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lunes, 25 de abril de 2016

Buon giorno, Italia

Hoy debería escribir este post en italiano. Aquí, en Italia, il bel paese, celebramos la fiesta de la Liberación; es decir, el fin del nazifascismo  (la salida definitiva de las tropas alemanas y la captura del Duce Mussolini), el nacimiento de la nueva Italia tal como la conocemos hoy. Es, sobre todo, la fiesta de los partisanos (partigiani), los que desde la resistencia lucharon contra las tropas invasoras. 

Han pasado ya 71 años desde aquel abril de 1945. Quizá la fiesta ha ido perdiendo significado, pero para conmemorarla todavía muchos italianos cuelgan en sus casas la bandera tricolore: el verde recuerda el color de las llanuras de Italia, sobre todo de la famosa llanura padana; el blanco simboliza la nieve de sus alturas; y el rojo, la sangre de los caídos en las guerras. Es, pues, un buen día para escribir algo sobre este país maravilloso que enamora a todos cuantos lo visitan. No se lo admira mucho (porque es muy imperfecto), pero se lo quiere (porque es entrañable) y se lo critica (porque solo nos atrevemos a criticar lo que, en el fondo, amamos). 

¿Cómo resumir en pocas frases lo que significa la patria de Julio César, Octavio, Cicerón, Virgilio, Dante, Petrarca, Giotto, San Francisco de Asís, Santa Clara, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Siena, San Felipe Neri, Americo Vespuccio, Giordano Bruno, Giuseppe Verdi, Alessandro Manzoni, San Juan Bosco, Guglielmo Marconi, Enrico Caruso, Alcide De Gasperi, Arturo Toscanini, San Juan XXIII, Sofía Loren, Federico Fellini, Anna Magnani, Rita Levi Montalcini, Luciano Pavarotti, Roberto Benigni, Valentino Rossi, Gianluigi Buffon, Alessandro del Piero, Monica Bellucci, Laura Pausini...? ¡Demasiada historia para tan poca pero hermosa geografía! No olvidemos que el adjetivo italiano por antonomasia, aplicado a todo tipo de personas y objetos, es bello (bello, hermoso, lindo, bonito): Ma che bello!

Mi primer contacto con Italia fue en septiembre de 1981. Volar era todavía muy caro, así que viajé en tren de Madrid a Roma. 30 horas de viaje lento y pesado. Viví en este país, como estudiante en especialización, casi dos años, hasta junio de 1983. Todavía eran los años de plomo. Estaba fresco el secuestro y asesinato de Aldo Moro (1978), el terremoto de Irpinia (1980) con casi 3.000 muertos, el atentado contra Juan Pablo II (1981), etc. En varias ocasiones visité la zona de los terremotati en algunos pueblos de la provincia de Avellino. Fueron años intensos y hermosos. Roma era una ventana abierta de par en par. Conocí a muchas personas, me dejé seducir por el ambiente universal de la Ciudad Eterna. En ese lapso de tiempo, Italia ganó la Copa del Mundo de fútbol (1982). Días antes, yo había sido ordenado sacerdote. Regresé a España en autobús (Roma-Génova) y en barco (Génova-Barcelona) en una preciosa noche de verano. 

Durante los años 80 y 90 del siglo pasado volví en varias ocasiones a Italia por motivos diversos, pero siempre fueron estancias cortas. Desde octubre de 2003, vivo en Roma, aunque paso mucho tiempo viajando por todo el mundo. O sea, que, haciendo números, he pasado en Italia casi 15 años de mi vida, el tiempo suficiente para afirmar que este país forma parte de mí, para sentirme cómodo hablando su hermosa lengua y respirando el peso y la belleza de su paisaje y su historia. He tenido la oportunidad de visitar Venezia, Milano, Firenze, Bari, Napoli, Pisa, Bologna, Mantova, Verona, Trieste, Perugia, Assisi, Matera... y tantos otros pueblos y ciudades. 


Cuando viajo fuera tengo que enfrentarme a los tópicos asociados a Italia: pasta, pizza, mafia, desorden, corrupción, amiguismo, burocratismo, catenaccio, etc. Reconozco que muchos tienen una sólida base. Por lo general, constituyen el reverso de lo mejor del país. El sábado, sin ir más lejos, vi la película Quo vado?, protagonizada por el cómico Checco Zalone. Es una comedia que denuncia con humor muchos de los males italianos, comenzando por la obsesión del “puesto fijo”: es decir, un trabajo de funcionario público que te permita vivir hasta la jubilación sin hacer nada. Si tuviera que decirlo en una sola palabra, diría que Italia es un pueblo viejo: por lo tanto, sabio, paciente, amigable, socarrón, vividor, relativista. 

Pero también imbroglione (embaucador-tramposo), abandonado, supersticioso, "chaquetero"… En Italia conviven el último modelo de Ferrari o el mueble de diseño ultramoderno con el tren más antiguo y sucio que uno pueda imaginarse, los científicos de vanguardia con los jovencísimos sicarios de la camorra napolitana, las obras de arte más sublimes con la basura amontonada en las calles. Son los contrastes de un pueblo viejo que no acaba de tejer en un único tapiz sus innumerables hilos multicolores. Es viejo como pueblo, pero joven como país. No es fácil articular en un proyecto común unidades que han tenido vida autónoma durante siglos. A veces, la RAI y la selección de fútbol (gli azzurri) hacen más por la unidad de Italia que todos los gobiernos juntos y las innumerables leyes con que el Estado italiano "castiga" a sus sufridos y astutos ciudadanos, a sabiendas de que la mayoría de ellas van a ser incumplidas, por redundantes e inútiles.

Un viejo chiste resume bien la creatividad italiana. Se dice que en el siglo XVI Suiza era un país tranquilo, de hermosos pueblos alpinos, donde siempre reinaba una gran paz. Italia, por el contrario, era un laberinto de intrigas, pasiones, guerras, etc. Un mosaico tan complejo y caótico que solo produjo genios como Leonardo da Vinci, Galileo Galilei, Michelangelo Buonarrotti, Raffaello Sanzio y una lista interminable de científicos, artistas, fundadores, santos, etc. En ese mismo tiempo, la pacífica y ordenada Suiza logró inventar... ¡el reloj de cuco! La creatividad es siempre un producto excelso de la memoria y del caos. Puedo asegurar que Italia es un país de extensa memoria (en el que confluyen pueblos diversos) y caótico de principio a fin. Por eso mismo, en sus mejores momentos, es también sorprendentemente creativo. El pueblo italiano siempre acaba encontrando una salida , incluso en las situaciones más obtusas.

Ayer Roma era, una vez más, una ciudad caótica; por eso mismo, viva y juvenil. Las calles estaban llenas de adolescentes -unos 120.000- que habían venido para participar en el "Giubileo dei ragazzi". El papa Francisco les dirigió un vibrante homilía en la plaza de san Pedro.

Tres vídeos os pueden acercar, en clave de humor, a la realidad de un país maravilloso, lleno de contradicciones, que merece un mejor futuro en línea con su brillante pasado. 

El primero (5 minutos) compara las conductas de los italianos con las de otros europeos, sobre todo del Norte.


El segundo (6 minutos) es una canción de Toto Cotugno, que fue muy popular en los años 80 y describe bien la Italia de aquel tiempo: L'italiano.


El tercero es una versión iconoclasta de la famosa canción partisana O bella, ciao. Es precisamente la canción que más se canta en un día como hoy. Para ver el vídeo tenéis que pulsar el logo de YouTube que aparece en el extremo inferior derecho.



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