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viernes, 1 de abril de 2016

Dar de comer al hambriento

Empezamos el mes de abril. En el hemisferio norte, se cruzan las dos pes: la de Primavera y la de Pascua. La vida que renace en la naturaleza es un símbolo de la vida nueva que Jesús nos regala. Para mí será un mes muy itinerante. Mañana salgo para Lisboa y Fátima. Después me aguardan otros destinos: Londres, Sevilla, etc. Os iré contando algo al hilo de los lugares y las experiencias vividas. Al fin y al cabo, uno de los objetivos de este blog es compartir la pasión por la vida en diversos lugares del mundo.

Con el comienzo del mes quiero empezar también una miniserie de posts dedicados a las obras de misericordia. No hago sino recoger la invitación que el papa Francisco nos hizo en la bula de presentación del Jubileo de la Misericordia: 

“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y  espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos” (MV 15).

A lo largo de estos meses se está escribiendo mucho sobre las obras de misericordia, tanto corporales como espiritualesSe puede decir que, tras años de silencio, se han puesto otra vez de moda. Ya no se trata solo de listas aprendidas en el catecismo infantil sino de modos concretos, siempre actuales, de expresar la preocupación por los demás, el amor. Espero que también esté creciendo la práctica. En eso estamos.



La primera obra de misericordia corporal es dar de comer al hambriento. Se suele decir que el estómago es el segundo cerebro: “Panza llena, corazón contento”. Si falta la alimentación básica, todo se tambalea. De ahí, mi afición al desayuno consistente. 

Hace unas semanas, os conté la experiencia de la “comida con los pobres” en la iglesia de Santa Lucia in Gonfalone de Roma. En el mes de enero pude conocer de cerca “La Taulada”, un comedor social impulsado por el claretiano Joan Font, párroco del Lledó, en Valls (Tarragona). Me sorpendió la dedicación y humanidad de los alrededor de 30 voluntarios. Como estas iniciativas hay miles en todo el mundo. Son muchas las personas que trabajan en Cáritas y otras organizaciones para dar cuerpo a esta obra de misericordia. Tenemos que valorar este esfuerzo quienes, a menudo, justificamos nuestra pasividad diciendo que no tenemos tiempo o que "dar de comer"  favorece el asistencialismo y la dependencia.

Lo que nos indigna es por qué sigue habiendo hambre en el mundo cuando hoy disponemos de muchos más recursos de los necesarios para poder paliarla. ¿Qué diabólicos intereses impiden dar de comer a la humanidad? El primero de los famosos Objetivos del Milenio es precisamente  erradicar la pobreza y el hambrePara un creyente, no hay discusión. Dar de comer es procurar que los hijos e hijas de Dios vivan con dignidad. Jesús, que fue un experto en comidas, que fue acusado de "comilón y borracho" (cf. Mt 11,19), y que nos dejó su presencia asociada al pan y al vino, invitó a sus discípulos a saciar el hambre de la gente: "Dadles vosotros de comer" (Lc 9,13). No solo eso, sino que él mismo se presenta como hambriento necesitado de ayuda en la persona de todos los que pasan hambre: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer" (Mt 25,34-35).

¿Cómo practicar hoy esta obra de misericordia sin que parezca que regalamos las migajas de nuestra mesa, lo que nos sobra? No basta "echar de comer" en los comedores sociales, proporcionar alimentos a las familias necesitadas o distribuir bolsas de comida a los mendigos de la calle. La obra de misericordia va mucho más lejos. Implica un itinerario de dignificación humana, una propuesta de vida, porque quien te da de comer te está diciendo: "Quiero que tú vivas". No me limito a llenarte el estómago, quiero que disfrutes de la vida que mereces. Un monje italiano que entiende mucho de alimentos y de cocina ha escrito algo que a mí me ilumina: 

“Para que un alimento pueda satisfacer nuestra hambre, es necesario que broten de él –más allá de las proteínas, los hidratos de carbono y las vitaminas– la inteligencia, la pasión y el corazón del ser humano que transfigura las criaturas en don para sus semejantes. Entonces, en el asombro compartido, descubriremos que el apetito del hombre es infinito porque, en realidad, no pertenece al cuerpo sino al alma”. 

Esto lo entendió Jesús muy bien. Por eso, hizo de la comida uno de sus instrumentos de encuentro con las personas, un símbolo sublime de su propuesta de otro mundo, un anticipo del Reino de Dios. Otro italiano, Cesare Pagazzi, ha escrito un librito que trata sobre esto: "La cucina del Risorto. Gesù cuoco per l'umanità affamata" (La cocina del Resucitado. Jesús, cocinero para la humanidad hambrienta). Dar el salto de aquí a la Eucaristía no resulta difícil.

En español solemos llamar “comedor” al lugar donde la familia se reúne para ingerir los alimentos. En el lenguaje monástico, este lugar se llama “refectorio” porque –aunque, de hecho, mucho monjes comen aprisa y sin hablar– la comida es, sobre todo, un lugar de encuentro en el que rehacemos no solo el cuerpo sino el espíritu. Por eso, una de las mayores urgencias que hoy observo no es solo “dar de comer a los hambrientos” (gracias a Dios existen, al menos en nuestro contexto, multitud de iniciativas) sino redescubrir el sentido de comer juntos en tiempos en los que se impone el autoservicio. Son pocas las familias que consiguen reunirse siquiera una vez al día para compartir la comida. Y, a menudo, este tiempo se emplea para wasapear mientras se devoran a toda prisa los alimentos. Cada uno está a su rollo. En realidad, los satisfechos del estómago son los primeros “hambrientos” de comunicación y encuentro. También aquí llega la obra de misericordia: dar de comer al hambriento de relación y de escucha.


Manos Unidas-Campaña contra el hambre lleva más de 50 años trabajando por combatir el hambre en el mundo. Este año su mensaje es directo: Plántale cara al hambre. Os dejo con él. Siempre nos despierta y estimula. 


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