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lunes, 17 de julio de 2017

Emociones al rojo vivo

Tenía ganas de disponer de un tiempo tranquilo tras diez días sin pausa. Me viene a la memoria uno de esos dichos africanos que a los naturales de este continente les gusta recordar cuando un europeo se pone un poco nervioso ante su falta de puntualidad: “Vous avez la montre, nous avons le temps” (Vosotros tenéis el reloj, nosotros tenemos el tiempo). Bueno, pues ahora tengo las dos cosas: mi reloj con la hora de Centroeuropa y un tiempo disponible sin más preocupación que teclear estas líneas. Estoy sentado en la sala de espera del aeropuerto internacional de Libreville. Faltan dos horas para la salida de mi vuelo a París. Hasta que no llegue al enjambre de Charles de Gaulle no podré colgar este post. Lo escribo el domingo por la noche, pero no aparecerá hasta el lunes 17. Se me agolpan tantos temas que no sé cuál escoger. Dejaré que el teclado del ordenador siga su inspiración. El aire acondicionado del local ayuda a escribir sin el peso del calor exterior, aunque mucho me temo que cuando llegue a Roma me voy a encontrar con temperaturas que superan con mucho los 25 grados de Libreville. Parece que me he librado de una de esas olas que irrumpen con fuerza cada verano.

Esta mañana he presidido una eucaristía de dos horas y media en la parroquia de Notre Dame des Victoires. No ha faltado de nada: una coral espléndida, un ejército de monaguillos perfectamente organizados, el equipo de fútbol parroquial con la copa recién ganada, casi todos los claretianos que trabajan en Gabón y mucha gente que –como subrayé el domingo pasado a propósito de la celebración en Okondja– ha disfrutado con la misa. Hemos hecho un recuerdo especial del 168 cumpleaños de la congregación claretiana. No deja de resultar llamativo que lo que comenzó con seis personas jóvenes en un rincón de Cataluña haya llegado hasta aquí y otros 65 países en todo el mundo. La comida, preparada por los laicos de la parroquia, y la larga sobremesa amenizada con música y bailes, ha sido un colofón extraordinario. Los africanos son maestros en el arte de la fiesta compartida. A pesar del cansancio acumulado, he aprovechado para saludar a unos y otros y agradecerles su espléndida colaboración.

Y ahí, en medio de la música ruidosa, es donde se ha encendido una pequeña luz roja. ¿Cómo es posible que los mismos que comen, cantan y bailan vivan, en otros ambientes, experiencias de incomunicación, celos, tensiones, zancadillas…? Hay un gran décalage entre la vida pública y la privada. A veces pareciera que se trata de personas distintas. En público, los africanos son hospitalarios, comunicativos, generosos, grandilocuentes, amantes de los discursos melodramáticos, contadores de historias divertidas e instructivas. Pero luego, en la vida cotidiana, se dejan dominar demasiado por los intereses tribales o étnicos, la búsqueda obsesiva del dinero y el poder, la mentira como herramienta amoral y la pasión por la maledicencia y hasta la calumnia. He tenido ocasión de comprobarlo una vez más. He acumulado más problemas de los que uno puede digerir sin perder la confianza en la humanidad. Me cuesta mucho aceptar que la gente, en vez de expresar con franqueza su punto de vista, me diga obsequiosamente Oui, père, halague mis oídos, y luego haga lo contrario. A pesar de mis muchos viajes a África, no logro entender el flujo oscuro que determina muchas actitudes y conductas. Se me escapan los matices y las estrategias; por eso, a veces pierdo la paciencia, a pesar de que un amigo congoleño cada vez que vengo por aquí me recuerda siempre el mismo dicho: “Las grandes virtudes africanas son tres: la primera, la paciencia; la segunda, la paciencia; la tercera, la paciencia”. Sobran comentarios.

La distancia que me otorga este no-lugar que es la sala de espera de un aeropuerto me permite reposar un poco las vivencias para no ser víctima de las emociones de última hora. Mi amigo congoleño tiene razón. Solo la paciencia permite no quedar atrapado por las experiencias cotidianas, tener una mirada larga y no perder la esperanza. Se va haciendo camino, pero se requiere una actitud de mutua aceptación, de búsqueda sincera de la verdad, de humildad para aprender y enseñar, de clarificación de conceptos y vocablos, de exploración conjunta de estrategias, de recomenzar cada vez que los obstáculos bloquean el camino. África es un taller permanente de humanidad. Es como un viaje a las emociones primarias (tanto positivas como negativas) sin la sofisticación con que otras civilizaciones las han enmascarado. Por eso, a pesar del posible desconcierto, África siempre hace bien.


2 comentarios:

  1. Gracias, Gonzalo. En esto del acercamiento intercultural existe una tentación buenista (en la que me incluyo) en la que los europeos nos fustigamos por nuestros errores y pecados, pasados y actuales, en nuestra relación con otras culturas, especialmente la africana. Y miramos con sentimiento de culpa que nos hace apartar de la mirada cualquier cosa que afee la cultura (multicultura) de este continente.

    No todo en África en "ubuntu". Conviene discernir lo bueno y lo malo. Lo que acerca al Reino y lo que no. Sin prejuicios ni negativos... Ni positivos. Tus comentarios no acercan a la realidad de esos-a pesar de todo, amables pueblos. Gracias. Ah y felicidades atrasadas.

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  2. Somos cínicos e hipócritas, Páter, esta es la verdad.

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