Hablemos de
política antes de que alguien me diga que no quiero mojarme con temas
calientes. Sigo de cerca la situación de mi país, aunque vivo en Italia. Después
de las elecciones del pasado 20-D, está resultando complejo formar un nuevo
gobierno en España. Es verdad que el PSOE y C’s han firmado un acuerdo “para
un gobierno reformista y de progreso”, pero sus 130 diputados no son
suficientes para obtener los 176 votos que se requieren para la mayoría
absoluta en las Cortes. Podemos ha quedado excluido. A menos que haya sorpresas
de última hora, es posible que nadie supere la votación de investidura y que,
por tanto, se convoquen nuevas elecciones.
Se está
escribiendo y hablando tanto de este asunto que no es fácil orientarse. Tengo
parientes y amigos podemitas. Basta seguir sus cuentas de Facebook: canonizan a
Pablo Iglesias y sus colegas y demonizan a Rajoy y los suyos sin tomarse mucho
tiempo en matices. O se defiende a “la casta” (curiosa categoría copiada del
italiano Beppe Grillo) o se está con “la gente” (curiosa transformación del
clásico concepto de pueblo). Pura dialéctica marxista pasada por Photoshop.
Tengo también familiares y conocidos que son votantes del PP o del PSOE –bastante avergonzados, la
verdad– teniendo en cuenta los numerosos casos de corrupción que están saltando en ambos partidos. Una persona muy cercana milita en Izquierda Unida. Y luego estoy yo, ejemplo de irresponsabilidad,
porque –por razones que no vienen a cuento– no voté en las pasadas elecciones.
¿Qué hacer cuándo
cuatro partidos aspiran a formar parte del gobierno pero ninguno por sí solo
puede lograrlo? Esta pregunta inquietaría a muy pocos en Italia. Hay una larga
tradición al respecto. Felipe González, el viejo líder socialista, ya dijo con
ironía que preveía en España “un
parlamento a la italiana, pero sin italianos para gobernar”; es decir,
sin personas adiestradas en el arte de caminar hacia “convergencias
paralelas”, chocante tesis atribuida al político democristiano Aldo
Moro en relación al “compromesso storico” entre la Democracia Cristiana y el Partido
Comunista.
El periodista inglés John
Carlin, con la ironía que le caracteriza, sostiene que la ausencia en español
de un término semejante al inglés compromise
(verbo y sustantivo) indica la falta de una verdadera cultura del pacto en España. Él
llega a atribuir este hecho al influjo del dogmatismo católico que ha creado una
mentalidad extremista e inquisitorial interiorizada incluso por aquellos laicistas
que reniegan de la religión. Aparte de que esta opinión es muy discutible, hay
en todas estos enfoques algo desafiante: necesitamos
aprender a vivir en una sociedad abierta y plural y a gestionar creativamente
la diversidad. Este aprendizaje no se reduce a estrategias de diálogo y
métodos de acuerdos. Tiene que ver con la comprensión de la verdad y, en
definitiva, con la dinámica compleja de la vida.
Hace tiempo le oí
contar una anécdota al P. Adolfo Nicolás, Prepósito General de los jesuitas,
que él mismo escribe en un número reciente de “La civiltà cattolica”. Un obispo japonés, refiriéndose al
versículo del Evangelio "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn
14,6), dijo que la enseñanza de Jesús se puede entender de maneras diversas
según continentes y religiones. Asia, en particular, puede ser considerado como
el continente del "camino". De hecho, en Asia siempre se busca el
camino, el cómo: cómo hacer yoga, cómo concentrarse, cómo meditar.
Yoga, zen, religión, judo –considerado como el camino de los débiles, ya que
utiliza la fuerza de los demás– son todos considerados como itinerarios. Sin
crear oposiciones, debemos tener en cuenta que Europa y los Estados Unidos
están preocupados, sobre todo, por la "verdad"; América Latina y
África están preocupados por la "vida". Según el obispo asiático, necesitamos
a todos, porque cada uno tiene una sabiduría y una contribución que hacer a la
humanidad.
¿Sería tan difícil
aplicar esto al campo de la política? ¿Cuándo va a surgir una generación –¡ojo,
estamos, en el terreno educativo!– que no esté obsesionada por marcar límites,
señalar líneas rojas, acentuar lo propio, sino por descubrir lo mejor de los
demás en vistas al bien común? Los errores y retrocesos forman parte de ese
arduo proceso de aprendizaje colectivo. No hay que asustarse, pero conviene dar
pasos en la dirección correcta.
Qué bien nos vendría tener políticos, bueno no, mejor comentaristas que supieran difundir estas ideas. España es ahora el espacio de la no neutralidad. Nadie es capaz de hablar objetivamente. Y así es díficil el caminar. Gracias Gonzalo
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