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viernes, 27 de enero de 2017

Las carambolas de la historia

Hoy se cumplen 50 años de una carambola. Una de las acepciones de la palabra carambola recogidas por el diccionario de la RAE es: “doble resultado que se alcanza mediante una sola acción”. La acción de la que hoy se cumple medio siglo fue el traslado de mi familia a Aranda de Duero, una población de unos 30.000 habitantes en la provincia castellana de Burgos. Enseguida fui matriculado en el Colegio Claret, que entonces se llamaba Corazón de María, regentado por los Misioneros Claretianos. Esa fue la primera vez que yo oí hablar de esta congregación religiosa. De no haber frecuentado las aulas de aquel colegio, probablemente no hubiera descubierto la vocación misionera y hoy no sería claretiano sino arquitecto –mi vocación frustrada– o vaya usted a saber qué. Así que un traslado familiar por motivos laborales tuvo como consecuencia indirecta el descubrimiento de mi vocación. Eso fue una auténtica carambola.

Recuerdo bien aquel 27 de enero de 1967. A pesar de ser un día soleado, hacía frío. Aranda no me llamó la atención. Bueno, hubo un detalle que sí despertó mi curiosidad infantil. Hasta ese día nunca había visto un mendigo pidiendo en la calle. El primero –una anciana mujer, por más señas– lo vi aquel día de enero. Y, como es natural, se me quedó grabado en mi memoria infantil. No me gustó nada el cambio de la montaña de mi pueblo a la llanura arandina, que, a pesar de su riqueza agrícola, se me antojaba –era el mes de enero– árida y sin gracia. El único punto en común entre ambos lugares era el río Duero, apenas nacido en mi Vinuesa natal, y ya con un caudal importante a su paso por Aranda, que incorpora el nombre del río al suyo propio. Recuerdo también el impacto que me produjo al día siguiente la iglesia gótica de Santa María y en especial su hermosa portada gótico-isabelina. No tardé en hacer amigos y en acomodarme al nuevo destino, aunque sin hacerlo mío del todo. El paso de los años y los sucesivos traslados de un sitio a otro han ido desdibujando aquella fugaz huella arandina que, sin embargo, fue determinante en la orientación de mi vida.

Creo que la vida está llena de carambolas. Uno planea una acción y luego –sin saber cómo ni por qué– se obtienen diversos resultados imprevistos. Varios amigos me han contado el modo “carambolesco” como conocieron a sus esposas o esposos. Hay veces que el comienzo de un trabajo, por ejemplo, desata otros procesos afectivos o culturales no calculados. No es fácil establecer una concatenación precisa y líneal de causas y efectos. Buscando un objetivo, podemos acabar realizando otro con el que no contábamos y que puede resultar más enriquecedor que el primero. Las carambolas son, en el fondo, sorpresas de la vida. El creyente puede hacer una lectura providencial; es decir, puede descubrir en estos acontecimientos imprevistos la suave mano de Dios que va guiando nuestra historia, dándole una dirección y un sentido. Sé que estoy tocando un asunto delicado que ha hecho correr muchos ríos de tinta a lo largo de los siglos: ¿Interviene Dios en nuestra historia? Si lo hace, ¿en qué queda nuestra libertad de opción? Si no lo hace, ¿en qué sentido debe entenderse su amor por nosotros? El Catecismo de la Iglesia Católica aborda sucintamente esta compleja cuestión (cf. nn. 302-214). Concluye así:
“Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra”.
A mí me gusta usar la metáfora del tapiz para explicar las cosas. Por el reverso, uno solo ve hilos de colores entremezclados que no parecen tener ningún sentido. Solo cuando le damos la vuelta y contemplamos el anverso observamos la hermosa figura multicolor querida por el diseñador y ejecutada por los artesanos. Así es también nuestra vida. Cuando nos asomamos a su reverso no vemos más que hilos sueltos de múltiples colores: trabajos, diversiones, encuentros, conversaciones, viajes, tiempos aburridos, dolores, enfermedades, discusiones… Solo al final tendremos la posibilidad de contemplar el anverso. Descubriremos que, a través de las múltiples combinaciones de colores que nosotros libremente hemos ido formando, Dios, el verdadero artista, ha ido creando una hermosa historia de amor que da sentido a cada paso del camino. Entonces comprenderemos el porqué de muchas de esas carambolas que en su momento nos pasaron desapercibidas o que incluso nos parecieron absurdas. Le diremos a Dios, como Migueli, que ya no puedo vivir sin Ti.


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