Hoy se cumplen 50
años de una carambola. Una de las acepciones de la palabra carambola recogidas por el diccionario de la RAE es: “doble
resultado que se alcanza mediante una sola acción”. La acción de la que hoy se
cumple medio siglo fue el traslado de mi familia a Aranda de Duero,
una población de unos 30.000 habitantes en la provincia castellana de Burgos. Enseguida
fui matriculado en el Colegio Claret, que entonces se
llamaba Corazón de María, regentado por los Misioneros Claretianos. Esa fue la
primera vez que yo oí hablar de esta congregación religiosa. De no haber frecuentado
las aulas de aquel colegio, probablemente no hubiera descubierto la vocación misionera
y hoy no sería claretiano sino arquitecto –mi vocación frustrada– o vaya usted
a saber qué. Así que un traslado familiar por motivos laborales tuvo como consecuencia
indirecta el descubrimiento de mi vocación. Eso fue una auténtica carambola.
Recuerdo bien
aquel 27 de enero de 1967. A pesar de ser un día soleado, hacía frío. Aranda no
me llamó la atención. Bueno, hubo un detalle que sí despertó mi curiosidad infantil.
Hasta ese día nunca había visto un mendigo pidiendo en la calle. El primero –una
anciana mujer, por más señas– lo vi aquel día de enero. Y, como es
natural, se me quedó grabado en mi memoria infantil. No me gustó nada el cambio
de la montaña de mi pueblo a la llanura arandina, que, a pesar de su riqueza
agrícola, se me antojaba –era el mes de enero– árida y sin gracia. El único
punto en común entre ambos lugares era el río Duero, apenas nacido en
mi Vinuesa natal, y ya con un caudal importante a su paso por Aranda, que incorpora
el nombre del río al suyo propio. Recuerdo también el impacto que me produjo al
día siguiente la iglesia gótica de Santa
María y en especial su hermosa portada gótico-isabelina. No tardé en hacer amigos y en acomodarme al nuevo destino,
aunque sin hacerlo mío del todo. El paso de los años y los sucesivos traslados
de un sitio a otro han ido desdibujando aquella fugaz huella arandina que, sin
embargo, fue determinante en la orientación de mi vida.
Creo que la vida
está llena de carambolas. Uno planea una acción y luego –sin saber cómo ni por
qué– se obtienen diversos resultados imprevistos. Varios amigos me han contado
el modo “carambolesco” como conocieron a sus esposas o esposos. Hay veces que el comienzo de un trabajo, por
ejemplo, desata otros procesos afectivos o culturales no calculados. No es fácil
establecer una concatenación precisa y líneal de causas y efectos. Buscando un
objetivo, podemos acabar realizando otro con el que no contábamos y que puede
resultar más enriquecedor que el primero. Las carambolas son, en el fondo, sorpresas de la vida. El creyente
puede hacer una lectura providencial; es decir, puede descubrir en estos
acontecimientos imprevistos la suave mano de Dios que va guiando nuestra
historia, dándole una dirección y un sentido. Sé que estoy tocando un asunto delicado que ha
hecho correr muchos ríos de tinta a lo largo de los siglos: ¿Interviene Dios en nuestra
historia? Si lo hace, ¿en qué queda nuestra libertad de opción? Si no lo hace,
¿en qué sentido debe entenderse su amor por nosotros? El Catecismo de la Iglesia Católica aborda sucintamente esta compleja cuestión
(cf. nn. 302-214). Concluye así:
“Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra”.
A mí me gusta usar
la metáfora del tapiz para explicar las cosas. Por el reverso, uno solo ve hilos de colores
entremezclados que no parecen tener ningún sentido. Solo cuando le damos la
vuelta y contemplamos el anverso observamos la hermosa figura multicolor querida
por el diseñador y ejecutada por los artesanos. Así es también nuestra vida.
Cuando nos asomamos a su reverso no vemos más que hilos sueltos de múltiples
colores: trabajos, diversiones, encuentros, conversaciones, viajes, tiempos aburridos,
dolores, enfermedades, discusiones… Solo al final tendremos la posibilidad de
contemplar el anverso. Descubriremos que, a través de las múltiples
combinaciones de colores que nosotros libremente hemos ido formando, Dios, el
verdadero artista, ha ido creando una hermosa historia de amor que da sentido a
cada paso del camino. Entonces comprenderemos el porqué de muchas de esas carambolas que en su momento nos pasaron
desapercibidas o que incluso nos parecieron absurdas. Le diremos a Dios, como Migueli, que ya no puedo vivir sin Ti.
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