Iglesia del Rosario de La Granja (Segovia) |
Ayer se
cumplieron 161 años de la fundación de las Religiosas de María Inmaculada Misioneras
Claretianas en Santiago de Cuba. Fueron fundadas por san Antonio María
Claret y la Madre Antonia París. Constituyen –junto con los Misioneros
Claretianos, el instituto secular femenino Filiación Cordimariana
y el movimiento Seglares Claretianos– la
Familia Claretiana en sentido estricto; es decir, el grupo de cuatro instituciones
fundadas por el santo misionero. Y hoy, 26 de agosto, todos recordamos una de
las experiencias más significativas de Antonio María Claret en su camino espiritual. Él la denominó la “gracia
grande”. Esta es la breve descripción que el mismo santo hace en su
Autobiografía:
“El día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho; por lo mismo, yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente, y además debo orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo ha dicho el Señor”.
Cristo del Perdón de La Granja |
No es fácil
entender el alcance místico de esta gracia. Hace cinco años los Misioneros
Claretianos celebramos un simposio en Segovia para celebrar el 150 aniversario
de este acontecimiento y actualizar su significado. Fruto de él, es el libro Danos
hoy nuestro pan de cada día. Lo que más nos interesa es caer en la
cuenta de lo que supuso para Claret. Él extrajo dos consecuencias muy
concretas: estar siempre en presencia de Jesús y luchar contra el mal
anunciando el Evangelio. Con otras palabras, estas son las dos finalidades que
el evangelio de Marcos asigna a los apóstoles de Jesús: “Y designó a doce para
que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar demonios” (Mc
3,14). La presencia de Jesús eucaristía en su cuerpo fue transformando a Claret
en pan eucarístico. No se trata de un privilegio
para premiar su fidelidad sino más bien de una misión. Unido íntimamente a Jesús, se siente llamado a orar y
luchar contra el mal.
Pienso que esta
dimensión misionera está muy desdibujada en la experiencia eucarística de
muchas personas. Es importante “estar muy
recogido y devoto interiormente”, pero también hacer de esta experiencia de
interioridad un impulso evangelizador, saberse pan entregado para que otras
personas puedan alimentarse.
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