Anoche, mientras
veía el telegiornale de la RAI 2, me
enteré de una historia curiosa. Un agente inmobiliario, de entre 45 y 50 años, había
decidido dedicar alguna hora a la semana a colaborar como voluntario en un proyecto
de Caritas. Todos los miércoles por
la tarde visitaba a un anciano en su casa, le ayudaba en algunas tareas domésticas,
hacían juntos un poco de ejercicio físico y, sobre todo, charlaban. Hasta aquí,
nada de particular. Millones de personas hacen cosas parecidas en todo el
mundo. Lo que me llamó la atención fue lo que movió a este romano a hacerse
voluntario. Lo explicaba él mismo con mucha espontaneidad. Un día vio en la
televisión al presidente Barack Obama jugando con su perro. Entonces pensó: “Si este
hombre, que se supone que es el más poderoso del mundo, tiene tiempo para jugar con
su perro, ¿cómo yo no voy a ser capaz de sacar unas horas para echar una mano a
quien me necesite?”. Y, sin pensarlo dos veces, acudió a Caritas para ofrecerse como voluntario.
He escuchado
testimonios parecidos. A menudo, la vida se vuelve demasiado gris cuando la
reducimos a la rutina “trabajo-regreso a casa-televisión-descanso-vuelta al trabajo”.
Da la impresión de que siempre hay algo que hacer, de que no hay grietas en la
jornada que permitan que entre aire fresco. Siempre estamos ocupados. En
realidad, es una estratagema que usa nuestro cerebro para mantenernos en
nuestra zona de confort.
El voluntariado nos ayuda a romper la rutina, pero,
sobre todo, nos pone en contacto con situaciones que nos ofrecen ese
plus de humanidad que necesitamos para no asfixiarnos en nuestro pequeño mundo.
El agente inmobiliario romano confesaba lo que confiesan la mayoría de los
voluntarios: que en su visita al anciano recibía mucho más de lo que daba. Este
es el milagro de quien se pone en
camino. Cree que va a ayudar a las personas ancianas, a los niños abandonados,
a los enfermos tristes, a los presos, a los sin techo… Y luego resulta que es
él o ella quien experimenta una satisfacción que antes no tenía. San Pablo,
dirigiéndose a los responsables de la iglesia de Éfeso, alude a una frase de
Jesús que no aparece en los evangelios y que sintetiza esta experiencia: “Hay
más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35). Hace falta vivir la experiencia para saber que es verdad.
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