Empezamos el mes
de abril. En el hemisferio norte, se cruzan las dos pes: la de Primavera y la de Pascua. La vida que renace en la naturaleza es un símbolo de la vida nueva que Jesús nos regala. Para mí será un mes muy itinerante. Mañana salgo para Lisboa y Fátima. Después me
aguardan otros destinos: Londres, Sevilla, etc. Os iré contando algo al hilo de
los lugares y las experiencias vividas. Al fin y al cabo, uno de los objetivos de este blog es compartir la pasión por la vida en diversos lugares del mundo.
Con el comienzo del mes quiero empezar también una miniserie de posts dedicados a las obras de misericordia. No hago sino recoger la invitación
que el papa Francisco nos hizo en la bula de presentación del Jubileo de la
Misericordia:
“Es mi vivo deseo que el
pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. Será un modo
para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la
pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los
pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús
nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si
vivimos o no como discípulos” (MV 15).
A lo largo de estos meses se está escribiendo
mucho sobre las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. Se puede decir que, tras años de silencio, se han puesto otra vez de moda. Ya no se trata solo de listas aprendidas en el catecismo infantil sino de modos concretos, siempre actuales, de expresar la preocupación por los demás, el amor. Espero que también esté creciendo la práctica. En eso estamos.
La primera obra
de misericordia corporal es dar
de comer al hambriento. Se suele decir que el estómago es el segundo
cerebro: “Panza llena, corazón contento”. Si falta la alimentación básica, todo se tambalea. De ahí, mi afición al desayuno consistente.
Hace unas semanas, os conté la experiencia de la “comida con los pobres” en la iglesia de Santa Lucia in Gonfalone de Roma. En el mes de enero pude conocer de cerca “La Taulada”, un comedor social impulsado por el claretiano Joan Font, párroco del Lledó, en Valls (Tarragona). Me sorpendió la dedicación y humanidad de los alrededor de 30 voluntarios. Como estas iniciativas hay miles en todo el mundo. Son muchas las personas que trabajan en Cáritas y otras organizaciones para dar cuerpo a esta obra de misericordia. Tenemos que valorar este esfuerzo quienes, a menudo, justificamos nuestra pasividad diciendo que no tenemos tiempo o que "dar de comer" favorece el asistencialismo y la dependencia.
Hace unas semanas, os conté la experiencia de la “comida con los pobres” en la iglesia de Santa Lucia in Gonfalone de Roma. En el mes de enero pude conocer de cerca “La Taulada”, un comedor social impulsado por el claretiano Joan Font, párroco del Lledó, en Valls (Tarragona). Me sorpendió la dedicación y humanidad de los alrededor de 30 voluntarios. Como estas iniciativas hay miles en todo el mundo. Son muchas las personas que trabajan en Cáritas y otras organizaciones para dar cuerpo a esta obra de misericordia. Tenemos que valorar este esfuerzo quienes, a menudo, justificamos nuestra pasividad diciendo que no tenemos tiempo o que "dar de comer" favorece el asistencialismo y la dependencia.
Lo que nos indigna es por qué sigue
habiendo hambre en el mundo cuando hoy disponemos de muchos más recursos de los necesarios para poder paliarla. ¿Qué diabólicos intereses impiden dar de comer a la humanidad? El primero de los famosos Objetivos del Milenio es precisamente erradicar la pobreza
y el hambre. Para un
creyente, no hay discusión. Dar de comer es procurar que los hijos e hijas de
Dios vivan con dignidad. Jesús, que fue un experto en comidas, que fue acusado de "comilón y borracho" (cf. Mt 11,19), y que nos dejó su presencia asociada al pan y al vino, invitó a sus discípulos a saciar el hambre de la gente: "Dadles vosotros de comer" (Lc 9,13). No solo eso, sino que él mismo se presenta como hambriento necesitado de ayuda en la persona de todos los que pasan hambre: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer" (Mt 25,34-35).
¿Cómo practicar hoy esta obra de misericordia sin que parezca que regalamos las migajas de nuestra mesa, lo que nos sobra? No basta "echar de comer" en los comedores sociales, proporcionar alimentos a las familias necesitadas o distribuir bolsas de comida a los mendigos de la calle. La obra de misericordia va mucho más lejos. Implica un itinerario de dignificación humana, una propuesta de vida, porque quien te da de comer te está diciendo: "Quiero que tú vivas". No me limito a llenarte el estómago, quiero que disfrutes de la vida que mereces. Un monje italiano que entiende mucho de alimentos y de cocina ha escrito algo que a mí me ilumina:
¿Cómo practicar hoy esta obra de misericordia sin que parezca que regalamos las migajas de nuestra mesa, lo que nos sobra? No basta "echar de comer" en los comedores sociales, proporcionar alimentos a las familias necesitadas o distribuir bolsas de comida a los mendigos de la calle. La obra de misericordia va mucho más lejos. Implica un itinerario de dignificación humana, una propuesta de vida, porque quien te da de comer te está diciendo: "Quiero que tú vivas". No me limito a llenarte el estómago, quiero que disfrutes de la vida que mereces. Un monje italiano que entiende mucho de alimentos y de cocina ha escrito algo que a mí me ilumina:
“Para que un alimento pueda satisfacer nuestra hambre, es necesario
que broten de él –más allá de las proteínas, los hidratos de carbono y las
vitaminas– la inteligencia, la pasión y el corazón del ser humano que
transfigura las criaturas en don para sus semejantes. Entonces, en el asombro
compartido, descubriremos que el apetito del hombre es infinito porque, en
realidad, no pertenece al cuerpo sino al alma”.
Esto lo entendió Jesús muy
bien. Por eso, hizo de la comida uno de sus instrumentos de encuentro con las
personas, un símbolo sublime de su propuesta de otro mundo, un anticipo del Reino de Dios. Otro italiano, Cesare Pagazzi, ha escrito un
librito que trata sobre esto: "La cucina del Risorto. Gesù cuoco per l'umanità affamata" (La cocina del Resucitado. Jesús, cocinero para la humanidad hambrienta). Dar el salto de aquí a la Eucaristía no resulta difícil.
En español solemos llamar “comedor”
al lugar donde la familia se reúne para ingerir los alimentos. En el lenguaje
monástico, este lugar se llama “refectorio” porque –aunque, de hecho, mucho monjes
comen aprisa y sin hablar– la comida es, sobre todo, un lugar de encuentro en
el que rehacemos no solo el cuerpo sino el espíritu. Por eso, una de las
mayores urgencias que hoy observo no es solo “dar de comer a los hambrientos”
(gracias a Dios existen, al menos en nuestro contexto, multitud de iniciativas)
sino redescubrir el sentido de comer juntos en tiempos en los que se impone el
autoservicio. Son pocas las familias que consiguen reunirse siquiera una vez al
día para compartir la comida. Y, a
menudo, este tiempo se emplea para wasapear
mientras se devoran a toda prisa los alimentos. Cada uno está a su rollo. En realidad, los satisfechos del estómago son los
primeros “hambrientos” de comunicación y encuentro. También aquí llega la obra de misericordia: dar de comer al hambriento de relación y de escucha.
Manos Unidas-Campaña contra el hambre lleva más
de 50 años trabajando por combatir el hambre en el mundo. Este año su mensaje es directo: Plántale cara al hambre.
Os dejo con él. Siempre nos despierta y estimula.
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