Comprendo que el
título puede desorientar, sobre todo a aquellos que huyen de cualquier exageración o fundamentalismo. Por eso, es mejor que empecemos clarificando los
términos, haciendo –como decían los escolásticos– una definitio terminorum. La mayoría de la gente, cuando oye la palabra
radical piensa en una persona “extremosa,
tajante, intransigente”. Pero cabe decir que ésta es la quinta acepción que
registra el diccionario de la RAE. La cuarta es: “partidario de reformas
extremas”; la tercera: “total o completo”; la segunda: “fundamental o esencial”.
Pues bien, yo uso el término en su primera acepción: “perteneciente o relativo a la raíz”. Para mí, una persona radical es la que tiene raíces; es decir, la capacidad de
absorber lo que necesita y transformarlo en savia vivificadora. También
podríamos decir que una persona radical es una persona profunda, que no se pierde en la superficie, que no confunde lo
real con lo visible (“Lo esencial es invisible a los ojos”, decía El Principito).
Como veis, después de la
pausa intrascendente de ayer, hemos vuelto a las andadas. Y todo por culpa de
un enorme roble que hay en los jardines de Buckden Towers. En el desayuno me
han asegurado que es el roble más viejo de Inglaterra. No puedo documentarlo.
Pero, además de su longevidad, lo que impresiona es su aire majestuoso, la
articulación de sus poderosas ramas, todavía visibles porque apenas están
brotando unas hojitas tiernas. Para que este anciano roble haya soportado las
inclemencias británicas (con inviernos rigurosos, abundante lluvia y vientos despiadados),
es necesario que tenga unas raíces profundas y siempre activas. Ayer no resistí la
tentación de contemplarlo de lejos, fotografiarlo... y acercarme con respeto. No
lo abracé porque no soy seguidor de la arboterapia y, sobre todo, porque no hay
forma de abarcar su robusto tronco con la envergadura de los brazos.
Reconozco
que este viejo roble se ha convertido, sin pretenderlo, en un maestro de
fidelidad. Hace ya muchos años que el teólogo abulense Olegario González de
Cardedal escribió su famoso libro Elogio
de la encina. Existencia cristiana y fidelidad creadora. El símbolo escogido fue la resistente encina castellana, capaz de aguantar los fríos inviernos de la meseta y los estíos abrasadores. Pues en esa
misma línea, yo tendría que escribir ahora Elogio
del roble de Buckden Towers. Profundidad y futuro. Estoy convencido de que
muchas de las cosas que hacemos no son creativas por falta de raíces. Una cosa
es ser ocurrente y otra muy distinta ser creativo. La creatividad se alimenta
de la memoria; es decir, de las raíces. Sin raíces, sin tradición, no hay
futuro. Por eso, recelo tanto de las personas (sobre todo, políticos) que, desde
una ignorancia enciclopédica de la historia, se atreven a hacer propuestas
imposibles. Son pan para hoy y hambre para mañana. Solo quien conoce bien la historia
puede ser creador de futuro. Quizá por eso una nación tan tradicional como
Inglaterra ha sido, al mismo tiempo, cuna de grandes creadores en todos los campos
del saber. Y sigue siendo hoy un lugar de innovación. Aquí vienen muchos jóvenes de toda Europa en busca de futuro. Una de las naciones más viejas de Europa está "vendiendo" futuro. ¡Si el viejo roble
pudiera hablar!
¿Os acordáis de aquel éxito de los años 70 titulado Tie a Yellow Ribbon Round the Old Oak Tree (Ata una cinta amarilla alrededor del viejo roble)? Pues aquí os dejo con la versión española cantada por Los Mismos. Y todo por el asunto del viejo roble de Buckden.
Gracias por clarificar el término de radical.
ResponderEliminarEs fácil ir a la quinta acepción... necesitamos tener raices...