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sábado, 22 de octubre de 2016

Cena con un cardenal

La noticia recorre los periódicos de medio mundo. Los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos han participado juntos en una cena benéfica organizada por la archidiócesis de Nueva York. ¿Juntos? Bueno, en realidad el cardenal Timothy Dolan se sentó en medio de ellos. Basta ver las fotos que ilustran el post de hoy. Parece que es una tradición que cada vez que se celebran las elecciones presidenciales en Estados Unidos (es decir, cada cuatro años), los candidatos asistan a esta cena benéfica y hagan gala de su buen humor. Este año no fue una excepción. Se lanzaron dardos envenenados, pero con ironía. Algunos fueron muy ingeniosos. Se ve que sus respectivos equipos prepararon bien la jugada. Aunque en el último debate no se saludaron, en las fotos con el cardenal Dolan todos incluido el propio cardenal– aparecen muy sonrientes. Parece que están anunciando un dentífrico de última generación.

No sé qué pensar ante fotos como éstas. Por una parte, casi me repugnan. Me parece una ostentación de frivolidad y de filantropía “a la vieja usanza”. Pero, por otra, teniendo en cuenta la idiosincrasia de los amigos estadounidenses (procuro no decir americanos cuando me refiero a los ciudadanos de Estados Unidos), es un oasis de buen humor y cordialidad en medio de una batalla agria y llena de despropósitos por ambas partes. Muchas encuestas y medios de comunicación dan una clara ventaja a Hillary Clinton sobre Donald Trump. Pero ya se sabe que la realidad está para romper los pronósticos. Los casos del Brexit británico y del reciente referéndum colombiano son clamorosos. Todo puede suceder. Trump, con bastante sorna y arrogancia, ha dicho que él sólo aceptará los resultados… si vence. La América profunda puede ver en el empresario al líder que les devuelva al viejo esplendor, al sueño americano. 

La verdad es que no sé por qué hoy escribo sobre esto. Ni soy votante en Estados Unidos ni me siento atraído lo más mínimo por ninguno de los dos candidatos. Pero me sorprende el interés que estas elecciones suscitan en todo el mundo, lo cual demuestra –entre otras cosas– quién domina el mercado de las comunicaciones y hasta qué punto los resultados nos afectan a todos.

Más allá de quién sea el ganador, todo este asunto me hace reflexionar sobre el significado de la democracia en nuestras sociedades modernas. Ya sé que la democracia americana se presenta como modélica en muchas partes, pero ¿es realmente así en la actualidad? ¿No se trata, más bien, de una plutocracia? Las grandes corporaciones y los grupos de poder acaban condicionando el voto de los llamados ciudadanos libres. Pero no carguemos las tintas sobre el país más poderoso del planeta. Esto mismo pasa en otras muchas naciones. Las reglas de juego parecen limpias, pero hay jugadores con cartas bajo la manga que acaban dominando el juego. No somos capaces de encontrar fórmulas imaginativas de participación y corresponsabilidad que aseguren un gobierno justo y eficaz. Al final, hay que recurrir a un espectáculo democrático (una verdadera performance) que nos parece un poco mejor que las viejas fórmulas autoritarias y que tiene sus propios rituales. Lo único que se discute es quién será la estrella principal y quiénes actuarán de teloneros. Mientras llega el momento, resulta muy fotogénico compartir una cena benéfica con un cardenal. ¡Y hasta puede servir para arañar algún voto entre el electorado católico!

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