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jueves, 29 de junio de 2017

¿Residuo o resto?

El día de hoy está unido a los nombres de Pedro y Pablo. Pero no del Pedro (Sánchez) y del Pablo (Iglesias) que aparecen en los periódicos de estos días, sino de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Aquí en Roma, hoy es un día festivo porque ambos apóstoles están muy unidos a esta antigua ciudad. Ambos vivieron y murieron aquí. Sus restos se veneran en la basílica de San Pedro y en la de San Pablo Extramuros respectivamente. Hoy se celebrará una misa en la plaza de san Pedro con la participación de los cinco nuevos cardenales, a quienes el papa Francisco recordó ayer que no son príncipes de la Iglesia sino servidores de sus hermanos. Mientras todas estas cosas suceden, yo doy vueltas en la cabeza a una reflexión suscitada por mi reciente viaje a Barcelona. Allí tuve la oportunidad de reflexionar sobre lo que significa ser cristianos en situación de “minoría”. Esta es la categoría usada por el documento de trabajo del Plan Pastoral Diocesano que se está preparando en la archidiócesis. Esta situación es algo normal en muchas iglesias de Asia, por ejemplo, pero nos cuesta aceptarla en Europa. De tal manera seguimos conservando la idea de la Europa cristiana que se nos hace cuesta arriba imaginar que, en la práctica, los cristianos somos ya una minoría y que lo seremos de manera más acusada en las próximas décadas.

Hay unas palabras de Jesús que inspiran esta nueva situación en la que vivimos: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se complace en daros el Reino” (Lc 12, 32). Acostumbrados a ser masa, a reivindicar los derechos de las mayorías, necesitamos un profundo cambio de conciencia para comprender qué significa ser “pequeño rebaño”. En otras palabras, necesitamos adentrarnos en la espiritualidad del decrecimiento. La Iglesia más auténtica siempre ha sido un “pequeño rebaño”. Incluso en tiempos en los que, desde un punto de vista sociológico, los porcentajes de los que se declaraban cristianos subían al 90%, estas cifras no indicaban el número de personas convertidas sino solo bautizadas. Ya en 1970, el entonces teólogo Joseph Ratzinger, escribía: “De la Iglesia de hoy, también surgirá esta vez una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que comenzar completamente de nuevo. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en otras coyunturas más propicias. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Ella misma tendrá que presentarse -de forma más acentuada que hasta ahora- como una comunidad de voluntarios, a la que se llega por una decisión libre”. Me parece evidente que estas palabras anticipaban lo que llevamos viviendo en las últimas décadas.

Muchas personas, sobre todo las más ancianas, se sienten desconcertadas. Temen que, a este ritmo, la Iglesia y la fe puedan desaparecer. Observan que son pocos los jóvenes que vibran con la religión. Viven el tiempo presente como una desgracia. Sus sentimientos son de tristeza y derrota. Es algo muy comprensible. Acostumbrados a vivir en un ambiente donde todo estaba coloreado por la fe y las tradiciones cristianas, cuesta imaginar un mundo distinto. Pero hay otras personas, entre las que se cuentan algunos jóvenes lúcidos y comprometidos, que ven esta etapa histórica como una nueva oportunidad que el Espíritu concede a su Iglesia para purificarse, descubrir las verdaderas razones por las que uno se hace cristiano y crear comunidades más fraternas y comprometidas. Ser minoría en una sociedad plural tiene enormes ventajas: nos libera del peso de las grandes instituciones y nos empuja a clarificar más quiénes somos y por qué somos lo que somos. Tendremos que ir aprendiendo poco a poco a vivir como “pequeño rebaño”. Lo que importa es vivir esta situación desde la palabra de Jesús: “No tengáis miedo”.

Ser “pequeño rebaño” o ser un resto no es lo mismo que ser un residuo. Un residuo es algo sobrante, material de desecho, algo que ya no sirve para nada. No creo que la Iglesia de Europa se encuentre en esta situación, aunque algunos la interpreten así. Ponen el acento en los indicadores de ruina: pocos matrimonios canónicos, escasez de vocaciones sacerdotales y consagradas, cierres de casas religiosas, pérdida de privilegios, etc. Se trata de ser un resto; es decir, una minoría que es consciente de su identidad y misión, que vive con alegría su ser sal y levadura en medio de la masa, que no se siente discriminada, que no aspira a conquistar la mayoría absoluta en la sociedad sino a ser un signo e instrumento del Reino de Dios que ya está en medio de nosotros. Lo que se pierde en impacto social se gana en autenticidad, libertad y alegría. No es algo nuevo. Menos es más. Es la experiencia de la Iglesia en otras latitudes y en otros momentos de la historia. Pero no se pasa de una situación a otra de la noche a la mañana. Se requiere un verdadero proceso de transformación que lleva tiempo. Para no perdernos en el camino necesitamos siempre la brújula de la Palabra de Dios. El evangelio está lleno de indicaciones acerca de cómo se puede vivir siendo sal, levadura, luz, grano de mostaza, etc. Basta tomarlas en serio y extraer de ellas toda su fuerza renovadora. 

Os dejo con una canción de Álvaro Fraile y Siro López en la que se nos invita a Permanecer en medio de los cambios y avatares de la vida. 


2 comentarios:

  1. Gran reflexión. Es comprometido y a su vez muy consolador el comentario de hoy en que se celebra la fiesta de dos grandes santos que también fueron minoría. Un abrazo

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  2. Los domingos tenemos una pequeña tertulia familiar entorno a mi madre que vive en una residencia de ancianos y uno de mis tios se lamentaba que no hay sacerdotes para evangelizar; de hecho hay iglesias que están cerrando al culto porque no hay pastores y el resto nos quejábamos que la iglesia no tiene pastores porque se olvidó bajar del púlpito y salir a la calle...

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