No me gusta usar
tacos, pero tengo que ser fiel al autor de la frase. Hoy, navegando por “El
Mundo” digital, me he encontrado con una entrevista
al cantante Coque Malla. Apenas he escuchado de él alguna canción suelta. Pero
me ha llamado la atención su sinceridad. A la pregunta “¿A quién reza un ateo
como usted?” ha respondido: “A algo intangible que los ateos sufrimos. A veces
tenemos ganas de rezar y no tenemos a nadie porque no creemos. Es una putada.
Hay veces que tienes tantas ganas de rezar y pedir algo poderoso que cambie las
cosas...Yo siempre había sido un ateo convencido, pero llega un momento en que
no creer en nada es una putada. Y me inventé esta canción. Dios no voy a decir,
Alá tampoco... Así que Santo, Santo”.
¿Quién no ha tenido, a veces, la impresión de que orar es como hablar con las paredes? Hace años que me acompaña esta canción de Luis Alfredo Díaz. Pone letra y música a la sensación de que orar es la actividad humana más inútil: “A veces, me parece que estoy loco, un interlocutor a quien le han colgado el teléfono, un vendedor de feria que se ha quedado sin voz”.
¿Quién no ha tenido, a veces, la impresión de que orar es como hablar con las paredes? Hace años que me acompaña esta canción de Luis Alfredo Díaz. Pone letra y música a la sensación de que orar es la actividad humana más inútil: “A veces, me parece que estoy loco, un interlocutor a quien le han colgado el teléfono, un vendedor de feria que se ha quedado sin voz”.
Cuando he presidido algunos funerales de jóvenes muertos
en accidente de tráfico me he estremecido viendo cómo sus amigos lloran
desconsolados. Algunos –como Coque Malla– sienten ganas de rezar, pero no saben
a quién. Creen que no creen. Su oración está hecha de lágrimas y vacíos.
Utilizan un eufemismo para no tener que usar la palabra “cielo”, tan ligada a
la fe. Dicen: “allá donde estés”. Es el último resquicio de una fe que, como
las brasas cubiertas de ceniza, no ha desaparecido del todo. Y quizá ni siquiera
puede desaparecer porque está anclada en nosotros, en nuestro ADN. No encuentro mejor
explicación antropológica que la que nos brindó Agustín de Hipona hace dieciséis
siglos: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón siempre estará inquieto
hasta que no descanse en ti”. Tiene razón Coque Malla: “Llega un momento en que
no creer en nada es una putada”. Ni siquiera tienes alguien a quien echarle la
culpa del sufrimiento inútil.
Algunos de mis
amigos se confiesan ateos. No me asusta. La vida es demasiado compleja como para resolver su misterio de forma rápida o ingenua. Han combatido la batalla por el sentido
de la vida y, de momento, no vislumbran ningún Dios en el horizonte. Otros
siguen siendo víctimas de una triste educación infantil que les pintó un Dios
despótico y ridículo en el que hace falta cuajo para creer. Lo
que me desconsuela es encontrar a gente –jóvenes, sobre todo– que despachan el
asunto con una indiferencia insultante. La putada, entonces, no es “no creer en
nada” sino naufragar en el océano de la superficialidad.
Interesante!
ResponderEliminarHay que enseñarle a esos jóvenes a ARDER EN CARIDAD!
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