El día de hoy está unido
a los nombres de Pedro y Pablo. Pero no del Pedro (Sánchez) y del Pablo
(Iglesias) que aparecen en los periódicos de estos
días, sino de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Aquí
en Roma, hoy es un día festivo porque ambos apóstoles están muy unidos a esta antigua ciudad.
Ambos vivieron y murieron aquí. Sus restos se veneran en la basílica de San
Pedro y en la de San
Pablo Extramuros respectivamente. Hoy se celebrará una misa en la plaza de san Pedro con la participación de los cinco nuevos cardenales, a quienes el
papa Francisco recordó ayer que no son príncipes de la Iglesia sino servidores
de sus hermanos. Mientras todas
estas cosas suceden, yo doy vueltas en la cabeza a una reflexión suscitada por
mi reciente viaje a Barcelona. Allí tuve la oportunidad de reflexionar sobre lo
que significa ser cristianos en situación de “minoría”. Esta es la categoría usada por el documento de trabajo del Plan Pastoral Diocesano que se está preparando en la archidiócesis. Esta situación es algo normal en
muchas iglesias de Asia, por ejemplo, pero nos cuesta aceptarla en Europa. De
tal manera seguimos conservando la idea de la Europa cristiana que se nos hace
cuesta arriba imaginar que, en la práctica, los cristianos somos ya una minoría
y que lo seremos de manera más acusada en las próximas décadas.
Hay unas palabras de
Jesús que inspiran esta nueva situación en la que vivimos: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se complace en daros el
Reino” (Lc 12, 32). Acostumbrados a ser masa, a reivindicar los derechos de
las mayorías, necesitamos un profundo cambio de conciencia para comprender qué
significa ser “pequeño rebaño”. En otras palabras, necesitamos adentrarnos en
la espiritualidad del decrecimiento. La Iglesia más auténtica siempre ha sido
un “pequeño rebaño”. Incluso en tiempos en los que, desde un punto de vista
sociológico, los porcentajes de los que se declaraban cristianos subían al 90%,
estas cifras no indicaban el número de personas convertidas sino solo bautizadas. Ya en 1970, el entonces teólogo
Joseph Ratzinger, escribía: “De la
Iglesia de hoy, también surgirá esta vez una Iglesia que habrá perdido mucho. Se
hará pequeña, tendrá que comenzar completamente de nuevo. Ya no podrá llenar
muchos de los edificios construidos en otras coyunturas más propicias. Al
disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la
sociedad. Ella misma tendrá que presentarse -de forma más acentuada que hasta
ahora- como una comunidad de voluntarios, a la que se llega por una decisión
libre”. Me parece evidente que estas palabras anticipaban lo que llevamos
viviendo en las últimas décadas.
Muchas personas, sobre
todo las más ancianas, se sienten desconcertadas. Temen que, a este ritmo, la
Iglesia y la fe puedan desaparecer. Observan que son pocos los jóvenes que
vibran con la religión. Viven el tiempo presente como una desgracia. Sus sentimientos son de tristeza y derrota. Es algo muy
comprensible. Acostumbrados a vivir en un ambiente donde todo estaba coloreado
por la fe y las tradiciones cristianas, cuesta imaginar un mundo distinto. Pero
hay otras personas, entre las que se cuentan algunos jóvenes lúcidos y comprometidos,
que ven esta etapa histórica como una nueva oportunidad
que el Espíritu concede a su Iglesia para purificarse, descubrir las verdaderas
razones por las que uno se hace cristiano y crear comunidades más fraternas y
comprometidas. Ser minoría en una sociedad plural tiene enormes ventajas: nos
libera del peso de las grandes instituciones y nos empuja a clarificar más
quiénes somos y por qué somos lo que somos. Tendremos que ir aprendiendo poco a
poco a vivir como “pequeño rebaño”.
Lo que importa es vivir esta situación desde la palabra de Jesús: “No tengáis miedo”.
Ser “pequeño rebaño” o
ser un resto no es lo mismo que ser
un residuo. Un residuo es algo sobrante, material de desecho, algo que ya no sirve para nada. No creo que la
Iglesia de Europa se encuentre en esta situación, aunque algunos la interpreten
así. Ponen el acento en los indicadores de ruina: pocos matrimonios canónicos, escasez de vocaciones sacerdotales y consagradas, cierres de casas religiosas, pérdida de privilegios, etc. Se trata de ser un resto; es decir, una minoría que es consciente de su identidad y
misión, que vive con alegría su ser sal y
levadura en medio de la masa, que no
se siente discriminada, que no aspira a conquistar la mayoría absoluta en la
sociedad sino a ser un signo e instrumento del Reino de Dios que ya está en medio de
nosotros. Lo que se pierde en impacto social se gana en autenticidad, libertad
y alegría. No es algo nuevo. Menos es más. Es la experiencia de la Iglesia en otras latitudes
y en otros momentos de la historia. Pero no se pasa de una situación a otra de la noche a la mañana. Se requiere un verdadero proceso de transformación que lleva tiempo. Para no perdernos en el camino necesitamos siempre la brújula de la Palabra de Dios. El evangelio está lleno de indicaciones acerca de cómo se puede vivir siendo sal, levadura, luz, grano de mostaza, etc. Basta tomarlas en serio y extraer de ellas toda su fuerza renovadora.
Os dejo con una canción
de Álvaro Fraile y Siro López en la que se nos
invita a Permanecer en medio de los
cambios y avatares de la vida.
Gran reflexión. Es comprometido y a su vez muy consolador el comentario de hoy en que se celebra la fiesta de dos grandes santos que también fueron minoría. Un abrazo
ResponderEliminarLos domingos tenemos una pequeña tertulia familiar entorno a mi madre que vive en una residencia de ancianos y uno de mis tios se lamentaba que no hay sacerdotes para evangelizar; de hecho hay iglesias que están cerrando al culto porque no hay pastores y el resto nos quejábamos que la iglesia no tiene pastores porque se olvidó bajar del púlpito y salir a la calle...
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