Tenía ganas de
disponer de un tiempo tranquilo tras diez días sin pausa. Me viene a la memoria
uno de esos dichos africanos que a los naturales de este continente les gusta recordar cuando un europeo
se pone un poco nervioso ante su falta de puntualidad: “Vous avez la montre, nous avons le temps” (Vosotros tenéis el
reloj, nosotros tenemos el tiempo). Bueno, pues ahora tengo las dos cosas: mi
reloj con la hora de Centroeuropa y un tiempo disponible sin más preocupación
que teclear estas líneas. Estoy sentado en la sala de espera del aeropuerto
internacional de Libreville. Faltan dos horas para la salida de mi vuelo a
París. Hasta que no llegue al enjambre de Charles de Gaulle no podré colgar
este post. Lo escribo el domingo por
la noche, pero no aparecerá hasta el lunes 17. Se me agolpan tantos temas que
no sé cuál escoger. Dejaré que el teclado del ordenador siga su inspiración. El
aire acondicionado del local ayuda a escribir sin el peso del calor exterior,
aunque mucho me temo que cuando llegue a Roma me voy a encontrar con
temperaturas que superan con mucho los 25 grados de Libreville. Parece que me
he librado de una de esas olas que irrumpen con fuerza cada verano.
Esta mañana he
presidido una eucaristía de dos horas y media en la parroquia de Notre Dame des
Victoires. No ha faltado de nada: una coral espléndida, un ejército de
monaguillos perfectamente organizados, el equipo de fútbol parroquial con la
copa recién ganada, casi todos los claretianos que trabajan en Gabón y mucha
gente que –como subrayé el domingo pasado a propósito de la celebración en
Okondja– ha disfrutado con la misa. Hemos hecho un recuerdo especial del 168 cumpleaños de la congregación claretiana. No deja de resultar llamativo que lo
que comenzó con seis personas jóvenes en un rincón de Cataluña haya llegado
hasta aquí y otros 65 países en todo el mundo. La comida, preparada por los
laicos de la parroquia, y la larga sobremesa amenizada con música y bailes, ha
sido un colofón extraordinario. Los africanos son maestros en el arte de la fiesta
compartida. A pesar del cansancio acumulado, he aprovechado para saludar a unos
y otros y agradecerles su espléndida colaboración.
Y ahí, en medio
de la música ruidosa, es donde se ha encendido una pequeña luz roja. ¿Cómo es
posible que los mismos que comen, cantan y bailan vivan, en otros ambientes,
experiencias de incomunicación, celos, tensiones, zancadillas…? Hay un gran décalage entre la vida pública y la
privada. A veces pareciera que se trata de personas distintas. En público, los
africanos son hospitalarios, comunicativos, generosos, grandilocuentes, amantes de los discursos melodramáticos, contadores de historias divertidas e instructivas.
Pero luego, en la vida cotidiana, se dejan dominar demasiado por los intereses
tribales o étnicos, la búsqueda obsesiva del dinero y el poder, la mentira
como herramienta amoral y la pasión por la maledicencia y hasta la calumnia. He
tenido ocasión de comprobarlo una vez más. He acumulado más problemas de los
que uno puede digerir sin perder la confianza en la humanidad. Me cuesta mucho
aceptar que la gente, en vez de expresar con franqueza su punto de vista, me
diga obsequiosamente Oui, père,
halague mis oídos, y luego haga lo contrario. A pesar de mis muchos viajes a
África, no logro entender el flujo oscuro que determina muchas actitudes y
conductas. Se me escapan los matices y las estrategias; por eso, a veces pierdo
la paciencia, a pesar de que un amigo congoleño cada vez que vengo por aquí me recuerda
siempre el mismo dicho: “Las grandes
virtudes africanas son tres: la primera, la paciencia; la segunda, la paciencia; la tercera, la paciencia”. Sobran comentarios.
La distancia que
me otorga este no-lugar que es la sala de espera de un aeropuerto me permite
reposar un poco las vivencias para no ser víctima de las emociones de última
hora. Mi amigo congoleño tiene razón. Solo la paciencia permite no quedar
atrapado por las experiencias cotidianas, tener una mirada larga y no perder la
esperanza. Se va haciendo camino, pero se requiere una actitud de mutua
aceptación, de búsqueda sincera de la verdad, de humildad para aprender y
enseñar, de clarificación de conceptos y vocablos, de exploración conjunta de
estrategias, de recomenzar cada vez que los obstáculos bloquean el camino.
África es un taller permanente de humanidad. Es como un viaje a las emociones
primarias (tanto positivas como negativas) sin la sofisticación con que otras
civilizaciones las han enmascarado. Por eso, a pesar del posible desconcierto, África siempre hace bien.
Gracias, Gonzalo. En esto del acercamiento intercultural existe una tentación buenista (en la que me incluyo) en la que los europeos nos fustigamos por nuestros errores y pecados, pasados y actuales, en nuestra relación con otras culturas, especialmente la africana. Y miramos con sentimiento de culpa que nos hace apartar de la mirada cualquier cosa que afee la cultura (multicultura) de este continente.
ResponderEliminarNo todo en África en "ubuntu". Conviene discernir lo bueno y lo malo. Lo que acerca al Reino y lo que no. Sin prejuicios ni negativos... Ni positivos. Tus comentarios no acercan a la realidad de esos-a pesar de todo, amables pueblos. Gracias. Ah y felicidades atrasadas.
Somos cínicos e hipócritas, Páter, esta es la verdad.
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