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jueves, 24 de marzo de 2016

¡Qué noche la de aquel día!

Este blog no es un espacio de comentarios litúrgicos. En la red abundan las páginas de recursos para vivir la liturgia cristiana. Pero voy a hacer una excepción durante los próximos días porque cualquier otro tema que no tenga que ver con el misterio que los cristianos recordamos me parece casi fuera de lugar. Uso el verbo recordar con un sentido único: hacer actual lo que sucedió en el pasado, no simplemente rememorar o conmemorar unos hechos, como podemos conmemorar este año el cuarto centenario de la muerte de Cervantes o Shakespeare.

En los días que siguen a la primera luna llena después del equinoccio de primavera la liturgia nos propone celebrar que Jesucristo murió (Viernes Santo), fue sepultado (Sábado Santo) y resucitó (Domingo de Pascua). Estos son los tres días que constituyen el único día del Triduo Pascual. La tarde del Jueves Santo es como una gran obertura que nos presenta en síntesis los temas principales de esta ópera magna que es la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo.

Este año voy a vivir el Triduo Pascual en Roma. Dentro de poco iré a la Basílica de san Pedro para participar en la Misa Crismal con el papa Francisco y centenares de obispos y sacerdotes. Por la tarde celebraré la misa in coena Domini en una pequeña residencia de ancianas. Seremos pocos: las ancianas, las cuatro religiosas que las cuidan y algunos vecinos del barrio. Nada comparable –en cuando al número de personas y la solemnidad– a la liturgia que se celebrará en muchas catedrales e iglesias de todo el mundo. Y, sin embargo, el misterio es el mismo. Quiero compartir con los lectores de este blog tres flashes que iluminan sin deslumbrar. Cada uno está tomado de una de las tres lecturas que se proclaman en la misa del Jueves Santo.

El primer flash viene del libro del Éxodo: Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas… Es la Pascua, el paso del Señor…” . Para el pueblo judío, incluso hoy, no hay noche comparable a esta. Aunque la fiesta tiene connotaciones cósmicas y agrícolas, su significado más profundo es histórico: el “paso” (pascua) de la esclavitud a la libertad. Solo quien siente en carne propia el peso de las cadenas, comprende lo que significa el éxodo. Pienso en los esclavos negros de las plantaciones de Estados Unidos y sus potentes cantos inspirados  en la liberación de Israel. O en el recurso al Éxodo que en su momento hizo la teología de la liberación. Hoy, un poco narcotizados por la sociedad del entretenimiento, tenemos poca conciencia de nuestras esclavitudes: más bien, nadamos en ellas. No aspiramos a ninguna liberación sino solo a gestionar el presente de la manera más satisfactoria posible. El sueño de la liberación nace de la esperanza en otro mundo posible. Cuándo ésta mengua, no se anhela ningún “paso”, ninguna pascua. Y, mucho menos, el “paso” de un Señor que parece haberse olvidado de sus hijos e hijas, dejándolos a su arbitrio en este inmenso parque de atracciones –pero también campamento de refugiados– que es el mundo.

El segundo flash es de la primera carta a los corintios: “En la noche en que iban a entregarlo… tomó pan, lo bendijo, lo partió y dijo”. Pablo, en su carta a la comunidad de Corinto, escrita probablemente en Éfeso hacia el año 55, se hace eco de una tradición que le precede. También aquí hace referencia a una noche especial. Para mí, la palabra clave de esta noche no es paso sino entrega. Antes de que Jesús sea entregado a las autoridades judías y romanas, él mismo se entrega en los símbolos del pan y del vino. La secuencia eucarística “tomar-bendecir-partir-repartir” indica bien en qué consiste su entrega. Por eso me resulta tan difícil separar la entrega de la propia vida a través del servicio de la celebración de la Eucaristía.  Cada vez entiendo menos –lo confieso con pena– a los que, con buena voluntad, repiten la cantinela: “Lo que importa es ser buenos; eso de ir a misa no tiene importancia”. ¿Por qué hemos llegado a este divorcio? ¿Por qué lo que Jesús ha unido lo hemos separado los hombres, incluso los que nos consideramos creyentes? Drama sobre drama. Fracaso de una evangelización a medias, amputada.

El tercer flash es del evangelio de Juan: “Los amó hasta el extremo… se pone a lavarles los pies a los discípulos”. Salvo en algunas culturas orientales, hoy solo se lava los pies a los niños y a los enfermos y ancianos impedidos. En el mundo occidental, ésta no es ya una práctica de hospitalidad. Pocos la entienden. Me pregunto si sigue teniendo sentido conservarla en la liturgia del Jueves Santo. Y, sin embargo, en su aparente anacronismo, está desnudando nuestros conceptos románticos del amor. El Jesús que se ciñe la toalla inaugura la “teología del delantal”, por usar la sugerente expresión del obispo italiano don Tonino Bello. El amor se muestra en la capacidad de hacernos esclavos de los demás. Creo que no he podido usar una expresión más desafortunada en tiempos en los que reivindicamos hasta la exasperación nuestra sacrosanta libertad individual, nuestro derecho a la privacy y la dignidad entendida como la actitud de quien no se doblega nunca. Jesús, el Hijo, que no se arrodilla ni ante Herodes ni ante Pilatos, no tiene inconveniente en reclinarse para lavar los pies de sus discípulos. Quizá esta noche, en el silencio de la Hora Santa, lejos de los discursos, se nos conceda la gracia de entender qué significa esto, por qué Jesús “siendo de condición divina… se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo” (Flp 2,6-7).

Uno de los cantos típicos del Jueves Santo, legado por la tradición, es el Pange lingua. Os dejo con esta nostálgica versión del Pange lingua, interpretada por el grupo Mocedades. Para poder seguirla mejor, aquí tenéis la letra (en latín y en español).

(latín)

PANGE LINGUA
(español)
Pange, lingua, gloriosi
Córporis mystérium
Sanguinísque pretiósi,
Quem in mundi prétium
Fructus ventris generósi
Rex effúdit géntium.

Nobis datus, nobis natus
Ex intácta Vírgine,
Et in mundo conversátus,
Sparso verbi sémine,
Sui moras incolátus
Miro clausit órdine.

In supremæ nocte coenæ
Recumbens cum frátribus,
Observata lege plene
Cibis in legálibus,
Cibum turbæ duodenæ
Se dat súis mánibus.

Verbum caro, panem verum
Verbo carnem éfficit,
Fitque Sanguis Christi merum,
Et, si sensus déficit,
Ad firmandum cor sincerum
Sola fides súfficit.

Tantum ergo Sacraméntum,
Venerémur cérnui:
Et antíquum documentum
Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum
Sénsuum deféctui.

Genitori Genitóque,
Laus et iubilátio;
Salus, honor, virtus quoque,
Sit et benedíctio;
Procedénti ab utróque
Compar sit laudátio.
Amen.
Canta, oh lengua,
el misterio del glorioso Cuerpo
y de la Sangre preciosa
que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre generoso,
derramó en rescate del mundo.

Nos fue dado,
nos nació de una Virgen sin mancha;
y después de pasar su vida en el mundo,
una vez propagada la semilla de su palabra,
terminó el tiempo de su destierro
dando una admirable disposición.

En la noche de la Última Cena,
sentado a la mesa con sus hermanos,
después de observar plenamente
la ley sobre la comida legal,
se da con sus propias manos
como alimento para los doce.

El Verbo encarnado, pan verdadero,
lo convierte con su palabra en su carne,
y el vino se convierte en la sangre de Cristo.
Y aunque fallan los sentidos,
solo la fe es suficiente
para fortalecer el corazón en la verdad.

Veneremos, pues,
postrados tan grande Sacramento;
y la antigua imagen ceda el lugar
al nuevo rito;
la fe reemplace
la incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo
sean dadas alabanza y gloria,
fortaleza, honor,
poder y bendición;
una gloria igual sea dada a
aquel que de uno y de otro procede.
Amén.


La versión litúrgica que os propongo a continuación mantiene el sentido del original, pero elabora el texto de manera poética. Es la recomendable para la oración personal.

Que la lengua humana
cante este misterio:
la preciosa sangre
y el precioso cuerpo.
Quien nació de Virgen
Rey del universo,
por salvar al mundo,
dio su sangre en precio.

Se entregó a nosotros,
se nos dio naciendo
de una casta Virgen;
y, acabado el tiempo,
tras haber sembrado
la palabra al pueblo,
coronó su obra
con prodigio excelso.

Fue en la última cena
-ágape fraterno-,
tras comer la Pascua
según mandamiento,
con sus propias manos
repartió su cuerpo,
lo entregó a los Doce
para su alimento.

La palabra es carne
y hace carne y cuerpo
con palabra suya
lo que fue pan nuestro.
Hace sangre el vino,
y, aunque no entendemos,
basta fe, si existe
corazón sincero.

Adorad postrados
este Sacramento.
Cesa el viejo rito;
se establece el nuevo.
Dudan los sentidos
y el entendimiento:
que la fe lo supla
con asentimiento.

Himnos de alabanza,
bendición y obsequio;
por igual la gloria
y el poder y el reino
al eterno Padre
con el Hijo eterno,
y al divino Espíritu
que procede de ellos. Amén.




2 comentarios:

  1. Me han gustado mucho tus reflexiones. Siempre das un tono que facilita llevar a la práctica lo que nos enseñas. Cuando tanta gente dice lo de lo importante es ser bueno té das cuenta que es otra consecuencia más del relativismo y creo que también de la exigencia grande a los curas. Me aburre con su sermón dejo de ir a misa pero soy bueno. Y lo de hacerse esclavo creo que nos anima a tratar de ser capaces de hacer algo más en el amor fraterno y no sólo en ser amable y sonriente con los que me rodean y caen bien. Un abrazo

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  2. Muchísimas gracias Gonzalo por tu reflexión, intensa y por todos los enlaces, incluído el canto.
    Me ha ayudado a vivir un jueves santo muy diferente, has ayudado a dar un "salto cualitativo"...
    Me ha gustado la teología del delantal, por la profundidad que conlleva, precisamente, su sencillez. Será fácil, cada vez que me ponga el delantal, recordar su mensaje, el de servir...
    Buenas noches.

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