lunes, 24 de enero de 2022

El cuarto poder

Hoy celebramos la memoria de san Francisco de Sales (1566-1622), obispo y doctor de la Iglesia. Su libro Introducción a la vida devota ha influido mucho en la espiritualidad de los últimos tres siglos, hasta el punto de ser considerado un clásico. Su pensamiento es claro y actual: “Muchas personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son más que estatuas y apariencias de devoción. La viva y verdadera devoción, ¡oh Filotea!, presupone el amor de Dios; mas no un amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad”. 

De todos modos, hoy no me voy a fijar en san Francisco de Sales como maestro de espiritualidad, sino como patrono de los periodistas. Cuando Pío XI lo designó como tal el 26 de enero de 1923, justificó la designación en el hecho de que san Francisco de Sales combatió los errores protestantes “a través de hojas sueltas, redactadas entre dos predicaciones y distribuidas como circulares a ser copiadas que, pasando de mano en mano, acababan apareciendo entre los hermanos separados”. En la encíclica Rerum omnium perturbationem (26 de enero de 1923), Pío XI escribió que declaraba a san Francisco de Sales patrono de los escritores y periodistas

“porque les enseña claramente con su ejemplo lo que deben hacer. En primer lugar, que estudien con la mayor diligencia, y en la medida de sus posibilidades, adquieran el conocimiento de la doctrina católica; que se guarden de faltar a la verdad, ni, con el pretexto de evitar la ofensa de sus adversarios, de atenuarla u ocultarla; que cuiden la forma y elegancia del discurso, y procuren expresar sus pensamientos con perspicuidad y ornamentación de palabras, para que sus lectores se deleiten en la verdad. Si tienen que luchar contra sus adversarios, deben ser capaces de refutar sus errores y resistir la improbabilidad de los perversos, pero de tal manera que muestren que están animados por la justicia y, sobre todo, movidos por la caridad”.

Son palabras un poco rebuscadas para nuestra mentalidad moderna, pero señalan claramente lo que los periodistas deben hacer. San Francisco de Sales fue un gran comunicador, tanto de palabra como por escrito. Sabía llegar a la gente. Predicaba a los niños, pero era seguido por los adultos. No sé cuántos periodistas celebrarán hoy a su santo patrón, pero es un buen día para agradecerles su trabajo y para pedir que el santo saboyano los proteja. Los periodistas son de los actores sociales que más confianza han perdido por parte de la gente. Y es una pena porque dependemos en buena medida de ellos para abrirnos al mundo. He aprendido mucho leyendo columnas inolvidables, me he emocionado con reportajes excelentes, he disfrutado con algunas entrevistas que quitaban el hipo, he seguido retransmisiones de acontecimientos históricos y me he reído con chistes gráficos y tiras de humor. El periodismo (tanto impreso como audiovisual o digital) cuenta con excelentes profesionales. ¡Muchas gracias a todos ellos!

Desde el siglo XIX se habla de la prensa como el cuarto poder en las sociedades democráticas. Se uniría así, en la práctica, al poder ejecutivo, al legislativo y al judicial, solo que con menos controles y más poder de crear opinión. Los periodistas formarían parte de la élite dirigente integrada por los gobernantes, los legisladores y los jueces. Se ha escrito mucho sobre las relaciones de la prensa con el poder político y, sobre todo, con el económico. Abundan también las novelas e incluso las películas. No hay que ser injusto con los buenos profesionales, pero parece más que evidente que los juegos de intereses y las manipulaciones están a la orden del día. Con todo, lo que más me llama la atención es la tendencia del periodismo actual a convertirse en una especie de “nueva inquisición” que puede criticar todo (con mayor o menor conocimiento de causa) en nombre de la sacrosanta libertad de expresión, pero que a duras penas admite ser cuestionado. Ciertamente, uno puede escribir al director de un periódico mostrando su disconformidad con alguna información sesgada o puede hacer comentarios críticos a algunos artículos en los medios digitales, pero eso casi nunca modifica lo más mínimo el enfoque del medio.

Desde hace años me llama también la atención la abundancia de secciones periodísticas en las que se nos trata a los lectores de ignorantes o de entendidos asintomáticos. Por ejemplo, se nos avisa de los siete errores que cometemos al beber cerveza, de los diez errores al cepillarnos los dientes o de las dieciocho cosas que hemos estado haciendo mal toda la vida y ni siquiera lo sabíamos. O sea, que si no fuera por este grupo de gurús, la humanidad habría desparecido ya hace varios siglos. Hemos cocinado mal los espaguetis a la carbonara, no sabemos hacer gimnasia y además somos torpes a la hora de sacar dinero en un cajero automático. O sea, que somos tontos de remate. ¡Menos mal que existe la prensa para recordárnoslo y enseñarnos a ser mejores en una especie de campaña mundial contra la ignorancia plebeya!

Estos son ejemplos muy banales, pero, yendo más al fondo, los editoriales de algunos periódicos son verdaderas “homilías laicas” que pontifican sobre los más diversos asuntos (desde la eutanasia hasta la política agraria de la Unión Europea pasando por los abusos a menores en la Iglesia o las cuotas de los trabajadores autónomos) y nos dicen lo que es bueno o malo con más rigidez que la mayoría de las homilías litúrgicas. La opinión se come con frecuencia a la información, aunque soy consciente de que no es fácil escindirlas. Si algo reprocho a una buena parte del periodismo contemporáneo es que, más que favorecer la información contrastada y el pensamiento crítico, se convierte en portavoz encubierto de múltiples intereses ideológicos, económicos y políticos. Cuando hay subvenciones públicas de por medio, la cosa se acentúa todavía más. 

Por eso, valoro tanto a los periodistas de raza que se resisten a ser meras voces de su amo. Los ha habido en el pasado y los hay en el presente. Sin ellos, no sabríamos bien lo que sucede en el mundo. Dependeríamos de lo que los poderosos quisieran contarnos para ocultar sus desmanes, vender sus productos o condicionar nuestras opiniones. Gracias a Dios, el mundo digital ha democratizado mucho la información y la opinión, aunque también nos ha expuesto a manipulaciones sin cuento por la falta de filtro crítico y de unos mínimos éticos. Todos somos periodistas en potencia. Basta que dispongamos de un ordenador o un teléfono móvil y tengamos algo que contar. Podemos decir cosas interesantes, divertidas y hasta instructivas. O podemos mentir, manipular e intoxicar. Los blogs, por ejemplo, son la expresión de este tipo de periodismo libre que no se debe más que a sus lectores y a las combinaciones de los algoritmos. Este Rincón es un botón de muestra.

En fin, que también en este campo crecen juntos el trigo y la cizaña. Creo que san Francisco de Sales, buen conocedor de la naturaleza humana, no se escandalizaría de eso. Nos animaría, más bien, a seguir siendo humildes testigos de la verdad, la bondad y la belleza, aunque campen a sus anchas la mentira, la maldad y la fealdad. En el momento de la siega, el trigo se aprovecha y la cizaña se quema.


domingo, 23 de enero de 2022

Esta Palabra se cumple hoy

Hoy, Tercer Domingo del Tiempo Ordinario es, por tercer año consecutivo, el Domingo de la Palabra de Dios. En el siguiente subsidio se encuentran muchas sugerencias para poner en práctica esta iniciativa pastoral del papa Francisco. Necesitamos la Palabra de Dios para afrontar con esperanza este tiempo de pandemia, para iluminar el camino sinodal que empezamos el pasado mes de octubre, para seguir creciendo como personas y comunidades. Cada vez es mayor el número de cristianos que leen asiduamente la Biblia, realizan cursos bíblicos presenciales y online, oran con la Palabra siguiendo diversos métodos (lectio divina, lectura creyente, lectura popular, etc.) y promueven su difusión a través de medios impresos, audiovisuales y digitales. 

En nuestro XXVI Capítulo General (2021), los misioneros claretianos “soñamos con Claret una Congregación que, a ejemplo de María, atesora en su corazón, cumple y proclama la Palabra de Dios”. Entre otras cosas, nos comprometimos a “favorecer y llevar a cabo, como oyentes y servidores de la Palabra, iniciativas eclesiales como el Domingo de la Palabra de Dios y la semana y el mes de la Biblia”, así como a “practicar la lectio divina de forma personal, comunitaria y con el Pueblo de Dios”. Para ser “hombres de palabra” (fieles y fiables) tenemos que ser “hombres de la Palabra” (oyentes y servidores).

Las lecturas de este domingo nos ayudan a comprender el significado de la Palabra de Dios en nuestra vida. ¡Ojalá nosotros tomáramos en serio lo que el rey Nehemías, el sacerdote Esdras y los levitas dijeron al pueblo de Israel, reunido para escuchar de la mañana a la tarde la lectura de la Ley! Esta fue su invitación: “Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”. 

La Palabra de Dios es siempre fuente de alegría. Y esa alegría es la que nos hace fuertes para afrontar las pruebas de la vida. En este tiempo de pandemia -tiempo de languidez y ansiedad- necesitamos abrevarnos en el manantial de la Palabra de Dios. Solo así podremos experimentar esa alegría profunda que nos libra de ser víctimas de una situación que se hace cada día más insostenible. En el salmo responsorial de hoy repetimos: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Es un reconocimiento del poder transformador de la Palabra de Dios.

El evangelio de Lucas comienza contando el proceso que su autor ha seguido para la composición de su evangelio (Lc 1,1-4). Resulta muy iluminador para conocer el origen de los textos que leemos hoy. A los hechos originales sigue la tradición oral (particularmente arraigada en las culturas semitas), luego colecciones escritas de diversos materiales; finalmente, una obra sistemática con un claro enfoque teológico y un propósito catequético-pastoral. Luego de esa introducción, el Evangelio salta un poco abruptamente al capítulo 4 para mostrarnos a Jesús leyendo y explicando la Palabra de Dios en la pequeña sinagoga de Nazaret, su pueblo (Lc 4,14-21). Tras ser invitado un sábado a leer un fragmento del profeta Isaías, hace una atrevida interpretación, una “lectio divina” que entusiasma y descoloca a sus paisanos. 

Lo más significativo es que lo que dice Isaías se cumple con la llegada de Jesús. O, por decirlo con sus propias palabras: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. O sea, que con Jesús, ungido con la energía del Espíritu, los pobres son evangelizados, a los cautivos se les proclama la libertad y a los ciegos la vista; los oprimidos son liberados, se lleva a la práctica, en definitiva, el año de gracia del Señor, no el tiempo del ajuste de cuentas y de la venganza. 

¿Quién no se iba a sentir atraído por un mensaje como este? Pero, por otra parte, ¿quién podía fiarse de un paisano sin estudios y sin ninguna autoridad? ¿Quién era Jesús para arrogarse la fuerza del Espíritu? Todavía hoy seguimos haciéndonos estas preguntas al mismo tiempo que seguimos teniendo nuestros ojos clavados en él. ¿Cómo podríamos vivir la fe en Jesús sin la luz de la Palabra?

viernes, 21 de enero de 2022

Tenemos mucho que aprender

Me entra por la ventana un intenso sol de invierno. El cielo es azulísimo, como suele ser en Madrid cuando el día es claro. Velázquez se quedó prendado de la luz madrileña. Dentro de casa se está bien, pero fuera hace frío. Nos hemos despertado con tres grados bajo cero. La asamblea general de Filiación Cordimariana prosigue según el cronograma previsto. Me sorprende la sencillez, concreción y belleza con que se ha hecho memoria del sexenio pasado. Las mujeres, en contra de lo que a veces se dice, no se pierden en discusiones teóricas. Ponen el acento en la vida, quizá porque tienen una conexión biológica con el misterio del nacer y el morir. 

En la llamada “memoria de régimen” (o de gobierno) han presentado una silueta biográfica de cada una de las 50 hermanas que fallecieron a lo largo del sexenio pasado. No es cuestión de reducir su paso por la existencia a una cifra o un mero nombre. Las he felicitado por este ensayo de teología narrativa. Se conoce mejor el carisma cuando se examina la vida de quienes lo han encarnado a lo largo de muchos años. Algunas han muerto en la frontera de los cien.

Mientras disfruto de la paz de este lugar y de un ambiente sereno, me llegan noticias de algunas personas queridas que están al límite de su resistencia física y psicológica. La pandemia las está golpeando más de lo que hubieran imaginado. Los gobiernos, con mejor voluntad que verdadera estrategia, van tomando medidas, pero no son suficientes para paliar el hartazgo. Por WhatsApp siguen circulando teorías conspirativas que no hacen sino complicar más las cosas. La última que me ha llegado, aunque ya es vieja, atribuye a Tasuku Honjo, inmunólogo y bioquímico japonés, premio Nobel de Medicina en 2018, unas declaraciones que él ha desmentido categóricamente en varias ocasiones, pero que siguen circulando por la red como si tal cosa. Según esas informaciones, él habría dicho que el virus responsable de esta pandemia es una creación de algunos laboratorios chinos. Los argumentos son parecidos a los de otras teorías del mismo tipo. 

A la vista de que la pandemia no cede, hay muchas personas que se sienten cada vez más confundidas. El miedo hace que uno se abandone fácilmente a cualquier explicación, por extravagante que sea. Hay que estar en guardia y fiarse solo de aquellas que tengan un buen aval científico. Leo también que en España y otros países europeos hay un alto número de personas que no quieren ponerse la famosa tercera dosis de la vacuna. Consideran que se trata más de un interés comercial que de una medida estrictamente médica. Tendremos que estar atentos a las consecuencias.

La etapa que estamos viviendo es peligrosa. Cuando una persona o una sociedad se hartan de obedecer dócilmente o de resistir como héroes, pueden pasar a una reacción violenta. Estamos viviendo una “guerra” que dura casi dos años y para la que no habíamos recibido ningún entrenamiento ni físico ni psicológico. Por eso, necesitamos tomar conciencia del momento que atravesamos, no perder la calma y seguir viviendo de la manera más saludable posible, con un ojo siempre puesto en aquellas personas de nuestro entorno que dan señales de flaqueza y necesitan apoyo. 

Estoy convencido de que la fe cristiana nos ayuda también a afrontar situaciones como esta porque incorpora la frustración y el sufrimiento como elementos inherentes a la condición humana. Más aún, porque nos ayuda a descubrir la mano amorosa de Dios incluso en las experiencias que parecen contradecir su providencia.  En circunstancias como estas, siempre recuerdo las palabras de Pablo a la comunidad de Corinto: “Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,8-10). 

Si aceptamos participar en la muerte de Cristo (manifestada en forma de incertidumbre, ansiedad o depresión) experimentaremos también la fuerza de su vida operante en nosotros. No es un discurso piadoso. Es pura experiencia. Pero exige de nosotros un “abandono” que a primera vista parece casi imposible. Tenemos todavía mucho que aprender.

jueves, 20 de enero de 2022

Ora, espera y no te preocupes

Hace ya tiempo que no escribo nada de música. Hoy os presento al hermano Isaías. O, para ser fiel a su nombre original, a Brother Isaiah. Nació en San Francisco (California) en 1985. Pertenece a los Frailes Franciscanos de la Renovación, una congregación religiosa fundada en 1987 por ocho sacerdotes capuchinos de los Estados Unidos. Desde el 8 de diciembre de 2016 son un instituto religioso de derecho pontificio. Están presentes en Estados Unidos, Irlanda, Inglaterra, Nicaragua y Honduras. Son alrededor de 120 hermanos. 

Los dos principales fines de este nuevo instituto contemplativo son servir a los pobres y evangelizar. Herederos del primitivo espíritu franciscano, consideran que la vida religiosa se secularizó demasiado en los años 70 y 80 del siglo pasado y por eso perdió atractivo entre los jóvenes. Entre las actividades evangelizadoras de este nuevo instituto, una de ellas es la música. Llama la atención ver al hermano Isaías, junto a otros compañeros, cantando en una iglesia, en un polideportivo o en mitad de la calle. Su hábito gris, su barba y sus sandalias no parecen el atuendo más adecuado para un concierto de música pop-rock, pero la creatividad religiosa no tiene límites. Se une a los muchos religiosos y sacerdotes que se han dedicado también a la música. Para empezar, echemos un vistazo a su Jacob’s Song (Canción de Jacob).

El hermano Isaías está convencido de que “la música es el lenguaje de Dios, el verdadero lenguaje del cielo”. Cuando le preguntan qué busca con sus canciones, responde: “Fundamentalmente, busco a Dios. Trato de dar salida a lo que pasa dentro de mí, como hizo el rey David, con todos mis sufrimientos y esperanzas”. A los jóvenes de hoy les gusta la música. ¿Por qué no usarla para acompañarlos en un itinerario de búsqueda de Dios? Algunos hombres y mujeres saben cómo hacerlo. 

La actitud del hermano Isaías en relación con la música religiosa es muy abierta: “Hay momentos para estar en silencio, otros para rezar con la intimidad de una guitarra, o momentos en los que muchas voces e instrumentos se unen para alabar a Dios. Tenemos que apreciar todos los tipos de música que tenemos en la Iglesia”. Os propongo un ejemplo de concierto en el interior de una iglesia. El título de la canción reproduce unas palabras de Jesús: “Come, follow me” (Ven, sígueme).

No sé el futuro que tendrá este nuevo instituto religioso. Es probable que algunos lectores de este Rincón piensen que se trata de una de esas iniciativas neoconservadoras que vienen de los Estados Unidos y que su recorrido será corto. La historia lo dirá. Yo procuro acoger con simpatía cada nuevo fenómeno eclesial porque casi siempre es un don del Espíritu que nos abre los ojos hacia algo que hemos olvidado o que tenemos que descubrir. 

Es evidente que la vida religiosa en Occidente ha perdido el mordiente que tuvo en otras épocas. No todo es achacable a la secularización de la sociedad. En buena medida es también imputable a la secularización interna. Quizá, en nuestro intento de acercarnos al mundo, hemos perdido la anormalidad que siempre ha caracterizado a este estilo de vida. El hermano Isaías y sus compañeros, desde una anormalidad normal,  nos recuerdan que lo importante es orar, esperar y no preocuparse demasiado. Os dejo con su tema “Pray, Hope, Don’t Worry”.


miércoles, 19 de enero de 2022

Los "santitos"

Exterior de la ermita de san Antón

Desde muy niño oí hablar de “los santitos”, aunque tardé tiempo en saber a qué se refería esa expresión que seguramente será desconocida para la mayor parte de los lectores del Rincón. Cuando en mi pueblo natal la gente habla de “los santitos” se refiere a una serie de fiestas menores que tienen lugar entre la Navidad y la Semana Santa. Los famosos “santitos” son cinco: san Antón (17 de enero), san Sebastián (20 de enero), santa Inés (21 de enero), san Blas (3 de febrero) y santa Agueda (5 de febrero). 

Cada uno de ellos tiene (o tenía) su imagen, su cofradía y sus correspondientes tradiciones: misas, oración por los difuntos, procesiones, reparto de panecillos, bendición de roscos, comidas de hermandad, bailes, etc. Uno de ellos (san Antón) tiene incluso ermita propia a las afueras del pueblo. No es fácil encontrar una constelación de fiestas tan seguidas que hayan sobrevivido a la imparable secularización de nuestra sociedad. 

Misa de la fiesta en el interior de la ermita de san Antón

La verdad es que no soy ningún experto en la historia de estas fiestas ni he pertenecido nunca a ninguna cofradía. No he vivido por dentro la emoción que deben sentir sus miembros. Si hoy les dedico la entrada es porque hay varias cosas que me sorprenden. La primera es el hecho de que los cinco “santitos” se remonten a los siglos III-IV. El abad san Antón murió en el año 356; el soldado mártir san Sebastián en el año 288; la virgen y mártir santa Inés en el 304; el obispo san Blas en el 316: y la virgen y mártir santa Águeda de Catania, en el 261. Ninguno de ellos es un santo moderno. 

¿Qué tienen estos tres varones (Antón, Sebastián, Blas) y estas dos mujeres (Inés y Águeda) para seguir siendo atractivos 17 siglos después de su muerte? Entre ellos hay eremitas, soldados, obispos y dos muchachas jóvenes sin apenas trayectoria personal. A primera vista, nada haría pensar que historias como las suyas pudieran interesar a los hombres y mujeres del siglo XXI, que vivimos en un contexto cultural muy alejado del suyo. A nosotros no nos persiguen como a ellos por ser cristianos, a menos que el estilo pagano de vida que llevamos hoy sea una especie de persecución sorda. 

Roscos de san Blas

Me resulta curioso que en nuestra sociedad secularizada exista un sorprendente mundo cofrade que sigue atrayendo a un buen número de jóvenes. ¿Por qué? Quizá porque en una cultura individualista las cofradías representan un oasis de hermandad. Los cofrades se suelen llamar entre ellos “hermanos”. Saber que eres significativo para alguien, más allá del círculo familiar, es una experiencia que nos proporciona arraigo y seguridad. Necesitamos cultivar un fuerte sentido de identidad y pertenencia: saber de dónde venimos, quiénes somos y a quién pertenecemos. Por otra parte, en una sociedad tan mecanizada como la nuestra, echamos de menos algunos ritos que nos abran a una dimensión trascendente. Las fiestas de los santos y las cofradías que las organizan están cargadas de elementos rituales que parecen satisfacer esta necesidad. Es, en cierto sentido, el retorno de lo sacro bajo formas populares, lejos de la rigidez litúrgica. 

Creo, además, que los “santitos”, más allá de su biografía singular, constituyen un recuerdo permanente de que “otra vida es posible”, de que ha habido hombres y mueres a lo largo de la historia que han vivido con autenticidad, sin dejarse llevar por las modas del momento, dando su vida por Jesús y los valores del Evangelio. Aunque uno no siempre esté dispuesto a seguir este mismo camino, no deja de sentirse atraído por la fuerza que transmiten quienes fueron capaces de transitarlo. En el fondo, todos añoramos ser mejores de lo que somos. Por eso, nos aupamos sobre los hombros de quienes fueron fieles a sus convicciones. Podemos admirar a algunos triunfadores (deportistas, políticos, hombres de negocios, etc.), pero, a la hora de la verdad, nos fiamos más de lo santos. No olvidamos también su función intercesora. A ellos podemos confiarles nuestras necesidades. 

Grupo de mujeres celebrando la fiesta de santa Águeda

Por último, resulta sugestivo que haya algunas fiestas menores en el corazón del invierno. Todas se remontan a tiempos en los cuales la vida agraria se reducía al mínimo y quedaba más tiempo para la celebración. Aunque solemos asociar las fiestas al verano, quedan vestigios de “fiestas invernales” que introducen una nota de alegría en los días cortos y gélidos de las primeras semanas del año. Es verdad que la celebración actual de los “santitos” dista mucho de tener el impacto popular que tenía hace unas cuantas décadas. Es verdad que en los dos últimos años la pandemia ha minimizado aún más sus expresiones. Con todo, sigue constituyendo un momento de encuentro fraterno y de alegría. 

Intuyo que, además, es una expresión sincera de una religiosidad popular que, convenientemente evangelizada, puede ayudar al encuentro personal con Dios. Al fin y al cabo, Antón, Sebastián, Inés, Blas y Águeda no han pasado a la historia por ser grandes científicos, escritores o artistas, sino por haber dedicado sus vidas enteramente a Dios. Lo que explica su fama y este tremendo arraigo popular es la fuerza de Dios en sus vidas. Si ellos fueron capaces de vivir una vida tan auténtica, ¿por qué nosotros no? ¿Qué nos impide a los hombres y mujeres del siglo XXI vivir una fe como la suya? Ser cofrade es algo más que pagar una cuota anual o participar en una comida de hermandad. Es, por lo menos, un deseo de ser mejores, de vivir con otros hermanos y hermanas la alegría de caminar por la misma senda que recorrieron algunos “santitos” cuyo recuerdo es inspirador. 

martes, 18 de enero de 2022

Calle arriba, calle abajo

Ayer y anteayer dediqué un tiempo a recorrer a pie la calle Arturo Soria: el domingo, en dirección hacia su final; ayer, en dirección hacia su origen. Esta larga y compleja calle está situada en el noreste de Madrid, en el distrito de Ciudad Lineal, a cuatro pasos de la casa de espiritualidad en la que me encuentro. Tiene unos 6 kilómetros de longitud. Debe su nombre al geómetra, urbanista y teósofo Arturo Soria (1844-1920), impulsor del proyecto de una ciudad lineal, cuyo objetivo se resumía en la frase: “A cada familia una casa, en cada casa una huerta y un jardín”. Podríamos decir que su sueño se alineaba con las propuestas utópicas que han surgido a lo largo de la historia y que, por diversas razones, casi nunca se han podido materializar a cabalidad. 

Arturo Soria buscaba una alternativa para descongestionar las ciudades tradicionales agrupadas en torno a un núcleo urbano. Quería recuperar un urbanismo fundamentado en la dignidad de la persona y el contacto con la naturaleza. Su ciudad lineal era una ciudad alargada construida a ambos lados de una avenida central de 40 metros de ancho, con viviendas a los lados. Se trataba de aplicar a la gran ciudad el concepto de pueblo-calle que se observa en algunas poblaciones rurales. Su sueño se realizó solo en parte. Con el paso del tiempo, la calle que lleva su nombre ha ido adoptando otra fisonomía por problemas presupuestarios, especulación inmobiliaria, cambios en los planes urbanísticos, etc. La actual calle conserva solo unos pocos elementos de la idea original. Con todo, sigue siendo una calle muy peculiar, bastante diferente a otras calles de Madrid.

Más allá de las cuestiones urbanísticas, a las que personalmente soy muy aficionado, mi paseo vespertino tuvo algo de exploración humana. Volví a comprobar que, a pesar de la pandemia,  la gente camina, se echa a la calle para no ser víctima de un confinamiento que a la larga puede resultar más perjudicial que el mismo coronavirus. El paisaje humano era variopinto. Abundaban los papás y abuelos que recogían a los niños en los numerosos colegios que hay en la zona. Se veían también bastantes jóvenes con sus chándales que iban a practicar deporte. Quizás el grupo más numeroso era el de los jubilados que disfrutaban del sol invernal en el momento más propicio del día. Con su calzado deportivo y provistos de gorros, guantes, bufandas y mascarillas caminaban a paso tranquilo por la acera o se sentaban un rato en los muchos bancos que pueblan las áreas de juegos y de descanso. 

Mirando a un lado y a otro, comprobé que hay un buen número de hospitales y clínicas (desde el prestigioso Centro Andersen contra el Cáncer hasta la clínica Nuestra Señora de América), colegios, conservatorios, sedes de multinacionales, residencias de ancianos, casas de congregaciones religiosas, bares y restaurantes (en número menor que en otros barrios de Madrid) y, por supuesto, numerosas viviendas familiares. La antigua Villa Rubín, residencia familiar del urbanista Arturo Soria, es hoy la Residencia de Menores Manzanares, dependiente de la Comunidad de Madrid.

Mientras paseaba a buen ritmo, imaginaba las historias que se podían esconder detrás de las fachadas de algunos chalés de lujo, en los quirófanos de los hospitales, en las habitaciones de los ancianos de las residencias y también en los rostros de las mujeres filipinas y latinoamericanas que paseaban del brazo de algunos ancianos, de los jóvenes que iban descentellados (este original término no figura en el diccionario de la RAE, pero se lo he oído utilizar a mi madre en varias ocasiones) en sus bicicletas y de las mamás que tenían dificultades para estacionar su coche frente al colegio de sus hijos. 

¿Qué sueñan estas personas? ¿Qué les mueve en la vida? ¿Qué les hace sufrir? ¿En dónde encuentran fundamento para seguir adelante? Oí casualmente la conversación de dos ancianas a las que adelanté con mi paso rápido. Estaban hablando -¡cómo no!- de la omnipresente pandemia. Una de ellas le dijo a la otra en tono lastimero: “Así no podemos seguir mucho tiempo”. Es como si estuviera llegando al límite de su resistencia. Entonces pensé en las diversas actitudes que todos tenemos ante este fenómeno para el que no estábamos preparados. 

En las últimas semanas, algunos de mis amigos y familiares han pasado la enfermedad casi sin enterarse, con serenidad, paciencia e incluso con buen humor. Otros, por el contrario, han vivido momentos de rabia, tristeza y hasta casi desesperación. ¿Por qué el mismo virus provoca reacciones tan diferentes? A veces, tiene que ver con las condiciones en las que cada uno vive la enfermedad (no es lo mismo estar encerrado en un pequeño apartamento o en una habitación de hospital que vivir en un chalé o en el campo). Otras veces tiene que ver con la gravedad o levedad de los síntomas. Quien tiene serios problemas para respirar no la afronta igual que quien es asintomático o sufre solo un poco de fiebre y de cansancio.

Por último -creo que esto es lo más importante- tiene que ver con nuestra actitud ante la vida. Quien quiere tener siempre todo bajo control o está acostumbrado a ser muy autónomo, pierde los nervios cuando no puede controlar la enfermedad y sus efectos colaterales. Quien, por el contrario, ha aprendido a dejarse cuidar, a abandonarse, afronta la enfermedad con más tranquilidad, sabiendo que la irritación no le ayuda a superarla. En fin, que un paseo, calle arriba y calle abajo, da para mucho.


lunes, 17 de enero de 2022

Un G-18 femenino y consagrado

Desde el sábado me encuentro en una casa de espiritualidad en el noreste de Madrid. Estaré hasta finales de mes acompañando a las participantes en la XI Asamblea General del instituto secular Filiación Cordimariana. Se trata de un grupo de 18 mujeres (G-18) provenientes de España, Portugal, Argentina, Brasil, Perú, Uruguay y Venezuela, que representan a todos los miembros de este instituto cuya singular historia merece la pena conocer. Su origen se remonta a san Antonio María Claret. En 1847 el entonces misionero apostólico escribió un libro titulado Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María o Religiosas en sus casas, que no pudo publicarse hasta 1850, un año después de la fundación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. En este libro se encuentran las bases de una nueva forma de vida consagrada que muchos años después cristalizó en un moderno instituto secular presente en varios países europeos y americanos. 

Este instituto, conocido como Filiación Cordimariana, forma parte de la Familia Claretiana, junto con los Misioneros Claretianos, las Misioneras Claretianas (que precisamente hoy celebran el aniversario de la muerte de su Fundadora, la venerable Madre Antonia María París), el movimiento laical Seglares Claretianos y otros cuatro grupos más: las Misioneras de María Inmaculada (fundadas en Guinea Ecuatorial en 1909), las Misioneras Cordimarianas (fundadas en México en 1921),  las Misioneras de la Institución Claretiana (fundadas en España en 1951) y las Misioneras de san Antonio María Claret (fundadas en Brasil en 1958). Los cuatro grupos comparten la espiritualidad misionera de san Antonio María Claret.

Imagino que la mayoría de los lectores de este Rincón no están familiarizados con los institutos seculares. Todo el mundo sabe qué es un cura, una monja o un fraile, por usar categorías populares, aunque no muy precisas teológica y canónicamente. Pero, ¿en qué consiste un instituto secular? Reproduzco casi literalmente lo que escribí hace más de tres años en una entrada titulada Una hermosa desconocida, coincidiendo con el 75 aniversario del instituto Filiación Cordimariana. Sus miembros se presentan como mujeres que quieren vivir la consagración a Dios “en el corazón del mundo”. Hacen voto de castidad, pobreza y obediencia como expresión de su total entrega a Dios y a la Iglesia. Pero, a diferencia de las monjas y de las religiosas, su claustro es el mundo. Quieren vivir a cabalidad su condición de mujeres seculares. 

Por lo general, desarrollan profesiones civiles. La actual directora general de Filiación Cordimariana, por ejemplo, es abogada. Otras son profesoras, trabajadoras sociales, médicas, enfermeras, etc. Viven solas, con sus familias o en pequeños grupos, según lo más conveniente. El Corazón de María simboliza para ellas el santuario en el que se ofrecen a Dios como María y el hogar en el que aprenden el “arte mariano” de vivir; es decir, la escucha, la profundidad, la fe, la ternura, la compasión, el servicio, la cordialidad y, en definitiva, la alegría de haber encontrado el tesoro de Dios para compartirlo con los demás. Filiación Cordimariana es una familia carismática pequeña y discreta, pero muy activa. Es, por decirlo de manera muy entrañable, una “hermosa desconocida”.

Estoy convencido de que muchas chicas que experimentan la llamada a vivir su fe con una entrega especial a Jesús, pero sin renunciar a sus aspiraciones profesionales y a su estilo autónomo (no individualista) de vida, podrían encontrar en un instituto como este un atractivo camino vocacional. Gracias a Dios, en la Iglesia hay muchas maneras de seguir a Jesús. Algunas son muy visibles y gozan de una larga trayectoria histórica. Otras son casi invisibles y han nacido hace apenas unas décadas. Lo importarte es encontrar aquella que coincide con las aspiraciones que el Señor ha puesto en nuestro corazón. 

Yo personalmente me encuentro muy a gusto acompañando durante un par de semanas a este G-18 en una asamblea general que lleva por título Tejiendo historias en corazones de carne. Os pido una oración por el fruto de este encuentro y os dejo con un vídeo que presenta algunos testimonios sobre la identidad y misión de este Instituto secular.