sábado, 23 de enero de 2021

Reforzar las defensas

Desde ayer por la tarde estoy dando un curso online. Unas 12 horas en total. Hoy no eres nadie si no das o recibes un curso online. Desde que empezó la pandemia se ha puesto tan de moda la plataforma digital Zoom, que muchos empezamos a estar un poco “zoombados” (o sea, personas “locas, de poco juicio”, que así es como define la RAE el término “zumbado”). Como me dijo hace un par de días con un poco de guasa un amigo mío que vive en Chicago, la eclosión digital nos ha obligado a cambiar el viejo dicho cartesiano. Ya no decimos “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo), sino “cogito, ergo zoom” (pienso, luego utilizo la plataforma Zoom). El secreto consiste en dosificar los tiempos y las intervenciones para que las clases no resulten pesadas. Procuro alternar las presentaciones power point, los vídeos de dos o tres minutos, las explicaciones a cámara, las reuniones por grupos en cinco salas virtuales y los diálogos entre todos. Así sobreviví la tarde de ayer y pienso seguir haciéndolo a lo largo de la jornada de hoy. 

El tema del curso tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo. Se titula “La pandemia, metáfora y oportunidad”. Tras una larga introducción en la que me pregunto qué nos está pasando, abordo cuatro contenidos fundamentales: 1) Las máscaras y las mascarillas (el desafío de la autenticidad); 2) El confinamiento (el cultivo de la soledad y la interioridad); 3) El distanciamiento social (las nuevas formas de fraternidad); y 4) La eclosión virtual (una oportunidad para la creatividad pastoral). Quedan fuera otras muchas cuestiones que he ido abordando en este Rincón en los últimos diez meses: el impacto de la “muerte robada”, el arrinconamiento de los ancianos, las repercusiones en la economía y el trabajo, el aumento de los desequilibrios emocionales, etc.

Es curioso que la campaña de vacunación, largamente esperada, haya coincidido con el repunte de la “tercera ola”, como si la pandemia se hubiera empeñado en no abandonarnos fácilmente. Las cifras de contagios y muertos que están registrando la mayor parte de los países europeos superan a las de la primera ola. La diferencia es que ahora parece que le hemos perdido el miedo al virus o no nos dejamos asustar por las llamadas a la precaución con las que nos bombardean día y noche los políticos y los medios. Creo que hemos entrado ya en esa fase en la que, superado el umbral de la atención, nos da casi igual diez que ciento. Si no, no se explica este fuerte rebrote invernal. Es un momento delicado. El cansancio acumulado puede hacer que tiremos la toalla. Quizá la estrategia mejor pasa por no poner tanto el acento en lo que hacemos mal y en los peligros que se ciernen sobre nosotros si no cumplimos las normas, cuanto en una invitación a luchar contra el virus fortaleciendo nuestro sistema inmunológico. Y lo mismo podría decirse de nuestra vida en general. Cuanto más nos fortalecemos espiritualmente, mejor podemos combatir los muchos virus que amenazan.

Precisamente ayer me llegó por WhatsApp un texto que apunta en esa dirección. Desconozco su autoría. Lo transcribo íntegro, a sabiendas de que una cosa no quita la otra. La promoción de hábitos saludables de vida debe ir acompañada de medidas de contención. Lo que importa es que el miedo no se apodere de nosotros.

👉¿POR QUÉ NO INFORMAN PARA SANARNOS?

¿A qué hora se le ha explicado a la población que cada uno tiene la capacidad de reforzar naturalmente su sistema inmunológico en pocos días (los más pequeños) o en pocas semanas los adultos?

👉¿Por qué no involucrarse en los canales informativos con plataformas y profesionales de salud que hablen de prevención, como nutricionistas, naturópatas, fitoterapeutas, que podrían realizar un inmenso trabajo de información y prevención al público y a la vez aligerar el trabajo de los médicos y sanitarios que están en el frente?

👉¿Por qué no decirle a la gente que comer basura, como productos industriales, trabajados y refinados, es lo primero que destruye nuestras defensas inmunes?

🍎 Que la eficacia de nuestro sistema inmunológico depende estrechamente de la calidad de nuestra flora intestinal y, por lo tanto, de la calidad de lo que comemos.

🍏 Por lo tanto, frutas y verduras crudas, locales y de temporada son la mejor manera de acumular rápidamente nuestras reservas minerales necesarias para la inmunidad...

👉¿Por qué no explicar que por ejemplo un ayuno intermitente controlado fortalece el sistema inmunológico en tan solo 3 días?

🌞 Que una correcta respiración tiene la capacidad de reducir niveles altos en producción de cortisol, hormona reguladora de tus niveles de estrés.

👉¿Por qué no hablar de los beneficios de una ducha fría o un baño en el mar, que en pocos días aumenta el nivel de algunos linfocitos T?

👉¿Por qué no explicar que plantas como la equinácea, el astrágalo, el saúco, la rosa canina, la artemisa... en sus formas concentradas y correctas, aumentan las defensas inmunes en pocas semanas?

👉¿Por qué no hablar de la eficacia de los aceites esenciales antivirales...

👉... además de la vitamina C a dosis altas, la importancia de la vitamina D y minerales como el zinc, selenio, magnesio? Todo ello es fácil y barato de obtener. En ocasiones, como en el caso de la luz solar, ¡gratuito!

👉¿Por qué no hablar de cómo una sana actividad deportiva activa las hormonas de la alegría y el bienestar?

👉¿Por qué no hablar de la importancia de la calidad de nuestros pensamientos y de la conexión entre la mente y el cuerpo?

👉¿Por qué no hablar de la fortaleza del amor y la compañía, que curan mucho más que el aislamiento y la desconfianza?

👉¿Por qué no hablar del bienestar inmediato que nos da caminar o estar en la naturaleza?

👉¿Por qué no explicar que el miedo es inmunosupresor? Y genera, más que nada: enfermedad, debilidad, ansiedad, sufrimiento.


viernes, 22 de enero de 2021

Con corazón de padre

El pasado 8 de diciembre de 2020, el papa Francisco publicó la Carta Apostólica Patris corde con motivo del 150 aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia universal. Hoy, entrados ya en el nuevo año, quiero hacerme eco de esa carta. En ella, el papa Francisco destaca siete aspectos de la silenciosa figura de José de Nazaret, todos ellos asociados a su condición de “padre” de Jesús: padre amado, padre en la ternura, padre en la obediencia, padre en la acogida, padre en la valentía creativa, padre trabajador y padre en la sombra. Merece la pena profundizar en cada uno de ellos a lo largo de este “Año de san José” que comenzó el pasado 8 de diciembre y terminará el 8 de diciembre de 2021. Como señala el Papa en su carta, “todos pueden encontrar en San José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad”. El hecho de que este Año especial coincida con la pandemia nos permite afrontar la situación desde las siete actitudes que el papa Francisco atribuye a san José en su carta apostólica.

Antes de venir a mi despacho esta mañana, he pasado, como todos los días, frente a una pequeña mesita que hay en la escalera principal de mi casa. En ella, junto a dos flores de pascua ya mustias, yace la figurita del san José durmiente, que tanto ha popularizado el papa Francisco. Viéndolo, caigo en la cuenta de que en la Iglesia de hoy, junto a los principios “petrino”, “mariano”, “joánico, “jacobeo” y “paulino” (es decir, junto a las maneras de vivir la fe en Jesús representadas por Pedro, María, Juan, Santiago y Pablo), habría que añadir el “principio josefino”. 

José de Nazaret no es un pilar como Pedro, o un evangelizador incansable como Pablo. Tampoco aparece con la hondura mística de Juan o la fogosidad de Santiago. Es un hombre que duerme, sueña, escucha, calla y obedece. Y lo hace junto a María, su esposa. No es un hombre pasivo, sino un hombre que confía plenamente en Dios a pesar de que todo se le pone en contra. Sabe que las cosas no dependen de él. En vez de rebelarse con autosuficiencia, invocando su condición de jefe de familia, acepta que Dios lleve las riendas de su pequeña historia personal y de la historia del mundo. El hecho de que los evangelios no nos hayan transmitido ni una sola palabra puesta en sus labios refuerza la idea de esta sumisión silenciosa.

A primera vista, puede parecer que una figura así dista mucho del ideal de hombre y de creyente que hoy valoramos cuando solemos hablar de una persona buscadora, crítica, activa, responsable y dueña de sus decisiones. Tengo la intuición, sin embargo, de que José de Nazaret representa un modo alternativo de situarnos ante Dios que puede conectar mucho con lo que hoy estamos necesitando. Los meses de la pandemia nos han ido mostrando hasta qué punto nuestras ínfulas de grandeza eran bastante fútiles. Nos creíamos dueños de la naturaleza y señores de la historia, pero un simple virus ha puesto en jaque estos delirios de omnipotencia. Tenemos la oportunidad de aprender a ser más humildes, más conscientes de nuestros límites y de la necesidad que tenemos de ser ayudados y protegidos, de no estar siempre en pie de guerra, sino de saber descansar y dormir con la certeza de que “es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!” Sal 127,2). La figurita del san José durmiente me parece una hermosa expresión de este salmo que nos ayuda a caer en la cuenta de que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 126,1). 

¡Ojalá este Año nos permita comprender que se puede ser un excelente cristiano en el anonimato de la vida cotidiana, sin necesidad de hacer cosas que dejen huella o de ser famosos! La mayoría de nosotros pertenecemos a esta categoría y somos felices. 

[Os recomiendo escuchar la canción del vídeo que os pongo a continuación. Creo que os gustará].



jueves, 21 de enero de 2021

La terna del Capitolio

A las 5 de la tarde de ayer, conmocionado todavía por la noticia de la explosión que se produjo en una céntrica calle de Madrid, me puse ante la pantalla de mi ordenador para seguir en directo la ceremonia de inauguración de la presidencia de Joe Biden. Hoy todos los medios le dedican un amplio espacio. Se analiza la ceremonia desde múltiples ángulos, desde la hollywoodiana puesta en escena hasta el contenido de las diversas intervenciones. Todo tuvo la solemnidad, concisión y patriotismo de las grandes ceremonias estadounidenses. Yo me fijé en la terna formada por tres católicos intervinientes: el anciano jesuita Leo O’Donovan, la extravagante Lay Gaga y, por supuesto, el flamante presidente Joe Biden. Mientras personas tan distintas oraban, cantaban o pronunciaban su discurso, yo pensaba en su común condición de cristianos católicos, vivida de manera muy distinta. ¿Hasta qué punto su fe en Jesús y su pertenencia a la Iglesia son el verdadero motor de sus vidas? ¿Sería posible ver algo semejante en Europa?

Me pareció providencial que, en un momento tan tenso como el que vive ahora Estados Unidos, los tres, desde ángulos y posiciones diversas, contribuyeran a serenar los ánimos y trabajar por la reconciliación nacional. Ya sé que los tres son muy criticados por otros católicos más tradicionales por considerar que se trata de personas heterodoxas o un poco extravagantes. Quizás no les falta algo de razón, pero ayer agradecí que los tres fueran capaces de “evangelizar”; es decir, de comunicar buenas noticias a una sociedad que lleva años sobrecargada de problemas y que, en los meses de la pandemia, ha acumulado más muertos (406.147, en el momento de escribir esta entrada) que durante toda la Segunda Guerra Mundial.

El anciano jesuita Leo J. O’Donovan, amigo de la familia Biden, leyó una Oración de invocación, costumbre arraigada en los Estados Unidos y que en la mayor parte de los países europeos se consideraría un atentado a la laicidad de los estados. Extraigo solo unas pocas palabras que constituyen una confesión de los errores del pasado y un propósito de la enmienda pensando en el inmediato futuro: “Hoy confesamos nuestros pasados fracasos para vivir de acuerdo con nuestra visión de igualdad, inclusión y libertad para todos. Sin embargo, nos comprometemos decididamente aún más ahora a renovar la visión, a cuidarnos los unos a los otros de palabra y obra, especialmente a los menos afortunados de entre nosotros, y así convertirnos en una luz a la que el mundo pueda mirar”. En varias ocasiones, el padre O’Donovan, que ha sido presidente de la prestigiosa universidad de Georgetown, hizo referencia a las personas necesitadas y vulnerables. No podía faltar esta alusión en un país que se precia de ser el paraíso de las oportunidades, pero que deja en el margen a muchas personas, comenzando por millones de inmigrantes pobres e indocumentados.

Cuando le llegó el turno a la extravagante Lady Gaga todo adquirió un aire teatral. Se acercó al atril ataviada con una pomposa falda roja en forma de campana que le cubría hasta los pies y una ceñida chaqueta azul, jugando con los colores de la bandera del país. Las manos estaban enfundadas en sendos guantes de cuero negro para protegrese del frío ambiental. Sobre el pecho lucía una espectacular paloma dorada con el ramo de olivo en el pico, en clara alusión a la lucha por la paz. Acompañada por la banda de los Marines americanos, enarboló un llamativo micrófono dorado y atacó con excelente afinación, gran potencia de voz y fuerte sentimiento la primera estrofa del himno nacional que tantas veces hemos oído en ceremonias públicas y en películas. Creo que su energía hizo vibrar a quienes en directo o por televisión estábamos escuchándola. No me resisto a transcribir la letra:

ENGLISH

ESPAÑOL

Oh, say can you see by the dawn’s early light

What so proudly we hailed at the twilight’s last gleaming?

Whose broad stripes and bright stars thru the perilous fight,

O’er the ramparts we watched were so gallantly streaming?

And the rocket’s red glare, the bombs bursting in air,

Gave proof through the night that our flag was still there.

Oh, say does that star-spangled banner yet wave

O’er the land of the free and the home of the brave?

 

Oh decid, ¿podéis ver, a la temprana luz de la aurora,

Lo que tan orgullosamente saludamos en el último destello del crepúsculo,

Cuyas amplias franjas y brillantes estrellas, a través de tenebrosa lucha,

Sobre las murallas observábamos ondear tan gallardamente?

Y el rojo fulgor de cohetes, las bombas estallando en el aire,

Dieron prueba en la noche de que nuestra bandera aún estaba ahí.

Oh di, ¿sigue ondeando la bandera tachonada de estrellas

sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?

Aupada por una música vibrante, repitió el último verso con enorme determinación: “¿Sigue ondeando la bandera tachonada de estrellas sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?”. La pregunta adquiere todo su dramatismo tras los actos vandálicos del pasado 6 de enero. Es como si la propia Lady Gaga les preguntase a sus compatriotas si, a pesar de lo vivido, siguen dispuestos a luchar por la libertad y el valor, a seguir construyendo el famoso “sueño americano”.

En cierto sentido, la respuesta a esa pregunta retórica la proporcionó el propio Joe Biden en un discurso de 25 minutos que algunos calificaron de “homilía” por su tono conciliador y sus repetidas llamadas a la unidad: “Toda mi alma está en unir a Estados Unidos, a nuestro pueblo, a nuestra nación. Y pido a todos y cada uno de los estadounidenses que se sumen a mí en esta causa. Que nos unamos para luchar contra los enemigos que nos esperan: la ira, el resentimiento, el odio, el extremismo, el desorden, la violencia, la enfermedad, el desempleo y la desesperanza”. Ahora que estamos en la semana de oración por la unidad de las iglesias, no pude menos de evocar las palabras de Jesús: “Padre, que todos sean uno” (Jn 17,21). 

Como esta llamada podía sonar algo ingenua teniendo en cuenta el grave clima de polarización que se vive en los Estados Unidos, Biden se aprestó a decir: “Sé que hablar de unidad puede sonar un poco ridículo hoy en día. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales. Pero también sé que no son nuevas. Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal estadounidense de que todos hemos sido creados iguales, y la fea y dura realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo y la demonización llevan mucho tiempo separándonos. La batalla es perenne y la victoria nunca está asegurada”. 

Todo su discurso estaba cargado de reminiscencias evangélicas, pero me fijo en un detalle que puede pasar desapercibido a los periodistas o analistas políticos. En un pasaje de su intervención, dejó entrever su trasfondo católico: “Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo es una multitud definida por los objetos comunes de su amor. ¿Cuáles son los objetos comunes que amamos y que nos definen como estadounidenses? Creo que lo sé: oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, la verdad”. Es obvio que la alusión a la verdad era una crítica al estilo de gobierno de Donald Trump, aunque nunca mencionó su nombre. Al recordar a los miles de muertos por la pandemia y a sus familiares y cuidadores, Biden pidió a todos orar por ellos en silencio. 

¿Qué sucederá en los próximos cuatro años? No lo sabemos. Las intenciones mostradas por esta “terna católica” en el estrado del Capitolio fueron excelentes. El tiempo dirá si se quedan en mera retórica o contribuyen a mejorar las cosas. Pero confieso que sentí un sano orgullo cuando vi cómo desde la teología, la música o la política se pueden concretar los ideales de Jesús. Ya sé que ni O'Donovan, ni Lady Gaga, ni Joe Biden son personas perfectas o católicos modélicos. Tienen sus contradicciones, algunas muy graves. Pero ayer fueron capaces de transmitir un mensaje de reconciliación, unidad y esperanza. ¿No es este el corazón del Evangelio?



miércoles, 20 de enero de 2021

Madre de la unidad

Hoy los informativos de todo el mundo hablarán de la toma de posesión de Joe Biden como el 46 presidente de los Estados Unidos en una ciudad de Washington blindada. Tengo curiosidad por escuchar en directo su discurso inaugural. Cuando jure su cargo, se encontrará con un país muy dividido y que ha superado ya los 400.000 muertos a causa del Covid. Más al sur, sigue el drama de la caravana de migrantes hondureños detenida y dispersada en Guatemala cuando se dirigía a los Estados Unidos con la esperanza probablemente vana de encontrar acogida en un país que quiere superar los desgarros producidos por la administración Trump, pero que, en buena medida, todavía mira con recelo a los que vienen de fuera. En mi querida Italia, el primer ministro Giuseppe Conte supera la moción de confianza en el parlamento y el senado, pero tendrá que gobernar en minoría parlamentaria. 

Todos estos asuntos ocupan las cabeceras de los periódicos, pero hay otro de largo alcance que como cada año colorea esta tercera semana de enero. Me refiero al sueño de la unidad de las iglesias cristianas divididas desde hace siglos. El tema de la oración de este año 2021 es “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15, 5-9). Evocando el Evangelio de Juan, el fruto evangelizador se relaciona con la permanencia en el amor. Donde no hay amor, no hay misión eficaz.

Se dice que uno de los obstáculos para la unión plena de las iglesias cristianas es la distinta concepción del “ministerio de Pedro” y también la diferente interpretación del significado de la Virgen María. El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar hablaba de la existencia del “principio petrino” y el “principio mariano” en la Iglesia. Creo que en las últimas décadas se han dado pasos significativos en la línea de una comprensión común.  Estoy convencido de que María no será una barrera, sino, más bien, una vía de acercamiento porque ella es la madre que Jesús ha dejado a su comunidad reunida. Sin María no hay auténtica comunidad de seguidores de Jesús. Ella nos congrega en la espera del Espíritu Santo, que es el verdadero creador de la unidad en la diversidad, que enriquece la Iglesia con ministerios y dones varios. 

He recordado esta misión de María y del Espíritu en el camino de la unidad al contemplar el mosaico que hace unos días bendijimos en una de las fachadas de la casa en la que vivo. Este mosaico me trae gratos recuerdos. Durante 40 años estuvo en la capilla del colegio internacional Claretianum de Roma, en el que yo residí mientras hacía mis estudios de especialización a comienzos de los años 80 del siglo pasado. Ante este enorme mosaico de más de diez metros cuadrados he orado y celebrado la Eucaristía muchas veces. Esa Virgen de Pentecostés ha sido testigo de capítulos generales, encuentros internacionales de renovación claretiana, etc. Cuando la capilla se modificó en el año 2000, el mosaico fue desmontado y almacenado en fragmentos cuadrados a la espera de un nuevo destino. Han tenido que pasar veinte años hasta que el pasado diciembre se instaló en una de las paredes externas de la capilla de nuestra Curia General.

Contemplando esta Virgen de Pentecostés desde nuestro jardín, con los brazos abiertos y las llamas de fuego, pienso que la unidad no se realizará sin la presencia de la Madre en medio de nosotros. Todos (católicos, ortodoxos y protestantes) tenemos que redescubrirla de un modo nuevo, superando prejuicios históricos y abriéndonos a una nueva comprensión. Como decía el teólogo Karl Rahner hace varias décadas, quienes reducen el cristianismo a mera ideología de interpretación de la realidad o de transformación social no saben dónde situar a María porque las ideologías no necesitan una madre. Quienes, por el contrario, entienden y viven la fe como una adhesión personal a Jesús, sin ninguna violencia se encuentran con María porque Jesús sí tiene una madre.

Delante del nuevo mosaico que acoge a quienes nos visitan, que está expuesto al relente de la noche y a los rayos del sol de mediodía, le pido a esta Madre de la unidad que nos acompañe en este siglo XXI hacia la unidad querida por Jesús cuando le rogaba al Padre que todos fuésemos uno, que nos ayude a aprovechar las riquezas de todos en una nueva unidad, que no es la suma de nuestras imperfecciones, sino el don que Dios nos concede. Al igual que las teselas del mosaico forman una hermosa composición (desde las doradas que refulgen al sol hasta las grises y de otros colores), así la Iglesia puede ser una y diversa en toda su hermosura. Solo una Madre como María, llena del Espíritu Santo, sabe cómo respetar e integrar las diferencias que existen en la familia cristiana. Madre de la unidad, ruega por nosotros.



martes, 19 de enero de 2021

La tendencia pornográfica

Parece que la pandemia ha aumentado el consumo digital de pornografía. Parece también probado que la edad de inicio en el consumo del porno cada vez desciende más. Hay muchos adolescentes, e incluso niños, que se enganchan a través de Internet. Para muchos padres y educadores constituye una fuente de preocupación porque la pornografía en Internet sustituye a la necesaria educación sexual que los niños, adolescentes y jóvenes deberían recibir en la familia y en la escuela. Sobre estos temas se escribe mucho en ámbitos pedagógicos. Pero, aun siendo muy preocupante este fenómeno, no quiero fijarme en él, sino en lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denomina la “tendencia pornográfica” de nuestra sociedad. Esta no se limita a una “presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación” (como define el diccionario de la RAE la palabra “pornografía”), sino que apunta a la abolición de cualquier sentido de límite. 

Estamos viviendo un momento en el que muchas personas aspiran a una libertad carente de cualquier límite. Se sienten con derecho a todo. Para algunos, esta tendencia es fruto del “endiosamiento” del hombre debido a los ideales autónomos de la modernidad. Para otros, es una consecuencia de la caída de relatos y de fundamentos acaecida durante la posmodernidad, etc. Más allá de sus verdaderos orígenes, la tendencia a transgredir por el mero placer de transgredir parece un rasgo típico de nuestro tiempo. Encontramos muchas manifestaciones. El episodio más reciente ha sido el asalto al Capitolio de Washington, que simboliza el “monte sagrado” de la democracia estadounidense y que evoca la colina capitolina romana.

¿Por qué tantos hombres y mujeres de todas las edades sienten que pueden hacer lo que les venga en gana, que no hay ningún límite que pueda interponerse entre sus deseos y la realidad? Creo que no hay una sola razón que explique esta tendencia, pero intuyo que, en el fondo, se trata de una pérdida del sentido sagrado de la realidad. Es cierto que la secularización de las cosas nos ha llevado a una actitud de dominio y, en consecuencia, a un gran progreso material. En esta carrera hemos creído que no hay ningún límite que no podamos sobrepasar, convencidos de que “todo lo que es técnicamente posible es también éticamente realizable”. No sabemos ya qué significa la sacralidad del ser humano y de la naturaleza. Nos sentimos autorizados a manipular todo si en ello encontramos excitación, placer o provecho. En el campo de las relaciones humanas, la otra persona se convierte en un “objeto” al servicio de mis necesidades afectivas, de mis fantasías sexuales o de mis apetencias manipuladoras. Creo que a este fenómeno se refiere Byung-Chul Han cuando denuncia la “tendencia pornográfica” de nuestra sociedad, y no solo al consumo exagerado y adictivo de imágenes de alto voltaje sexual. 

En realidad, se trata de una tendencia tan antigua como el ser humano. De hecho, en el libro del Génesis encontramos la clave que nos permite descifrar este misterio. Pone en la boca de Dios esta advertencia: “El Señor Dios dio este mandato al hombre: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir»” (Gn 2,16-17). Esta advertencia sigue siendo válida para los seres humanos de todos los tiempos. Pero, como sabemos por experiencia, dentro de nosotros hay una “serpiente” (el propio yo envalentonado) que nos instiga a no escuchar la voz de Dios. Lo que sucede como consecuencia se expresa muy bien en el lenguaje mítico-simbólico del Génesis: “Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron” (Gn 3,6-7).

Cuando traspasamos los límites de ese espacio “sagrado” que pertenece a Dios (por ejemplo, el misterio de la otra persona), caemos en la cuenta de nuestra desnudez. No es nada extraño que las mismas personas que quieren romper todos los límites (el consumo de pornografía es solo un indicador) experimenten como consecuencia una profunda desnudez, una gran vaciedad interior y una esclavitud adictiva. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? Si nos da igual manipular a las personas o reducirlas a “objetos” de consumo sexual, si no tratamos con delicadeza a los ancianos, si no respetamos la sede de las instituciones públicas, si abusamos del lenguaje obsceno e insultante, si nos reímos de los símbolos colectivos que han expresado nuestra identidad multisecular, si jugamos con el nacimiento (aborto) y la muerte (eutanasia), si incentivamos la prostitución, si entramos en una iglesia y no experimentamos la necesidad de arrodillarnos ante el tabernáculo que guarda la presencia sacramental de Jesús y nos comportamos como si estuviéramos en un museo… no nos extrañemos de que muchas personas vivan una existencia gris y alienada. No nos escandalicemos de que crezcan tanto las industrias y programas de “entretenimiento”. Cuando hemos perdido el sentido de la “sacralidad” de la vida como don de Dios, entonces no tenemos más remedio que rellenar el vacío a base de cosas que hagan más llevadera una existencia insignificante. 

Creo que la “tendencia pornográfica” de nuestra sociedad solo se supera cuando perforamos la realidad cotidiana y nos abrimos al misterio sagrado que subyace, porque toda realidad, en un grado u otro, transparenta el misterio de Dios. En el caso del ser humano, esta transparencia alcanza su ápice porque hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios” (cf. Gn 1,26). 

lunes, 18 de enero de 2021

Un mundo con dos caras

Hoy debería escribir algo sobre la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, pero dejo el tema para más adelante. Me remito a lo vivido el sábado pasado. En mi numerosa e internacional comunidad romana, todos los sábados, de 8 de la tarde a 10,30 de la noche, vivimos una experiencia “pi-bi-fi”. Por si esta extraña palabra no dice nada, debo aclarar que es una apócope de “pizza-birra-film” (o sea, pizza, cerveza y película). Es una forma de cerrar la semana con un tono festivo. La película del sábado pasado fue La lavandería (título original The Laundromat), protagonizada por Meryl Streep, Gary Oldman y Antonio Banderas. Se estrenó en septiembre de 2019. Se basa en el libro de Jake Bernstein Secrecy World: Inside the Panama Papers Investigation of Illicit Money Networks and the Global Elite, que se centra en el caso de escándalo financiero internacional conocido como Panama Papers. Con esta expresión que en español traducimos por Papeles de Panamá los medios de comunicación se refirieron a una filtración informativa de documentos confidenciales de la desaparecida firma de abogados panameña Mossack Fonseca. Esta firma ofrecía servicios que consistían en fundar y establecer compañías inscritas en un paraíso fiscal con el objetivo primario de “ocultar la identidad de los propietarios”. Es fácil imaginar cuántas empresas y particulares se beneficiaron de esta “lavandería” fiscal y financiera.

La película me hizo evocar la peor cara de nuestro mundo, esa que está asociada al comercio internacional de armas, el mercado de la droga, el tráfico de órganos y personas, el lavado de dinero, las evasiones fiscales, los sobornos y extorsiones y tantos otros fenómenos de perversión y maldad. Aunque no lo sepamos, aunque de vez en cuando admiremos o saludemos a personas de guante blanco, nadamos en un océano de corrupción. Muchos de los magnates que exhiben su insultante riqueza en las páginas del papel couché o la esconden de las miradas indiscretas en sus mansiones de ensueño la han amasado de manera fraudulenta, saltándose todas las reglas del juego. Pueden parecer personas honorables, pero, en realidad, son lobos con piel de oveja, sanguijuelas que devoran a quien sea necesario con tal de medrar. 

A ellos se les podrían aplicar las palabras duras del profeta Amós: “Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre |y elimináis a los humildes del país, diciendo: «¿Cuándo pasará la luna nueva, | para vender el grano, | y el sábado, para abrir los sacos de cereal | —reduciendo el peso y aumentando el precio, | y modificando las balanzas con engaño— para comprar al indigente por plata | y al pobre por un par de sandalias, | para vender hasta el salvado del grano?». El Señor lo ha jurado por la Gloria de Jacob: | No olvidaré jamás ninguna de sus acciones” (Am 8,4-7). Al principio y al final de la película se evoca irónicamente la bienaventuranza de Jesús que habla sobre los mansos que poseerán la tierra. ¿Se trata de un mero desahogo poético o es verdad que Dios se pone de parte de los oprimidos? ¿No estamos viendo a diario lo contrario, que los poderosos triunfan y siempre se salen con la suya?

El mismo sábado, con alguna hora de retraso, pude ver un reportaje de Informe Semanal sobre las consecuencias del temporal Filomena en España y, más concretamente, en Madrid. Junto a las primeras imágenes idílicas de la abundante nieve, en seguida aparecieron otras que mostraban sus consecuencias dañinas. Era algo conocido. Los medios de comunicación han estado hablando profusamente de ello a lo largo de la semana pasada. Lo que más me llamó la atención fue el derroche de solidaridad que se desató en todas partes. El reportaje se fijó mucho en la famosa iglesia de san Antón, en el centro de Madrid, donde trabajan los voluntarios de Mensajeros de la Paz con el mediático Padre Ángel a la cabeza. Muchos hombres y mujeres de la calle encuentran allí comida caliente, ropa de abrigo y, sobre todo, personas que los acogen y escuchan. Pero eso es solo un pequeño botón de muestra porque la solidaridad se extendió a personas que se organizaron para limpiar las calles, taxistas y voluntarios que trasladaron a personas (sobre todo, enfermos) cuando no podían funcionar los transportes públicos, sanitarios que doblaron sus turnos, voluntarios de todo tipo que donaron sangre, hicieron la compra a ancianos, asistieron a los enfermos, personal de Caritas, policías y soldados de diversos cuerpos, etc. 

Es emocionante ver esta otra cara del mundo. Los seres humanos podemos ser ratas y sanguijuelas (como se ve en la película La lavandería) o ángeles custodios que nos preocupamos por los demás (como se ha comprobado a propósito de la borrasca Filomena). Quisiera creer que, por mucha miseria y maldad que hay en nuestro mundo, nuestro corazón está hecho para ser solidarios, que todos nos sentimos más nosotros mismos y felices cuando salimos de nuestro egoísmo y nos podemos a servir. Solo cuando esta cara sea dominante, podremos empezar a ver que María tenía razón cuando, en su Magnificat, proclamaba que Dios “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.



domingo, 17 de enero de 2021

Juego de miradas

Si este año el 17 de enero no hubiera caído en domingo, hoy estaríamos celebrando la fiesta de san Antonio Abad, uno de los santos más populares del calendario cristiano. Pero, en realidad, celebramos el II Domingo del Tiempo Ordinario. He escrito ya varias veces sobre el fragmento del Evangelio de Juan (Jn 1,35-42) que se lee en la misa de hoy. En él se narra el encuentro de algunos discípulos con Jesús hacia las cuatro de la tarde. Es un relato de vocación muy distinto a los que cuentan los otros evangelistas. No se produce junto al lago de Galilea, sino a orillas del Jordán, donde predicaba y bautizaba Juan el Bautista. A mí siempre me ha fascinado. De principio a fin está lleno de alusiones simbólicas. Como siempre, es muy difícil separar la base histórica de la interpretación teológica. Yo diría que no hay historia sin teología y no hay teología sin historia. 

En otras ocasiones, he puesto el acento en la pregunta de Jesús: ¿Qué buscáis? Y también en la pregunta de los discípulos: ¿Dónde vives? Me parecía que ambas preguntas formaban parte de ese diálogo misterioso que los seres humanos establecemos en la vida con el Misterio que nos seduce y nos sobrecoge. Siempre nos vemos entre una búsqueda y un hallazgo, una pregunta y una respuesta. Al final, la tensión no se resuelve con una contestación redonda, sino con la invitación a experimentar un nuevo tipo de vida: Venid y lo veréis. Por eso, no me extraña que este pasaje se utilice tanto en programas de pastoral juvenil y vocacional. Muchos de ellos se llaman precisamente así: “Venid y lo veréis” (come and see). La fe en Jesús es, sobre todo, una experiencia de amistad con él, no el resultado de un hallazgo científico o de un razonamiento lógico. 

Esta vez, sin embargo, me he fijado en un atractivo e interpelante juego de miradas, que no tiene que envidiar nada al famoso “juego de tronos”. En el Evangelio de hoy, por dos veces se utiliza la expresión “fijando la mirada en él”, aunque en la versión litúrgica, la primera vez se traduce por “fijándose en” y la segunda por “se le quedó mirando”. En el primer caso, el que mira es Juan el Bautista. El objeto de la mirada es Jesús. La mirada va acompañada por una declaración de nueva identidad: “Éste es el Cordero de Dios”. No se trata solo de presentar a su pariente Jesús de Nazaret llamándolo por su nombre ordinario, sino de revelar su verdadera y nueva misión: ser el Cordero que, sacrificándose, borrará el pecado del mundo. 

En el segundo caso, quien mira es Jesús mismo. Se fija en Simón de Betsaida. También ahora la mirada va seguida por una declaración que indica la nueva misión: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)”. Cuando a alguien se le encomienda una nueva misión, se le cambia el nombre. El binomio Jesús-Simón se convierte en el binomio Cordero-Piedra. Somos lo que estamos llamados a ser. El primero dará su vida como Cordero inmolado. El segundo será piedra sobre la que se construirá la comunidad de Jesús. Todo ha comenzado con un intercambio de miradas.

Hace años, muchas personas tenían miedo de la mirada de Dios. Desde niños se habían acostumbrado a verlo representado como un ojo inmenso enmarcado por un triángulo. Todavía se ve en muchos retablos antiguos de nuestras iglesias. En algunos ambientes catequéticos y devocionales, el dibujo se acompañaba de una coplilla que tenía el sano propósito de invitar a la conversión, pero que contribuyó a difundir una imagen temible de Dios asociada a la muerte: “Mira que te mira Dios, / mira que te está mirando. / Mira que vas a morir, / mira que no sabes cuándo”. En el Evangelio de hoy no nos encontramos con esta mirada inquisidora, sino con una mirada que abre un nuevo futuro. En realidad, cuando repasamos las miradas de Jesús, descubrimos siempre un hontanar de misericordia. 

Basta recordar la mirada al joven rico: “Jesús lo miró fijamente con cariño” (Mc 10,21). O la mirada a Zaqueo: “Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo” (Lc 19,5). Misteriosa, pero llena de comprensión, debió de ser la mirada a Pedro en el patio de la casa del sumo sacerdote: “Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro” (Lc 22,61). Y también la que tuvo que dirigirle a Judas en el huerto de Getsemaní, acompañada por una expresión que no es de reproche ni de condena: “Amigo, haz lo que has venido a hacer” (Mt 26,50). Me pregunto cómo experimentamos cada uno de nosotros la mirada de Jesús. ¿La acogemos con amor? ¿La esquivamos porque desnuda nuestra mezquindad? Quizá no hay señal más profunda de amistad que dejarse mirar/amar por las personas que nos quieren de verdad. Necesitamos dejarnos mirar por Jesús para experimentar que nadie nos ama como él.