Acabo de leer el
artículo que Luis Sánchez-Merlo publica esta mañana en La Vanguardia de Barcelona. Se titula La
aporía. Creo que sintetiza bien, con una pizca de ironía, lo que está
pasando estos días en Cataluña. Cuando se enfrentan
dos visiones antagónicas de un mismo problema (“referéndum o referéndum” – “cumplimiento
de la ley o cumplimiento de la ley”), solo hay dos vías de salida: la violencia
o el pacto. La historia nos muestra que a menudo los seres humanos hemos
escogido la primera. El siglo XX está lleno de ejemplos. Solo después de quedar
exhaustos de la guerra, los combatientes se sientan en torno a una mesa. Las
Naciones Unidas surgieron al acabar la Segunda Guerra Mundial, aunque ya, tras la
Primera, se había creado la Sociedad de Naciones. Las personas más
sensatas, que quieren ahorrar sufrimientos inútiles a su pueblo, buscan el
pacto antes de que sea tarde. Y, naturalmente, en todo pacto hay que renunciar a algo que se considera
muy valioso en aras de un bien superior: la concordia y la paz, basada en la justicia. ¿En qué dirección
caminamos ahora? ¿Qué se impondrá: la violencia en su versión soft, o un pacto a la altura de los
desafíos? El tiempo lo dirá, pero me parece claro que solo el camino del pacto es
realmente humano y tiene visos de futuro. Toda violencia es la admisión de un
fracaso. No podemos permitirnos recurrir a ella en pleno siglo XXI. O llegar a componendas que se disolverán a los pocos meses.
Para pactar se
requieren actitudes, destrezas y estrategias. No cualquiera puede sentarse a
una mesa. No es lo mismo pactar
que negociar. Yo prefiero el primer verbo. El segundo se
refiere a una visión un poco comercialista de la vida humana: do ut des (doy para me des). Pone en primer plano los intereses de cada parte. Es muy típico
de las culturas anglosajonas, que hablan de ello sin descaro. El primero
acentúa, más bien, los valores
comunes y ciertos objetivos que
ayuden a las dos partes a ser ellas mismas, encontrarse y crecer. No sé si
nuestros políticos actuales están por la labor o prefieren que la bola de nieve
engorde, se precipite ladera abajo y estalle.
Quisiera creer que son lo suficientemente inteligentes y honrados como para
darse cuenta de que solo un pacto leal puede poner fin a una situación tan
incómoda. Pero, claro, pactar significa, entre otras cosas, ser humilde,
renunciar a la soberbia del propio planteamiento. Aquí hemos tocado hueso. Si
hay alguna virtud que hoy no tiene prensa es precisamente la humildad. Lo que
cuenta es ser alguien reconocido, poderoso, intransigente. Nadie quiere “bajarse
del burro” y ser tildado por los suyos de débil, cobarde, tornadizo y, menos aún,
de traidor. Nadie quiere perder votos y renunciar a los vítores de sus tropas.
No quisiera
espiritualizar un debate que es de naturaleza política, pero si algo nos ha
enseñado Jesús es que solo muriendo a uno mismo se puede encontrar la vida.
Pura paradoja que incluso hoy sigue desconcertándonos. La afirmación excesiva
de uno mismo, de lo mío, acaba produciendo la muerte del propio yo. Esto se
puede aplicar también a la dinámica de los grupos y los pueblos. El esfuerzo
por abrirme al otro, por salir a su encuentro, es el camino para una realidad
nueva y más rica. ¿Renunciará el gobierno de Rajoy a presentarse como el escudero
de la ley y ofrecerá fórmulas que permitan explorar nuevos caminos sin saltarse
la ley, por supuesto, pero sí ajustándola a las necesidades del presente? ¿Renunciará el
gobierno de Puigdemont a presentar el referéndum como la única vía de salida o
aceptará pactar varias posibles? Solo el más humilde ganará la batalla del largo
plazo, aunque pueda “perder” la más próxima. Toda soberbia cava un pozo que se
convierte en la propia tumba. Si en otro tiempo teníamos que pedir políticos
competentes y honrados, creo que hoy tendríamos que añadir una virtud más,
imprescindible para tiempos de conflictos enconados: necesitamos políticos humildes. Pero, claro,
solo los fuertes pueden ser humildes. Ya lo decía el viejo Catecismo: Contra soberbia, humildad.
Con humildad doy mi opinión. Me parece que en el análisis de la salida al asunto de Cataluña (y en la retina de todos, los temas de País Vasco, Galicia y hasta Andalucía sin contar las islas) hay un poco de equidistancia. No es lo mismo quien quiere saltarse la ley que quien la defiende. Quien busca y lucha por una salida que va más allá de la ley debe buscar con ahinco el pacto pero nunca buscando el atajo de saltarse la ley para forzar ese pacto que, en ese caso, nacerá medio muerto porque no será consecuencia del esfuerzo por hacer brillar la humildad sino de la violencia para obligar a ese pacto. En los casos superadores de las Guerras Mundiales fueron los vencedores (de quienes iniciaron la violencia) quienes buscaron salidas negociadas para que el futuro no se pudieran dar esas situaciones. Habrá que esperar al final de este "incidente" para conocer si prima la humildad (Dios lo quiera) en quienes resulten "vencedores".
ResponderEliminarAsi es padre. En estos países latinoamericanos les falta humildad y grandeza a sus dirigentes; llevando a polarizacion a sus naciones, no budcan el bien común sino intereses particulares de partidos y colaboradores en sus elecciones, llevando a crisis económicas que sw revelan en la pobreza de sus sociedades.
ResponderEliminarOjala que en Guatemala, mi país de adopción, los 3 poderes del estado manifestaran esto; y en Colombia se reconsiderara lo pactado con las Farc para no cometer el.mismo error de imounidad de crímenes atroces de leza humanidad, con el ELn, como lo resalto el Papa en su visita mychas veces al estado y presidencia de Colombia, la reparación a las víctimas no se puede dejar de lado, por una paz que no es engendrada por verdadera justicia.
Gracias por permitir expresarme.