Después de un
vuelo de algo más de seis horas desde Madrid, llegué anoche a Malabo, la coqueta capital de Guinea
Ecuatorial. Está situada en la costa norte de la isla de Bioko. Hacia
nueve años que no visitaba este pequeño país, el único país hispanohablante del
continente africano. Noto muchos cambios con respecto a mi última visita. No en
vano, los yacimientos de petróleo han producido sus frutos, aunque ahora la caída de los precios en el mercado internacional está repercutiendo muy negativamente en el país. Para mí, Guinea Ecuatorial tiene una resonancia afectiva muy fuerte porque aquí llegamos los Misioneros
Claretianos en el lejano 1883. La primera expedición estaba formada por doce
misioneros, un número que recuerda al grupo de los apóstoles. Fue enviada por
el Superior General de entonces, el P. José Xifré,
cuyo bicentenario estamos celebrando este año. Es interesante notar que en el
grupo había seis sacerdotes y seis hermanos. La historia de nuestra presencia
en Guinea está repleta de testimonios increíbles de entrega y heroísmo. Muchos
de los primeros murieron a causa de las enfermedades tropicales. En tiempo de
Macías, todos los misioneros extranjeros –es decir, la mayoría– fueron
expulsados. Ahora contamos con un grupo de unos 50, casi todos nativos. Durante
algo más de tres semanas voy a visitar las ocho comunidades, incluida la ubicada
en la pequeña isla de Annobón.
Hace algo más de
un año se estrenó la película española Palmeras en la nieve,
que es una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Luz Gabás,
publicada en 2012. La historia transcurre en la entonces colonia española
durante los años 50 y 60 del siglo pasado. Aunque la película no ha tenido el éxito
de la novela, ha contribuido a desempolvar páginas de la historia que resultan
poco conocidas. De hecho, algunos vienen a Guinea para ver los paisajes que
aparecen en la película, pero se decepcionan cuando se enteran de que, por
diversas razones, fue rodada en Colombia y no en Guinea. Sea como fuere, todavía
quedan bastantes españoles que vivieron allí cuando eran niños o jóvenes. Muchos
misioneros claretianos, hoy esparcidos por varios países del mundo, siempre
hablan de Guinea con una enorme nostalgia, como si este pequeño país les hubiera
robado el corazón. Es el llamado mal de
África, una extraña enfermedad que no tiene nada que ver con virus y
bacterias sino con un apego emocional que nunca se cura del todo.
Si las conexiones
a internet me lo permiten, iré compartiendo con los amigos de El Rincón de Gundisalvus las peripecias
de mi itinerario guineano. Me han dicho que las redes Twitter y Facebook están bloqueadas, así que quienes queráis acceder al blog cada día tendréis que hacerlo directamente archivando su dirección (www.elrincondegundisalvus.blogspot.it) en Mis favoritos. Salir del lugar habitual siempre pone a prueba lo
que somos. Uno tiene que acostumbrarse a un nuevo clima, a otro tipo de comidas
y de hábitos; en definitiva, a otro ritmo de vida. Entonces aparecen aspectos
de nosotros mismos que permanecen latentes cuando nos movemos en espacios que
controlamos. A veces, nos descubrimos más frágiles de lo que creíamos; otras,
por el contrario, caemos en la cuenta de los muchos recursos que poseemos para
relacionarnos con gente nueva, afrontar dificultades, improvisar soluciones y
no perder el sentido del humor. Yo, gracias a Dios, cuento con la ayuda
inestimable de mis hermanos claretianos, a quienes agradezco todas las muestras
de cercanía que me han prodigado desde mi aterrizaje en el aeropuerto de
Malabo. Esperemos que la aventura discurra con serenidad, clarividencia y
ánimo.
Gracias Gonzalo. Estaremos esperando con impaciencia tus reflexiones, pensamientos, opiniones. Te deseamos lo mejor mientras estés en Guinea. Un abrazo enorme. Juan.
ResponderEliminarPues parece que ni internet... Bueno, así retomamos con más ganas 😉
ResponderEliminarNosotros hemos comprado los vuelos para viajar desde Madrid con Plus Ultra ¿Qué nos recomiendas ver en 4 días?
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