Pocos textos del
Nuevo Testamento me resultan más inspiradores que el que propone el evangelio
de este miércoles
de la Octava de Pascua. Lo he
estudiado, meditado, explicado y propuesto infinidad de veces y en contextos
muy diversos. Sigue atrapándome. Hace un par de años, estando en Medellín
(Colombia), escribí unas notas sobre este Camino
de Emaús desde una perspectiva terapéutica, como un itinerario de
recuperación de la alegría tras experiencias de fracaso y decepción. Los "dimisionarios" pueden volver a ser "misioneros". Hay un camino de bajada (Jerusalén-Emaús), que simboliza la frustración y la soledad. Y un camino de subida (Emaús-Jerusalén) que simboliza la recuperación de la alegría misionera y de la comunidad.
Hoy
quisiera acercarme a este texto del Evangelio de Lucas
desde un himno litúrgico que lo recrea y actualiza. Os confieso que este himno
me acompaña desde los 17 años. Siempre me ha parecido hermoso e interpelante. En
el estribillo, le pide al Señor que se quede con nosotros “porque la tarde está cayendo”. Os propongo escucharlo con calma, en la versión musical de Juan Antonio Espinosa.
Voy a comentar ahora cada una de las cuatro estrofas.
¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.
Me duele pensar
que el camino de Jesús “no es nuestro
camino”. Es como si él tuviera su plan de viaje y nosotros el nuestro. Como
si él nos dejara plantados con la mesa puesta. Adivino que el ademán de Jesús
de “seguir adelante” no es sino una
forma sutil y amorosa de despertar nuestro deseo. Me viene a la mente la
palabra poética de Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: “¿Adónde te escondiste, / amado, y me
dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido; / salí tras ti
clamando y eras ido”. Cuando sentimos que él se esfuma, que nos quedamos
solos en este mundo inerte, que navegamos a golpes de continuos clicks, entonces –movidos por una
nostalgia anidada en el alma– decimos, casi gritamos: “Detente con nosotros; no nos dejes solos, siéntate a la mesa”.
¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.
Dios, a veces,
nos da miedo, sobre todo cuando lo imaginamos con rasgos de juez implacable o
de “gran hermano” que vigilia todos nuestros rincones desde su gran computadora
celeste. Jesús, con su humanidad, nos ha revelado un rostro distinto: ¡Dios es
un padre misericordioso! Pero, ¿cómo podremos saber que Jesús es un verdadero
hombre y no el mito que cada época se inventa a la medida de sus deseos y
frustraciones? Necesitamos verlo a nuestro nivel, compartiendo “nuestra mesa humilde”. Entonces, cuando
él tome el pan, lo bendiga, lo rompa y lo reparta; es decir, cuando él nos
sorprenda con una eucaristía doméstica, íntima, “el gozo irá alejando la oscuridad que pesa sobre el hombre”. Este
verso encierra una verdad olvidada: la Eucaristía es el mayor antidepresivo que
podemos imaginar en un mundo lastrado por una “infinita tristeza” (papa Francisco).
Hace años se vendió mucho el libro Más
Platón y menos Prozac. Reivindicaba la filosofía frente a las
pastillas. Me atrevo a remedarlo así: Menos
Prozac y más Eucaristía.
Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.
Jesús se ha
presentado como la luz del mundo (cf. Jn 8,12). Donde él está, su hermoso rostro
–“Eres el más bello de los hombres”, canta
el salmo 44– se convierte en un
espejo refulgente que proyecta el chorro de la luz de Dios para disipar toda
tiniebla. También a nosotros nos alcanza, como a Moisés, esa luz, hasta el
punto de transformar nuestros rostros en rostros resplandecientes, en testigos
de la Luz: “Tu luz nos haces ver la luz”
(Sal 35,10). Nuestro deseo es que “el viento de la noche no apague el fuego
vivo”, que otras luces menores no nos desvíen del camino, que la noche de
la duda o de la injusticia no malogre el tesoro que nos dejó su paso “en la mañana”.
Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.
Para seguir buscando
sin errar no nos basta la brújula de nuestra inteligencia ni la sabiduría de lo
que otros han dicho. Necesitamos “las
ascuas encendidas del Espíritu”. Solo el Espíritu de Jesús puede limpiar su
imagen “empañada por la culpa”; sobre
todo, por el olvido que ha ido llenando su imagen bella de las telarañas de la
indiferencia. ¿Siguen estando nuestras manos “tendidas en tu busca”?
Mañana viernes 31 de marzo comienza
en Madrid la 45 Semana Nacional para Institutos de
Vida Consagrada. Deseo a mis hermanos claretianos que la organizan y a
todos los que van a participar en ella un encuentro renovador con Cristo
resucitado. La Vida Consagrada no puede abandonarse a la frustración. Los
religiosos y religiosas están llamados a pasar “de quemados a encendidos”. Necesitamos
recorrer con Jesús el camino hacia Emaús.
Gracias por EL CAMINO DE EMAUS, desde esta perspectiva de terapia... Terapia válida para tod@s, religios@s y/o seglares que estamos dedicados a diferentes trabajos y obligaciones pero que estamos en la misma búsqueda.Todos necesitamos recorrer el camino de Emaús, de vez en cuando.
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