Este blog no es un espacio de comentarios litúrgicos.
En la red abundan las páginas de recursos para vivir la liturgia
cristiana. Pero voy a hacer una excepción durante los próximos días
porque cualquier otro tema que no tenga que ver con el misterio que los
cristianos recordamos me parece casi fuera de lugar. Uso el verbo recordar con un sentido único: hacer actual lo que sucedió en el
pasado, no simplemente rememorar o conmemorar unos hechos, como podemos
conmemorar este año el cuarto centenario de la muerte de Cervantes o
Shakespeare.
En los días que siguen a la primera luna llena después del equinoccio de primavera, la liturgia nos propone celebrar que Jesucristo murió (Viernes Santo), fue sepultado (Sábado Santo)
y resucitó (Domingo de Pascua). Estos son los tres días que constituyen el único día del Triduo Pascual. La tarde del Jueves
Santo es como una gran obertura que nos presenta en síntesis los temas
principales de esta ópera magna que
es la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo.
Este año voy a
vivir el Triduo Pascual en Roma. Dentro de poco iré a la Basílica
de san Pedro para participar en la Misa Crismal con el papa Francisco y centenares
de obispos y sacerdotes. Por la tarde celebraré la misa in coena Domini en una pequeña residencia de ancianas. Seremos
pocos: las ancianas, las cuatro religiosas que las cuidan y algunos vecinos del
barrio. Nada comparable –en cuando al número de personas y la solemnidad– a la
liturgia que se celebrará en muchas catedrales e iglesias de todo el mundo. Y,
sin embargo, el misterio es el mismo. Quiero compartir con los lectores de este
blog tres flashes que iluminan sin deslumbrar. Cada uno está tomado de una de
las tres lecturas que se proclaman en la misa del Jueves Santo.
El primer flash viene del
libro del Éxodo: “Esa noche comeréis
la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas… Es la
Pascua, el paso del Señor…” . Para el pueblo judío, incluso hoy, no hay
noche comparable a esta. Aunque la fiesta tiene connotaciones cósmicas y agrícolas, su
significado más profundo es histórico: el “paso” (pascua) de la esclavitud a la
libertad. Solo quien siente en carne propia el peso de las cadenas, comprende
lo que significa el éxodo. Pienso en los esclavos negros de las plantaciones de
Estados Unidos y sus potentes cantos
inspirados en la liberación de Israel. O
en el recurso
al Éxodo que en su momento hizo la teología de la liberación. Hoy, un
poco narcotizados por la
sociedad del entretenimiento, tenemos poca conciencia de nuestras
esclavitudes: más bien, nadamos en ellas. No aspiramos a ninguna liberación sino solo a
gestionar el presente de la manera más satisfactoria posible. El sueño de la
liberación nace de la esperanza en otro mundo posible. Cuándo ésta mengua, no
se anhela ningún “paso”, ninguna pascua. Y, mucho menos, el “paso” de un Señor
que parece haberse olvidado de sus hijos e hijas, dejándolos a su arbitrio en este
inmenso parque de atracciones –pero también campamento de refugiados– que es el
mundo.
El segundo flash es de la primera
carta a los corintios: “En la noche en que iban a entregarlo…
tomó pan, lo bendijo, lo partió y dijo”. Pablo, en su carta a la comunidad de Corinto,
escrita probablemente en Éfeso hacia el año 55, se hace eco de una tradición
que le precede. También aquí hace referencia a una noche especial. Para mí, la
palabra clave de esta noche no es paso sino entrega. Antes
de que Jesús sea entregado a las
autoridades judías y romanas, él mismo se
entrega en los símbolos del pan y del vino. La secuencia eucarística “tomar-bendecir-partir-repartir”
indica bien en qué consiste su entrega. Por eso me resulta tan difícil separar
la entrega de la propia vida a través del servicio de la celebración de la Eucaristía.
Cada vez entiendo menos –lo confieso con
pena– a los que, con buena voluntad, repiten la cantinela: “Lo que importa es
ser buenos; eso de ir a misa no tiene importancia”. ¿Por qué hemos llegado a
este divorcio? ¿Por qué lo que Jesús ha unido lo hemos separado los hombres,
incluso los que nos consideramos creyentes? Drama sobre drama. Fracaso de una
evangelización a medias, amputada.
El
tercer flash es del evangelio de
Juan: “Los amó hasta el extremo… se pone a lavarles los
pies a los discípulos”. Salvo
en algunas culturas orientales, hoy solo se lava los pies a los niños y a los
enfermos y ancianos impedidos. En el mundo occidental, ésta no es ya una
práctica de hospitalidad. Pocos la entienden. Me pregunto si sigue teniendo
sentido conservarla en la liturgia del Jueves Santo. Y, sin embargo, en su aparente
anacronismo, está desnudando nuestros conceptos románticos del amor. El Jesús
que se ciñe la toalla inaugura la “teología
del delantal”, por usar la sugerente expresión del obispo italiano don Tonino Bello. El
amor se muestra en la capacidad de hacernos
esclavos de los demás. Creo que no he podido usar una expresión más desafortunada
en tiempos en los que reivindicamos hasta la exasperación nuestra sacrosanta libertad
individual, nuestro derecho a la privacy y
la dignidad entendida como la actitud de quien no se doblega nunca. Jesús, el
Hijo, que no se arrodilla ni ante Herodes ni ante Pilatos, no tiene inconveniente
en reclinarse para lavar los pies de sus discípulos. Quizá esta noche, en el
silencio de la Hora Santa, lejos de los discursos, se nos conceda la gracia de entender
qué significa esto, por qué Jesús “siendo de condición divina… se despojó de su
grandeza, tomó la condición de esclavo” (Flp 2,6-7).
Uno de los cantos típicos del Jueves Santo, legado por la tradición, es el Pange lingua. Os dejo con esta
nostálgica versión del Pange lingua, interpretada por el grupo Mocedades. Para poder seguirla mejor, aquí tenéis la letra (en latín y en español).
(latín)
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PANGE LINGUA
(español)
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Pange, lingua, gloriosi
Córporis mystérium
Sanguinísque pretiósi,
Quem in mundi prétium
Fructus ventris generósi
Rex effúdit géntium.
Nobis datus, nobis natus
Ex intácta Vírgine,
Et in mundo conversátus,
Sparso verbi sémine,
Sui moras incolátus
Miro clausit órdine.
In supremæ nocte coenæ
Recumbens cum frátribus,
Observata lege plene
Cibis in legálibus,
Cibum turbæ duodenæ
Se dat súis mánibus.
Verbum caro, panem verum
Verbo carnem éfficit,
Fitque Sanguis Christi
merum,
Et, si sensus déficit,
Ad firmandum cor sincerum
Sola fides súfficit.
Tantum ergo Sacraméntum,
Venerémur cérnui:
Et antíquum documentum
Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum
Sénsuum deféctui.
Genitori Genitóque,
Laus et iubilátio;
Salus, honor, virtus
quoque,
Sit et benedíctio;
Procedénti ab utróque
Compar sit laudátio.
Amen.
|
Canta, oh lengua,
el misterio del glorioso Cuerpo
y de la Sangre preciosa
que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre
generoso,
derramó en rescate del
mundo.
Nos fue dado,
nos nació de una Virgen
sin mancha;
y después de pasar su vida
en el mundo,
una vez propagada la
semilla de su palabra,
terminó el tiempo de su
destierro
dando una admirable
disposición.
En la noche de la Última
Cena,
sentado a la mesa con sus
hermanos,
después de observar
plenamente
la ley sobre la comida
legal,
se da con sus propias
manos
como alimento para los
doce.
El Verbo encarnado, pan
verdadero,
lo convierte con su
palabra en su carne,
y el vino se
convierte en la sangre de Cristo.
Y aunque fallan los
sentidos,
solo la fe es suficiente
para fortalecer el corazón
en la verdad.
Veneremos, pues,
postrados tan grande
Sacramento;
y la antigua imagen ceda
el lugar
al nuevo rito;
la fe reemplace
la incapacidad de los
sentidos.
Al Padre y al Hijo
sean dadas alabanza y
gloria,
fortaleza, honor,
poder y bendición;
una gloria igual sea dada
a
aquel que de uno y de otro
procede.
Amén.
|
La versión litúrgica que os propongo a continuación mantiene el sentido del original, pero elabora el texto de manera poética. Es la recomendable para la oración personal.
Que la lengua
humana
cante este
misterio:
la preciosa
sangre
y el precioso
cuerpo.
Quien nació de
Virgen
Rey del
universo,
por salvar al
mundo,
dio su sangre
en precio.
Se entregó a
nosotros,
se nos dio
naciendo
de una casta
Virgen;
y, acabado el
tiempo,
tras haber
sembrado
la palabra al
pueblo,
coronó su obra
con prodigio
excelso.
Fue en la
última cena
-ágape
fraterno-,
tras comer la
Pascua
según
mandamiento,
con sus propias
manos
repartió su
cuerpo,
lo entregó a
los Doce
para su
alimento.
|
La palabra es
carne
y hace carne y
cuerpo
con palabra suya
lo que fue pan
nuestro.
Hace sangre el
vino,
y, aunque no
entendemos,
basta fe, si
existe
corazón
sincero.
Adorad
postrados
este
Sacramento.
Cesa el viejo
rito;
se establece el
nuevo.
Dudan los
sentidos
y el
entendimiento:
que la fe lo
supla
con asentimiento.
Himnos de
alabanza,
bendición y
obsequio;
por igual la
gloria
y el poder y el
reino
al eterno Padre
con el Hijo
eterno,
y al divino
Espíritu
que procede de
ellos. Amén.
|
Me han gustado mucho tus reflexiones. Siempre das un tono que facilita llevar a la práctica lo que nos enseñas. Cuando tanta gente dice lo de lo importante es ser bueno té das cuenta que es otra consecuencia más del relativismo y creo que también de la exigencia grande a los curas. Me aburre con su sermón dejo de ir a misa pero soy bueno. Y lo de hacerse esclavo creo que nos anima a tratar de ser capaces de hacer algo más en el amor fraterno y no sólo en ser amable y sonriente con los que me rodean y caen bien. Un abrazo
ResponderEliminarMuchísimas gracias Gonzalo por tu reflexión, intensa y por todos los enlaces, incluído el canto.
ResponderEliminarMe ha ayudado a vivir un jueves santo muy diferente, has ayudado a dar un "salto cualitativo"...
Me ha gustado la teología del delantal, por la profundidad que conlleva, precisamente, su sencillez. Será fácil, cada vez que me ponga el delantal, recordar su mensaje, el de servir...
Buenas noches.