Ayer viernes pasé la
tarde con un matrimonio amigo paseando por las calles de Sevilla. Nos conocimos hace 30 años, cuando ambos todavía
no se habían casado. Con ellos comparto la fe,
los valores esenciales, muchos gustos estéticos y la pasión por llamar al pan pan, y al vino vino.
Sentados junto al río Guadalquivir, contemplando la Giralda iluminada, compartimos el reverso del tapiz de nuestras vidas, los hilos multicolores que aparecen en perfecto desorden y que pocos ven. Solo los amigos se atreven a mostrar la "cara B" de la propia vida sin temor a ser juzgados, con la secreta esperanza de que algún día será posible ver el anverso bello del tapiz. Lo que hoy parece deshilachado, mañana se revelará como una figura hermosa y llena de sentido. Pero esto requiere paciencia y compasión.
Conservo amigos de las etapas
de la infancia y de la adolescencia. Es
difícil explicar cómo se teje una historia de amistad tan larga. En realidad, yendo más al fondo, me cuesta
saber en qué consiste el milagro de la amistad. A diferencia del cantante
brasileño Roberto Carlos, yo no aspiro a tener un millón de amigos, ni siquiera en Facebook. Aquí la cantidad no importa. Me reconozco más en otra de sus canciones – Amigo –, sobre todo en la estrofa que dice: “Recuerdo que juntos pasamos muy duros
momentos / Y tú no cambiaste por fuertes que fueran los vientos. / Es tu corazón
una casa de puertas abiertas. / Tú eres realmente el más cierto en horas
inciertas”. Los verdaderos amigos se notan en los momentos de crisis e
incertidumbre. Es verdad. Quizá por eso mi canción favorita es la que comenté hace unas
semanas en este rincón: You’ve got a friend, de Carole King.
No necesito explicar de nuevo por qué.
Recuerdo que
cuando estudiaba 6º de bachillerato en el instituto, uno de los profesores
solía repetir a menudo: “Un amigo es un
tesoro”. A mí me sonaba a eslogan publicitario que conectaba con la pasión
por la amistad que se vive en la adolescencia. De hecho, nosotros la repetíamos burlándonos un poco de ella. Sonaba demasiado solemne o quizá cursi. Pero la frase, en realidad, estaba
inspirada en uno de los versículos del capítulo 6 del libro del Eclesiástico referidos
a la amistad. Se pueden leer hoy como si acabaran de ser escritos:
Sean muchos los que te saludan,pero confidente, uno entre mil;
si adquieres un amigo, hazlo con tiento,
no te fíes enseguida de él;
porque hay amigos de un momento
que no duran en tiempo de peligro;
hay amigos que se vuelven enemigos
y te afrentan descubriendo tus riñas;
hay amigos que acompañan en la mesa
y no aparecen a la hora de la desgracia;
cuando te va bien, están contigo;
cuando te va mal, huyen de ti;
si te alcanza la desgracia, te dan la espalda
y se esconden de tu vista.
Apártate de tu enemigo
y sé cauto con tus amigos.
El amigo fiel es refugio seguro;
quien lo encuentra, encuentra un tesoro;
un amigo fiel no tiene precio
ni se puede pagar su valor;
un amigo fiel es remedio de vida:
quien respeta al Señor lo consigue;
quien respeta al Señor consolida su amistad,
porque su amigo será como sea él.
¿Por qué quien encuentra un
amigo encuentra un tesoro? Recuerdo haber leído al respecto cosas hermosas en
Aristóteles (“Un amigo es una sola alma
habitando en dos cuerpos”), Cicerón (“Vivir
sin amigos no es vivir”), Ovidio, Unamuno, etc. Me sigue impresionando que
Jesús quiera llamar a sus discípulos amigos
(cf. Jn 15,14) y que en los evangelios se hable de algunos de sus amigos y amigas; en especial, de Lázaro y sus hermanas Marta y María.
Aun así, no logro
saber qué es lo que convierte a un conocido en amigo y por qué esta experiencia puede ser considerada un tesoro. No basta tener una cierta
afinidad en cuanto a los valores esenciales de la vida o a los gustos. Algunos
de mis amigos se declaran ateos y eso no es óbice para nuestra relación. Con
otros no comparto opiniones políticas ni gustos estéticos. Eso sí: siempre
prima un respeto exquisito a las convicciones del otro.
La amistad no guarda
relación con el tiempo transcurrido juntos. A algunos de mis mejores amigos
hace años que no los veo. Con muchas personas con quienes trato a diario solo
tengo una buena relación de camaradería. ¿Tendrá que ver la amistad con el
hecho de abrir las puertas de nuestra casa interior, de nuestra intimidad? Sin
duda, pero a veces las abrimos también a otras personas (psicólogos,
confesores, etc.) con quienes no nos liga una relación de amistad sino, más
bien, profesional.
Hay algo que, sin ser exclusivo,
sí me parece esencial en toda relación de amistad y que sostiene el amor mutuo:
el hecho de poder manifestarnos tal como somos. Para un amigo verdadero somos
una persona, nunca un personaje. Somos queridos y aceptados por lo que somos.
No importa que tengamos éxito o fracasemos, que seamos famosos o desconocidos,
que tengamos un alto nivel de instrucción o una educación básica. Importa que
somos nosotros mismos. No tenemos nada que esconder, disimular, agrandar o
empequeñecer. Cuando se da esta transparencia, comienza a surgir la amistad. Esto sí es un verdadero tesoro. Ninguna lotería proporciona semejante plenitud.
En
una sociedad tan competitiva, excluyente e hipócrita como la nuestra, la amistad es un
oasis reparador, una escuela de autenticidad en la que la persona no se oculta tras el personaje. Por eso, cuanto más expuestos estamos a la ficción o al
halago, más necesitamos el bálsamo de la amistad.
Tengo anotadas un par de pintadas
que me parecen no solo ocurrentes sino reveladoras: “Un amigo es alguien que comprende tu pasado, cree en tu futuro, y te
acepta de la forma que eres”. La segunda tiene su pizca de sal: “Los amigos son esas personas que te
preguntan cómo estás y esperan para escuchar la respuesta”.
Cuando la noche sevillana se volvió fresca, mis amigos me llevaron a casa en su coche. Dejé que reposaran las vivencias de un encuentro entrañable y di gracias a Dios por una tarde muy especial y por todos los amigos y amigas que me ha regalado a lo largo de los años. Si algunos leéis este blog, sabed que os incluyo de corazón en esta acción de gracias. Luego me puse a teclear estas notas en el portátil. Al releerlas, tengo la impresión de no haber expresado ni el 10% de lo que sentí. ¡Me encanta que las mejores cosas sean inefables!
Un +1 bien gordo
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