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miércoles, 1 de junio de 2016

El perro de Obama

Anoche, mientras veía el telegiornale de la RAI 2, me enteré de una historia curiosa. Un agente inmobiliario, de entre 45 y 50 años, había decidido dedicar alguna hora a la semana a colaborar como voluntario en un proyecto de Caritas. Todos los miércoles por la tarde visitaba a un anciano en su casa, le ayudaba en algunas tareas domésticas, hacían juntos un poco de ejercicio físico y, sobre todo, charlaban. Hasta aquí, nada de particular. Millones de personas hacen cosas parecidas en todo el mundo. Lo que me llamó la atención fue lo que movió a este romano a hacerse voluntario. Lo explicaba él mismo con mucha espontaneidad. Un día vio en la televisión al presidente Barack Obama jugando con su perro. Entonces pensó: “Si este hombre, que se supone que es el más poderoso del mundo, tiene tiempo para jugar con su perro, ¿cómo yo no voy a ser capaz de sacar unas horas para echar una mano a quien me necesite?”. Y, sin pensarlo dos veces, acudió a Caritas para ofrecerse como voluntario.

He escuchado testimonios parecidos. A menudo, la vida se vuelve demasiado gris cuando la reducimos a la rutina “trabajo-regreso a casa-televisión-descanso-vuelta al trabajo”. Da la impresión de que siempre hay algo que hacer, de que no hay grietas en la jornada que permitan que entre aire fresco. Siempre estamos ocupados. En realidad, es una estratagema que usa nuestro cerebro para mantenernos en nuestra zona de confort. 

El voluntariado nos ayuda a romper la rutina, pero, sobre todo, nos pone en contacto con situaciones que nos ofrecen ese plus de humanidad que necesitamos para no asfixiarnos en nuestro pequeño mundo. El agente inmobiliario romano confesaba lo que confiesan la mayoría de los voluntarios: que en su visita al anciano recibía mucho más de lo que daba. Este es el milagro de quien se pone en camino. Cree que va a ayudar a las personas ancianas, a los niños abandonados, a los enfermos tristes, a los presos, a los sin techo… Y luego resulta que es él o ella quien experimenta una satisfacción que antes no tenía. San Pablo, dirigiéndose a los responsables de la iglesia de Éfeso, alude a una frase de Jesús que no aparece en los evangelios y que sintetiza esta experiencia: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35). Hace falta vivir la experiencia para saber que es verdad. 



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