 

1 comentario:

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