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domingo, 14 de agosto de 2016

Un domingo de fuego

Estamos en el corazón de agosto. En los países de la Europa meridional el tiempo se detiene. Es como si, pasado el ecuador del verano, fuera necesario apurar su fuerza antes de adentrarnos en el otoño. Dentro de unas horas, en el pueblo que me vio nacer, repicarán las campanas, pingarán el mayo, echará a andar la fiesta. Esta noche todo el pueblo correrá a la iglesia para ofrecer a la Virgen del Pino la vela que simboliza la vida de todos sus hijos. 

Este año el 14 de agosto es domingo, un domingo de fuego. No solo por el calor estivo ni por los varios incendios que asolan la Península Ibérica sino, sobre todo, por el evangelio de este XX Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús, el llamado Príncipe de la paz, el que nos invita a poner la otra mejilla y perdonar a nuestros enemigos, nos sorprende con una frase inquietante: “He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo!”. Este Jesús piróforo (portador del fuego) relaciona el fuego con el sufrimiento: “Tengo que pasar por una terrible prueba, ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado!”. Estar cerca de Jesús es estar cerca del fuego que purifica. Jesús quema. Su persona divide este mundo en dos: seguidores y traidores. Lo que ocurre es que no es tan fácil saber a qué grupo pertenecemos cada uno. Jesús mismo se ha encargado de desmontar las respuestas simplistas.
  • No basta una fe de boquilla: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21).
  • No consiste en presumir de obras buenas: “El publicano bajò a su casa justificado” (Lc 18,14).
  • Creer en él significa reconocerlo en los más necesitados: “¿Cuándo te hemos visto hambriento...” (Mt 25,38).
La paz que Jesús promete no se parece al nirvana de los budistas. No evade los conflictos sino que los asume. No evita el sufrimiento sino que lo acepta. No vende tranquilidad sino que anuncia persecuciones. Tal vez por eso el cristianismo no tiene hoy la buena prensa que tiene el budismo (la doctrina de moda entre muchos intelectuales) o el islam (la religión fácil para millones de personas). Jesús, a diferencia de cualquier publicista, no vende un producto para satisfacer los deseos de las personas, sino que invita a un tipo de seguimiento que trasciende los deseos, que se adentra en el misterio insondable de Dios. A primera vista, tiene todas las de perder: “De esto te oiremos hablar otro día” (Hch 17,32). A largo plazo, es la única propuesta que produce vida: “Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).


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