Vuelvo a
Inglaterra el mismo día en que la primera ministra británica Theresa May
pronuncia un discurso –articulado
en 12 puntos– en el que asegura que los británicos dejan la Unión Europea, pero no Europa. En el aeropuerto de London-Stansted no he notado ningún recelo cuando he presentado mi DNI español. Al
contrario, el policía ha sido muy amable. Parece que todo sigue como siempre. Ahora
estoy en Buckden Towers,
un delicioso lugar medieval que los lectores del blog ya conocen. Será una estancia breve, pero suficiente para
comprobar si el dichoso Brexit ha
cambiado algo el estado de ánimo de un pueblo que es de por sí flemático
excepto cuando se carga de alcohol para defender los colores de su equipo de
fútbol. Conviene recordar que los hooligans
son tan ingleses como los lores del Parlamento o los piratas de Sir Francis Drake.
Debo confesar que
me encanta este sitio. El silencio es casi total. Las paredes de la casa están
cargadas de historia. El frío exterior se compensa con el calor interno. Todo
invita al sosiego tras varios días volando de un sitio para otro e infinitas
horas de espera. Aquí me aguarda hoy una reunión importante con los gobiernos de las provincias de Bética, Portugal y Reino Unido-Irlanda. Anoche me pusieron
en antecedentes. Parece que se vive un cierto impasse. En todo proceso de transformación se alternan los momentos
creativos y los caóticos, las crestas de entusiasmo y las simas de frustración
y desencanto. ¿Cómo conseguir aplicar a estos procesos el enfoque estratégico?
En otras palabras: ¿Cómo sacar partido de todo al servicio de los objetivos que
se pretenden? Los claretianos estamos reorganizándonos en Europa. Queremos reducir
los diez organismos actuales a solo cuatro. Los fines son claros; las dificultades
también. Una de ellas es la gran variedad lingüística y cultural del
continente. Estamos manejándonos en, al menos, diez lenguas. No es fácil enviar
a uno desde Portugal a Alemania, por ejemplo; o desde Italia a Polonia. Es
cierto que el español y el inglés son nuestras lenguas oficiales, pero esto nos
sirve solo para la comunicación interna. A la hora de trabajar pastoralmente
con la gente se requiere –como es lógico– el idioma del lugar: sea el catalán de
la plana de Vic, el ruso de San Petersburgo o el portugués de Oporto. Es normal que, ante estos desafíos, cunda el
desánimo. ¿Merece la pena empeñarse en un proceso erizado de dificultades y que no suscita mucho
entusiasmo?
Los momentos de desconcierto
son necesarios para enfocar las cosas de otra manera, para no dejarnos aprisionar
por un guion ya sabido. ¿Cómo podemos sacar partido de la diversidad en vez de
verla como una amenaza? ¿Qué tipo de nueva organización necesitamos para
realidades tan heterogéneas? ¿No tendremos que cambiar el modelo, acuñado en
tiempos más homogéneos? Todas estas preguntas van a estar hoy sobre la mesa.
Espero que tengamos la libertad y creatividad necesarias para encontrar juntos
nuevas respuestas. Estoy convencido de que –como en el caso del Génesis– toda
auténtica creación viene precedida de un momento de caos. Solo desordenando las cosas, imaginándolas
desde perspectivas diferentes, se llega a una nueva visión que nos hace
progresar. Se me ocurren más cosas, pero los ojos se me cierran. Es hora de
descansar. Si no, me temo que no voy a disponer de energía para animar el
proceso y que el caos se va a convertir en crónico.
Pues que todo vaya bien. Convertir la amenaza en oportunidad es como dices un desafío creativo. Que empieza por romper barreras mentales. Ánimo y ánima.
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