viernes, 9 de diciembre de 2022

8.000 millones de historias


Hace casi un mes que la población mundial alcanzó los 8.000 millones. El 80% del incremento se produce en los países en vías de desarrollo. La familia humana tardó 125 años en pasar de mil a dos mil millones. Los últimos mil millones se han sumado en solo doce años. India ha sido el país que más ha contribuido a este incremento. Es probable que en 2023 supere incluso a China como país más poblado. Los científicos y políticos analizan las consecuencias de todo tipo que tendrá este acelerado crecimiento que hasta 2050 se concentrará en ocho países: la República Democrática del Congo, Egipto, Etiopía, India, Nigeria, Pakistán, Filipinas y Tanzania. 

En esta reducida lista no hay ningún país europeo o americano. En los países desarrollados se considera que el control de la natalidad asegura un futuro mejor para todos, ¿pero es verdaderamente así? ¿Es lo mismo control de natalidad que paternidad responsable? ¿Qué futuro le aguarda a Europa, por ejemplo, si sigue envejeciendo como en las últimas décadas?


Yo me fijo en las historias que hay detrás de una cifra que asusta. Cuando uno intenta imaginar qué está sucediendo ahora mismo en la vida de los 8.000 millones de hombres y mujeres que pueblan el planeta siente un fuerte estremecimiento. Muchas de estas personas -la mayoría- estarán atravesando situaciones críticas debido al hambre, la guerra, las enfermedades, la precariedad laboral, la pobreza, etc. Unos pocos disfrutarán de grandes privilegios. Habitarán en casas grandes y confortables, se alimentarán con abundancia y dispondrán de todos los medios imaginables para formarse y divertirse. El otro tercio (grande en los países desarrollados, pequeño en los más pobres) vivirá con cierta holgura, pero siempre dependiendo de su trabajo y con la fatiga de tener que afrontar los problemas diarios sin demasiados apoyos. 

Los seres humanos tendemos a juzgar la dignidad de las personas por su estatus social. No es lo mismo, por ejemplo, ser un inmigrante pobre que cruza el estrecho de Gibraltar en una patera, que ser un inmigrante rico que riega con petrodólares las tiendas y hoteles de la Costa del Sol. Juzgamos por apariencias, no vemos el corazón. 


Para Dios no hay seres de primera y de segunda categoría. No hay personas sobrantes. Dios no ve a los seres humanos con ojos de estadístico o de político. Dios es un Padre que cuida de todos sus hijos e hijas. Si siente alguna predilección -como nos ha enseñado Jesús con sus obras y sus parábolas- es por los más indefensos. ¿Cómo cuida Dios de esta inmensa y desigual familia? Él nos ha hecho a los seres humanos capaces de cuidarnos unos a otros. Disponemos de los recursos humanos y materiales necesarios para que la familia humana viva bien. El gran problema de la humanidad no es tanto el número de hombres y mujeres que pueblan el planeta cuanto las injustificables desigualdades entre unos y otros. Es evidente que, hoy por hoy, no todos pueden vivir como un europeo o americano de clase media alta, pero todos podríamos vivir con dignidad si los bienes estuvieran distribuidos de una manera más equitativa. 

En alguna otra entrada de este blog conté la historia de aquel monje que salió un día de su monasterio y vio por la calle a una niña mendigando. Cuando regresó a su retiro monástico increpó a Dios: “¿Qué haces tú para remediar esto?”. Silencio absoluto. Dios no sabe/no contesta. Al día siguiente se repite la misma escena. Y así varios días seguidos. Al final de la semana, el monje, en la cumbre de su irritación, se dirige a Dios: “Tú, que te presentas como el Todopoderoso, ¿qué haces tú para responder a las necesidades de esta pobre niña?”. Unos instantes de silencio y luego una voz serena pero contundente: “Te he hecho a ti”. 

En nuestras manos está hacer un mundo de 8.000 millones de personas que vivan con la dignidad de hijo, no con la pesadumbre de esclavos. Entre nosotros hay científicos, técnicos, empresarios, enseñantes, artistas, políticos, trabajadores sociales, profesionales de todo tipo… que pueden contribuir a construir un mundo habitable. Cada uno de nosotros formamos parte de este inmenso grupo porque cada uno, por el mero hecho de existir, tenemos una misión en el mundo. Ninguno es prescindible o sobrante. Lo que importa es que desarrollemos esa misión del mejor modo posible. Si nos cuidamos unos a otros con amor, hacemos que la providencia de Dios tome cuerpo en nuestro mundo. Nuestro Padre se sentirá contento de sus hijos. 


jueves, 8 de diciembre de 2022

La Mujer de ayer, hoy y mañana


Anoche estuve en la catedral de Madrid. Quise unirme a la tradicional Vigilia de la Inmaculada. El templo estaba abarrotado de gente. Dominaban los jóvenes. Se prosigue una tradición iniciada en los años 40 del siglo pasado. Yo iba con un amigo mío italiano que está pasando unos días en Madrid. Mientras transcurría la vigilia y se sucedían las canciones y plegarias, me preguntaba qué puede significar una celebración como esta para quienes no esperan nada, para quienes creen que no hay en la vida ninguna persona o causa por la que merezca la pena entregarlo todo. Aunque suene demasiado fuerte, este es el horizonte en el que se mueven muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. O mejor, la falta de horizonte. Esto explica, en buena medida,  los sentimientos de confusión y pérdida e incluso el aumento de los casos de suicidio, sobre todo entre los adolescentes y jóvenes. 

En el paso de la modernidad a la posmodernidad ha mutado nuestra concepción del tiempo. Despreciamos el pasado porque nos parece que no ofrece ya ninguna clave significativa para vivir hoy. La tradición, incluida la cristiana, ha dejado de ser una raíz de progreso para convertirse en una losa. Por otra parte, no confiamos en que el futuro pueda depararnos algo mejor porque nos hemos vuelto escépticos con respecto a las utopías religiosas, políticas e incluso científicas. No hay futuro. No cabe esperar nada mejor. El nihilismo se convierte en la enfermedad de nuestro tiempo. Quedamos atrapados en el presente. Nos limitamos a gestionar el día a día, a sorber la pequeña dosis de felicidad (o quizá solo de placer) que nos ofrecen algunos fragmentos de vida. Y nos cuesta mucho trazar una línea de continuidad entre un fragmento y otro, como si cada experiencia empezara y acabara en sí misma. No vemos un sentido último a nuestra existencia. En el fondo, nos cuesta vivir porque no sabemos esperar. Y sin esperanza no hay vida. Para no caer en el sinsentido o la desesperación, la industria del entretenimiento se encarga de promover y rellenar el vacío. ¡Viva el larguísimo puente de la Constitución y la Inmaculada! Las tiendas, los bares, los restaurantes, los teatros y los hoteles se frotan las manos!


Cuando uno vive atrapado por la inmediatez del presente es difícil que entienda el significado de una mujer como María, que resiste el paso del tiempo, que pertenece al pasado, vive en el presente y nos abre siempre al futuro de Dios. Ella gesta ese futuro. Ella es la mujer de la esperanza que nos llama desde el final de la historia para ayudarnos a comprender que el futuro le pertenece a su Hijo porque solo Él es alfa y omega, principio y fin, hombre y Dios. María es la portadora de Dios para todos los seres humanos que siguen preguntándose por qué estamos aquí y a quién debemos consagrar la vida. 

La Iglesia celebra hoy a María como la Madre inmaculada, la que desde su concepción ha sido inundada por la gracia de Dios de tal modo que ella es siempre un cauce perfecto para que Jesús llegue a todos los seres humanos. Lo fue de una manera biológica en un determinado momento de la historia humana y lo sigue siendo siempre en el orden de la fe. La liturgia de hoy la contempla como la nueva Eva (primera lectura), la que ha sido bendecida antes de la creación del mundo (segunda lectura), la llena de gracia que se entrega por completo a la voluntad de Dios (evangelio).


Para quienes no descubren las raíces del pasado ni experimentan la apertura a un futuro que viene, esta Mujer no significa nada, ni siquiera como símbolo de una vida humana pura y descontaminada. Para quienes no se resignan a vivir una vida encerrada en la cárcel del instante, para quienes sienten dentro la fuerza irresistible de la esperanza y barruntan que el tiempo está preñado de gracia, María es la mujer que nos ayuda a reunir todos los fragmentos de la vida y darles sentido. En esta aventura espiritual, tan necesaria hoy para no sucumbir bajo el peso de un presentismo asfixiante, se combinan bien las experiencias de gracia y las dudas y preguntas, las promesas de Dios y nuestro desconcierto. Creer no significa abandonarse al absurdo, sino abrirse al misterio. 

El punto de llegada de esta aventura, que a veces resulta fatigosa, es la rendición total. El verdadero creyente siempre acaba haciendo suyas las palabras de María: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Estoy convencido de que este tesoro de la tradición cristiana no puede guardarse en un arcón con siete llaves porque hoy necesitamos salir de la cárcel del tiempo, descubrir que el futuro nos llega como una promesa de salvación y, en consecuencia, dar un significado pleno a nuestro presente. María puede guiarnos en este itinerario con tal de que no nos dejemos seducir por la serpiente insidiosa del orgullo, la comodidad y el egoísmo. ¡Feliz fiesta de la Inmaculada Concepción!

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Ella siempre ha estado ahí


A esta hora de la mañana el pequeño aeropuerto de San Sebastián está en calma. Hay muy pocos pasajeros esperando el vuelo de Madrid. Afuera llueve con suavidad. La temperatura es agradable. Regreso a Madrid después de varios días en el País Vasco. Ayer fue un día especial. No tuve ni tiempo para escribir mi entrada. Tras la Eucaristía matutina, viajé de San Sebastián a Castro-Urdiales, en la región de Cantabria, una población de poco más de 30.000 habitantes situada en la costa. Es probable que muchos lectores españoles hayan oído hablar de ella o incluso la hayan visitado. Supongo que es completamente desconocida para los lectores latinoamericanos. 

Yo no viajé a Castro-Urdiales como turista, aunque el lugar merece una visita por su belleza natural y por su patrimonio histórico. Hice un viaje sentimental y, si la expresión no suena excesiva, diría que también espiritual. En la comunidad claretiana de esa ciudad hice mi noviciado en el curso 1975-1976 y emití mi primera profesión como misionero claretiano. El lugar está cargado de recuerdos.

Fachada del antiguo Colegio Barquín - Corazón de María
Comencé visitando nuestra antigua casa claretiana, convertida hoy en el Instituto de Enseñanza Secundaria Ataúlfo Argenta. El conserje me permitió pasar a su interior y hacer algunas fotos. Por desgracia, no queda ningún recuerdo de la presencia claretiana en ese lugar durante varias décadas del siglo pasado, ni siquiera la espadaña de la pequeña iglesia abierta al público en la que hice mi profesión. No experimenté tristeza, sino un extraño sentimiento de pérdida que me empuja a mirar más al futuro que al pasado. Después de 46 años, el edificio permanece, pero la experiencia vivida se ha esfumado. O, mejor dicho, se ha diluido en el cauce de la existencia. 

Recorrí la pequeña plaza dedicada al gran director de orquesta Ataúlfo Argenta, nacido en esta ciudad de Castro-Urdiales el 19 de noviembre de 1913 y fallecido en Los Molinos (Madrid) en enero de 1958, el mismo año en el que yo nací. La figura esbelta de este gran maestro me hizo recordar que, en una discoteca cercana, hoy desaparecida, el doctor Maza nos introdujo a los jóvenes estudiantes en la música clásica con audiciones de algunas de las obras más singulares acompañadas por sabias y didácticas explicaciones.

Imagen de la Virgen en la iglesia de Santa María de la Asunción
No podía dejar de visitar la iglesia de Santa María de la Asunción, una joya gótica que es como un faro para los marineros y los habitantes del pueblo. Allí, frente a una imagen de la Virgen, renové en privado la profesión que hice el 5 de septiembre de 1976. También tuve tiempo para visitar el faro, la ermita de Santa Ana y llegar hasta el final del rompeolas. Paseé por la playa de Brazomar y me llegué hasta el hospital en el que cada miércoles mis compañeros y yo visitábamos y aseábamos a los enfermos. Entonces estaba regido por las Siervas de Jesús. Una vez que se fueron las religiosas, el hospital se ha convertido en una residencia de ancianos de titularidad pública. El instituto donde hice el Curso de Orientación Universitaria (COU) fue demolido hace tiempo. En su lugar se alza un bloque de pisos. Es todo un símbolo. 

Santo Hospital de Castro-Urdiales
Regresando de Castro-Urdiales a San Sebastián, mientras rezaba el rosario, caí en la cuenta de los muchos misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos que he vivido en mi propia vida desde aquellos lejanos años castreños. Y, casi sin darme cuenta, comprendí que la mano de María ha ido guiando suavemente mi vida misionera. Hay cosas que solo con el paso del tiempo se empiezan a comprender. Ella siempre ha estado ahí.

domingo, 4 de diciembre de 2022

Dios tiene la última palabra


El II Domingo de Adviento me sabe este año a nuevo. Con San Pablo en su carta a los Romanos (segunda lectura) recuerdo que “todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza”. Si es verdad, pues, que las Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra y para que mantengamos viva la esperanza, ¿de qué manera las lecturas de este domingo nos enseñan algo y nos ayudan a vivir con esperanza? En el texto de Mateo (evangelio) destaca la figura enérgica de Juan, un profeta sin pelos en la lengua que no tiene miedo de denunciar la religiosidad fingida de algunos fariseos: “¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión”. 

En los tiempos que corremos, pocos predicadores se atreven a lanzar dardos tan punzantes. Pero, en realidad, su verdadero mensaje se condensa en estas palabras: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Esta conversión implica preparar el camino del Señor y allanar sus senderos. Hay algo que nosotros podemos hacer para acoger al Dios que llega. Pero lo sustancial no depende de nosotros: “El que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.


¿Quién es ese que viene detrás de Juan el Bautista? ¡Es Jesús! Con él se hace presente el reino de Dios en nuestra tierra. Él nos traerá el don del Espíritu que, según el profeta Isaías (primera lectura), será “espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor”. Este es el verdadero don del Espíritu que Jesús nos trae. No sé si ha habido algún otro tiempo histórico en el que hayamos precisado más este espíritu que hoy. Para afrontar la difícil situación que estamos viviendo en nuestro mundo necesitamos prudencia, sabiduría, consejo, valentía, ciencia y temor del Señor. 

Solo el Espíritu de Dios que Jesús nos trae puede hacer nuevas todas las cosas. El profeta Isaías expresa esta novedad, este “sueño de Dios”, con palabras hermosas: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente”.


El Adviento nos recuerda que los “sueños de Dios” son siempre eficaces, por más que nosotros solo veamos indicadores contrarios. Hoy por todas partes vemos confrontación y violencia. Pero la Palabra de Dios, que -recordémoslo una vez más- se nos comunica para enseñarnos y mantener nuestra esperanza, nos anuncia que Dios es capaz de juntar lo que nosotros hemos separado. Al final de la historia, habitará el israelí con el palestino, cristianos y musulmanes se darán la mano, chinos y estadounidenses investigarán juntos, rusos y ucranianos sellarán la paz y a todas las personas discriminadas se les reconocerá su dignidad. 

Si este es el designio de Dios, todo lo que hagamos en esa línea, todos nuestros esfuerzos por “preparar los caminos y allanar los senderos”, ayudados por el Espíritu de Jesús, irán en la dirección correcta. Todo lo que atente contra este sueño lleva siempre las de perder, aunque a primera vista pueda parecer que gana terreno.



sábado, 3 de diciembre de 2022

Audaces en tiempos de cambio

San Sebastián desde el monte Igueldo
Llegué a San Sebastián el pasado jueves a primera hora de la tarde. Me sorprendió ver mi pueblo y el embalse de la Cuerda del Pozo desde la ventanilla del avión de Iberia. Y también la cordillera de los Pirineos, cubiertos de blanco. San Sebastián es una ciudad hermosa. Hacía bastante tiempo que no la visitaba. Ayer dediqué la mañana a visitar Loyola, el barrio de Azpeitia donde nació san Ignacio. Aunque ya había estado en este lugar en ocasiones anteriores, esta vez pude visitarlo con más calma. Recorrí con detenimiento la casa natal del santo acompañado por una audioguía que pude descargar en mi móvil. Visité también el santuario-basílica

Fue una hermosa preparación para la fiesta de hoy. San Francisco Javier fue uno de los primeros compañeros de Ignacio con los que fundó la Compañía de Jesús. Es difícil entender al uno sin el otro. De hecho, en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús donde he celebrado esta mañana la Eucaristía, figuran los dos en el retablo, uno a cada lado de Jesús. A ambos les impresionaron las palabras del Maestro: “¿De qué aprovecha ganar el mundo entero si pierdes tu vida?”. Ambos dieron un giro radical a sus vidas. Dejaron un porvenir brillante y se hicieron “compañeros de Jesús”. En el caso de Francisco Javier, su ardor misionero lo llevó a la India, a Japón y hasta las costas de China.

Frente a la basílica de Loyola
Si algo he aprendido de estos dos santos es su audacia en tiempo de cambio como lo fue el convulso siglo XVI. Cuando hoy nos quejamos de que resulta difícil la evangelización en los albores del siglo XXI, tendríamos que recordar la historia de estos hombres intrépidos. Es verdad que su concepto de la salvación dista bastante del que tenemos hoy, pero eso no es óbice para dejarnos vencer por la apatía y la indiferencia. Dios bendice cada época de la historia con los santos que actúan como centinelas del futuro e indican el camino. ¿Quiénes son los santos de hoy? ¿Qué hombres y mujeres nos están diciendo por donde sopla el Espíritu de Dios? 

Cada año, cuando llega la fiesta de san Francisco Javier, recuerdo unas palabras de una de las cartas que escribió a san Ignacio desde Oriente: “Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!»".

Imagen de San Francisco Javier en San Sebastián
Quizá hoy podríamos escribir algo parecido. Muchos en nuestra Europa secularizada no son cristianos, simplemente porque no hay nadie que les hable de Jesucristo y, sobre todo, que los acoja en comunidades vivas. Muchas veces sentimos ganas de decirnos unos a otros que ya está bien de pasividad y de rutina, de frustración y de desesperanza, que necesitamos ponernos las pilas e imaginar nuevas formas de llegar al corazón de las personas que buscan. Se que no es nada fácil. Lo experimento a cada paso como misionero. Pero sé también que hay muchas personas que abren su corazón a la verdad, la bondad y la belleza. El hecho de que nosotros no “controlemos” sus respuestas no significa que no estén en la onda de Dios. Jesús nos ha invitado a proclamar el Evangelio con audacia, no a imponerlo con violencia, y mucho menos a recortarlo a la medida de nuestra mediocridad. Para cada ser humano Dios tiene preparado un camino único e irrepetible.



viernes, 2 de diciembre de 2022

¿Votamos?


Anteayer participé en la ceremonia de entrega de los premios “Carisma” por parte de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER). Tuvo lugar en el auditorio de la Fundación Pablo VI de Madrid. Uno de los premiados era el claretiano José Cristo Rey García Paredes, a quien me une una sólida amistad desde hace muchos años. Fue premiado en la categoría “Formación y Espiritualidad” por su larga trayectoria de servicio a la vida consagrada como teólogo, profesor, animador y escritor. Otro premio, en la categoría “Fe y Cultura”, se lo llevaron mis amigos de “Brotes de Olivo”. 50 años dedicados a la música religiosa merecen ser reconocidos. 


Aunque todos los premiados tenían méritos suficientes para ello, hubo un premio que me llamó la atención porque no conocía a su protagonista. El premio Carisma de Salud fue a manos del joven realizador
Santiago Requejo por el cortometraje “Votamos”. En poco más de diez minutos aborda con realismo el problema de las enfermedades mentales en nuestra sociedad.


La pandemia ha incrementado el número de personas con trastornos mentales
, sobre todo entre los adolescentes y jóvenes. Como sigue siendo un mundo bastante desconocido, suscita inquietud y en algunos casos temor. Aceptamos, por ejemplo, que en un bloque de vecinos se instale un ascensor si hay una persona con graves dificultades de movilidad, pero nos echamos atrás cuando nos dicen que uno de los pisos va a ser alquilado a una persona que padece una enfermedad mental. Se ve como una amenaza a la seguridad y al bienestar. Hay muchos puntos de vista que tenemos que mejorar.





jueves, 1 de diciembre de 2022

¿Solo uno de cada diez?


Hace poco más de una semana leí que, según el último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas de España), solo uno de cada diez jóvenes españoles entre 18 y 24 años se declara católico practicante en un país en el que la Iglesia, a pesar de sus muchas limitaciones, se esfuerza por ser una comunidad evangelizadora. El porcentaje es incluso más bajo (solo un 8,9%) entre quienes tienen 25 y 34 años. No sé si estas encuestas “oficiales” miden de manera fiable la realidad juvenil, pero no hace falta ser sociólogo para darse cuenta de que -como ya he escrito en varias ocasiones- estamos ante la primera generación incrédula, como advirtió hace años el teólogo italiano Armando Matteo. 

Yo no me quedo con los brazos cruzados. Me hago preguntas y busco respuestas. ¿Qué pasa con esos chicos que van por la calle con zapatillas deportivas blancas, una sudadera con capucha y el omnipresente móvil en la mano? ¿En qué piensan las chicas que visten casi igual y que se reúnen los fines de semana en grupos sin dejar de mirar cada una a su propio móvil mientras beben un calimocho en cualquier parque de nuestras ciudades porque no tienen dinero para ir a una discoteca o a un bar? No lo sé. Reconozco que no tengo muchas experiencias de diálogo tranquilo con jóvenes de esta franja de edad. No sé lo que piensan acerca de Dios, de Jesús o de la Iglesia. Quizás no tienen nada en contra. Se trata probablemente de realidades que no entran dentro de su radio de acción. La cuestión religiosa, a diferencia de la sexual o la laboral, no ocupa ningún lugar en las series juveniles ni tiene ninguna relevancia en el discurso público. Y ya se sabe que “de lo que no se habla, no existe”.


Me gusta lo que está haciendo el joven sacerdote Alberto Ravagnani en Italia. Por edad, sensibilidad y entusiasmo ha logrado conectar con los jóvenes de esta generación. No está con ellos como si fuera un animador social, un profesor o un militante político. Los escucha y acompaña como sacerdote. No se escandaliza de sus preguntas ni de sus prácticas. Les habla de Dios y de Jesús como quien está convencido de que no hay nada mejor que le pueda pasar a un ser humano que el encuentro con quien puede dar sentido pleno a la vida. No vive su ministerio de manera tímida o vergonzante, pero tampoco impone nada. Ha descubierto que lo esencial de la evangelización consiste en estar, escuchar, proponer y acompañar. Cree en la pastoral de las distancias cortas y asume los riesgos que comporta. 

Es muy probable que en España y otros países haya sacerdotes, religiosos (as) y laicos que hacen algo parecido, aunque no conozco de cerca muchas experiencias. Ellos tendrían que ayudarnos a comprender mejor qué está sucediendo con esta generación antes de que nos embalemos en juicios apresurados que no llevan a ninguna parte.


Sin ser un experto en pastoral juvenil, veo un secreto enlace entre la adicción al teléfono móvil (y todo lo que ella comporta) y la dificultad para escuchar la “música callada” que suena en el interior de todo ser humano. Además, tengo la impresión de que la pandemia ha golpeado a estos jóvenes con inusitada saña. Los ha aislado. Les ha robado la confianza en que la vida siempre se abre paso. Les ha oscurecido el presente y el futuro. Les ha hecho ver que su formación esmerada no les va a servir para hacerse ricos. Los ha sumido,  en definitiva, en una especie de resignación que solo encuentra paliativos efímeros en el consumo y el entretenimiento. ¿Qué Dios (si es que esta palabra tiene todavía algún significado para ellos) puede permitir que la humanidad esté viviendo un extravío semejante en el primer tercio del siglo XXI, el siglo más evolucionado de la historia? 

Es verdad que los avances tecnológicos son espectaculares, pero no producen por sí mismos la alegría de vivir que todavía se encuentra en civilizaciones menos colonizadas por la técnica y el consumo. ¿Tendremos que tocar fondo (como ha sucedido en otras épocas de la historia) para empezar a intuir que se puede vivir de otra manera? El problema no es que solo uno de cada diez jóvenes se declare católico practicante. El problema es que aceptemos la indiferencia y la resignación como enfermedades inevitables y hayamos renunciado a compartir la alegría del Evangelio. Quienes se arriesgan a hacerlo comprueban que hay más acogida de la que uno hubiera imaginado. Yo me apunto a la pastoral de las distancias cortas y del riesgo.