Mañana 15 de mayo
celebraremos la solemnidad de Pentecostés. Para los madrileños y para muchos
agricultores, la fecha está ligada al recuerdo de San Isidro Labrador. Para mí
tiene otro significado. Mañana se cumplirán 50 años de mi primera comunión.
Dado que este año Pentecostés marca la pauta, adelanto a hoy algunas
reflexiones sobre este evento. Me siento muy agradecido
por poder celebrar este aniversario. Confieso que mi vida hubiera sido muy
distinta sin el poder transformador de la comunión. ¿Cuántas veces he comulgado
desde entonces? No lo sé, aunque no sería difícil hacer un cálculo aproximado. Pero esto
tiene una importancia relativa. La fuerza de la comunión no se mide por la
frecuencia (como si se tratara de una olimpiada religiosa) sino por su sentido
y eficacia.
He olvidado muchos
detalles de aquel 15 de mayo de 1966, que cayó también en domingo. Pero
recuerdo que todo transcurrió con sencillez. Entonces no se estilaban las “pequeñas bodas” en que hoy se han convertido las primeras comuniones. Éramos un grupo de
unos 20 niños y niñas. Yo tenía entonces 8 años. La misa fue por la mañana. Aunque
estábamos ya en plena primavera, la temperatura era fresca. La comida fue familiar. Por la
tarde, dado que era el mes de mayo, tuvimos una celebración dedicada a la Virgen.
El párroco, D. Hipólito Pascual Nafría (1884-1971), era muy anciano. Tenía más de 80 años. Su joven coadjutor, hombre
dinámico, con espíritu conciliar, me pidió que recitara una poesía religiosa
que ya no recuerdo. Todo estaba envuelto en un ambiente de piedad. No sé cómo
entendí el significado de la primera comunión. Pero sí recuerdo que era muy
consciente de que recibía a Jesús “en forma de pan” y de que tenía que ser
amigo suyo. Para no olvidarme, conservo todavía el sencillo recordatorio, con foto incluida.
Hoy -sobre todo en este mes- se siguen
celebrando numerosas “primeras comuniones”. Algunos las tildan también de “últimas”
porque muchos niños, por razones diversas (casi siempre, de tipo familiar), se
descuelgan poco después de la participación en la Eucaristía. A menudo, los
excesos de la fiesta civil son inversamente proporcionales a los defectos de la
celebración religiosa. En torno a las “primeras comuniones” se ha desarrollado
un negocio (vestidos, recuerdos, regalos, comidas, etc.) que opaca su verdadero sentido. ¿Podemos
reaccionar todavía o estamos ya atrapados por una espiral incontrolable? Algunos
padres me han confesado que desearían una celebración sobria y alegre para la
comunión de sus hijos, pero que les influye mucho el entorno. No quieren que su
hijo o hija sean diferentes a los
demás niños. “No podemos ser menos”. El consumo marca las reglas e impone los gustos.
Lo que está en
juego es la iniciación cristiana. Quizá tengamos que tocar fondo para
redescubrir, poco a poco, el verdadero sentido de las cosas. Algunas diócesis han dado orientaciones concretas. No es un problema
de los niños sino de los mayores. Los niños poseen una capacidad extraordinaria
para conectar con el Misterio. Necesitan nutrirla en un ambiente (familiar y
parroquial) adecuado. La “primera” comunión tiene sentido si constituye un hito
en un itinerario de fe, no una celebración aislada que se recuerda solo por los
regalos recibidos. Los padres, los pastores y las comunidades cristianas pueden imaginar celebraciones más sencillas, profundas y alegres. Los mismos niños, con su creatividad innata, pueden sugerir a los mayores cómo les gustaría que fuera su primer encuentro con Jesús Eucaristía. Nos llevaríamos más de una sorpresa.
Felicidades Gonzalo.
ResponderEliminarTanto en la primera comunión, como en otros momentos de la vida, es más problema de los mayores el no querer ser menos que de los propios niños. Vivimos en un mundo lleno de competitividades
Muchas gracias por tu felicitación, M. Dolors.
EliminarNo sé si hay que felicitarte por el aniversario de tu Primera Comunión, por la reflexión de hoy o por otra razón que desconozco. En todo caso, mi felicitación porque cualquiera de los motivos la merece. Lo de la P Comunión creo que no solo obliga a los padres que, en muchos casos, es el único dia que van a misa y a la Iglesia, hasta el próximo funeral, sino de todos los católicos y dirigidos por la Jerarquia. Al final este negocio también, y sobre todo, deteriora la Misión. El siguiente paso será que cada vez haya más comuniones, con minúscula y civiles. En mi época ( también 15 de mayo), ni comida (solo churros y chocolate porque todo el que comulgaba estaba hambriento sin comer ni beber desde las 12 de la noche anterior) y los recordatorios numerados. No es cuestión de que la recepción del Sacramento suponga grandes requisitos pero parece que si convendría alguno para que, al menos, se respete.
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