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domingo, 19 de febrero de 2017

El amor más grande

Sobre el Evangelio de este VII Domingo del Tiempo Ordinario se ha dicho de todo. Recoge las palabras más sorprendentes y provocativas de Jesús. Fascinaron a Gandhi e incomodan a muchos cristianos y personas honradas. Es como si a Jesús se le hubiera ido el discurso de las manos, como si hubiera estirado la cuerda más de la cuenta. Está bien ser amables con las personas, incluso generosos con los necesitados, pero… ¡amar a los enemigos! Este mandato parece contradecir el sentido común y la tendencia natural de los seres humanos a vivir en reciprocidad. Que de vez en cuando la prensa nos cuente el caso de una víctima (de terrorismo o de abusos sexuales) que perdona a sus verdugos parece la excepción que confirma la regla. 

¿Por qué Jesús nos pidió a sus seguidores que amáramos a nuestros enemigos? José Antonio Pagola lo explica así: “Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada: Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian. Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie”.

La razón última de esta extraña actitud de Jesús la ofrece la última frase del Evangelio de hoy: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Tenemos que amar así porque Dios nos ama así. Amor con amor se paga. Es bien sabido que en el texto paralelo de Lucas se lee: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). El papa Francisco explicó el sentido de estas palabras en una audiencia general. Nuestro amigo Fernando Armellini lo hace con la minuciosidad que lo caracteriza. Concluye así: “La perfección para el israelita consistía en la observancia exacta de la Torah. Para el cristiano, es el amor sin límites, como el amor del Padre. Perfecto es aquel que es íntegro, que no tiene el corazón dividido entre Dios y los hombres”. La vida nos coloca a veces en situaciones en las que es imposible perdonar. Nos hemos sentido tan heridos que el perdón, aparte de absurdo, nos parece una rendición humillante. ¿Cómo es posible regalarle al victimario una nueva oportunidad después de que ha arruinado nuestra vida en algún sentido? Creo que Jesús no nos pide que nos volvamos amigos de los enemigos o que disfracemos nuestros sentimientos de odio para que parezcan de simpatía. Nos pide, sobre todo, que dejemos pasar a través de nosotros la compasión de Dios, que no devolvamos mal por mal, que cortemos en seco la espiral de violencia para que pierda su fuerza destructora. Las palabras de Jesús no son un mandato sino una revelación: podéis amar a vuestros enemigos porque Dios mismo los ama.

En general, sabemos bien quiénes son nuestros amigos. Los hemos elegido nosotros. Cultivamos la relación con ellos en grados diversos. Disfrutamos de su relación como de un regalo inmerecido. Pero no siempre sabemos quiénes son nuestros enemigos, las personas que nos hacen mal, que nos tienen envidia o celos, que nos odian secretamente. Hay personas que confiesan no tener ningún enemigo. Pero a menudo hay enemigos invisibles que contaminan nuestro espacio vital sin que lo sepamos. Hablan mal de nosotros, nos calumnian, menosprecian lo que hacemos, ridiculizan nuestro estilo de vida, nos tienden trampas de todo tipo… De los enemigos visibles uno puede defenderse y hasta puede llegar a amarlos en el sentido requerido por Jesús. A veces, no se trata de personas concretas sino de colectivos a los que satanizamos por el temor que nos inspiran: los terroristas, los musulmanes, los políticos, los curas… Pero, ¿cómo amar a los enemigos invisibles, a esos verdugos que parecen no tener rostro aunque vivan a veces muy cerca de nosotros? 

Desde que era novicio me han llamado la atención dos versículos de la carta a los Efesios que leemos los miércoles en la oración de Completas: “No lleguéis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No dejéis lugar al diablo” (Ef 4,26-27). Es una invitación a no irnos nunca a dormir con la espina del odio o el resentimiento clavada en nuestro corazón. Dejar que el enojo o el odio encuentren albergue en nosotros significa dejarnos colonizar por el diablo; es decir, por el espíritu de la división y la tristeza. Creo que hoy es un día adecuado para pedirle a Dios que no permita que estos sentimientos negativos echen raíces en nosotros, que nos recree con actitudes de amor hacia los enemigos visibles y también hacia los invisibles (que, a veces, nos van consumiendo sin que nos demos cuenta). 


3 comentarios:

  1. Completando tu reflexión, el comentario de Fernando Garcia Sanchez, Salesiano.
    "Sed perfectos como vuestro padre que está en los cielos es perfecto". ¿Qué es lo que tenemos que hacer entonces? Podríamos mirarnos a nosotros mismos, analizarnos y establecer un plan de mejora de todas aquellas cualidades que no tenemos desarrolladas y así con esfuerzo y constancia adquirirlas para poder ser cada vez más perfectos. No digo que esté mal, pero esta conclusión sería no captar la profunda novedad de las palabras que hoy se nos dirigen. ¿Cómo ser perfecto? Tal vez la clave esté en cambiar el hacia dentro por el hacia afuera... No se trata tanto de mirarnos a nosotros mismos, sino de ver a los demás de otra manera. Ver los defectos, sí porque ingenuos no somos, pero saber callar sobre ellos para evitar el juicio destructivo que solo hace aumentar el mal; ser generosos, no tanto en lo económico dando de lo que nos sobra, sino sobre todo en el perdón. Generosos para dar ese primer paso que es capaz de unir relaciones deterioradas, para guardar el propio orgullo herido y dar a las personas una segunda oportunidad. De esta forma el perfecto es el que mira al otro y es capaz de comprender, el que ante el daño objetivo no responde con venganza, rencor, crítica, sino que es capaz de amar. Amar a los enemigos... ¿Es esto posible? Uffff.... es difícil, pero este es el único camino para vivir con esa paz que Jesús prometió que nadie podría quitarnos. Hoy se nos pide que seamos perfectos, no tanto porque acumulemos cualidades personales sino porque hemos aprendido a mirar a los demás como Dios los mira: con misericordia y con amor. Este mensaje de Jesús de más de dos mil años sigue siendo hoy tremendamente innovador... ¿Te apuntas?
    Feliz domingo!
    Carlos aRNAIZ eGUREN

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    1. Muchas gracias, Carlos, por aportar esta nueva perspectiva. Saludos desde Seúl.

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