viernes, 7 de diciembre de 2018

A vueltas con la Biblia

Dentro de unas horas salgo para Medan (Indonesia), vía Singapur, un pequeño país con menos de seis millones de habitantes y casi 100.000 dólares de renta per cápita. Los cristianos representan alrededor del 18% de la población, el segundo grupo religioso por detrás de los budistas (33%). Yo estoy enamorado de Asia, así que espero disfrutar las dos semanas que voy a pasar allí. Me pongo en camino en la fiesta de san Ambrosio de Milán, un hombre del siglo IV, nacido en Tréveris, con una biografía digna de la mejor película de Hollywood. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina (junto con san Jerónimo, san Agustín y san Gregorio Magno) y uno de los 36 Doctores de la Iglesia católica. Poseía una sólida formación retórica y jurídica, lo que le llevó a ser gobernador de todo el norte de Italia. Aunque procedía de una familia cristiana, no fue bautizado de niño. Siendo todavía catecúmeno, fue designado obispo de Milán, así que en una semana tuvo que recibir el Bautismo y el Orden sacerdotal antes de proceder a su consagración episcopal. No creo que haya existido una carrera eclesiástica más corta en la historia de la Iglesia. A partir de entonces se dedicó al estudio, sobre todo de las Sagradas Escrituras, y al gobierno de su inmensa diócesis. Murió a los 57 años. Todavía hoy, la arquidiócesis de Milán tiene a san Ambrosio como su figura señera −junto a la de san Carlos Borromeo−, hasta el punto de que sigue practicando el rito ambrosiano promovido por él.

Yo relaciono espontáneamente la figura de san Ambrosio con la Biblia. Se empapó a fondo. Se podría decir que su vida fue una destilación de la palabra de Dios encontrada en las Escrituras. Otro Padre de la Iglesia, San Jerónimo, llegó a decir que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Uno de los grandes problemas del catolicismo a lo largo de los siglos ha sido la enorme ignorancia bíblica de sus fieles, debida, en parte, al analfabetismo generalizado. Es verdad que se conocían algunos pasajes de la llamada historia sagrada (sobre todo, a través de las predicaciones y de las representaciones artísticas), pero faltaba formación y, sobre todo, el hábito de orar a partir de la Palabra de Dios. Las devociones, fundadas con frecuencia en ella, sustituyeron en muchos casos a la Biblia, que casi se consideró patrimonio de los protestantes. Muchos católicos tenían una biblia en su casa, pero no sabían cómo leerla. El Concilio Vaticano II, sobre todo con la constitución Dei Verbum, dio un fuerte impulso a la Palabra de Dios y estimuló la pastoral bíblica. En los últimos 50 años se ha avanzado mucho, pero queda muchísimo más por hacer. Son más bien escasos los cristianos que tienen una formación suficiente para leer con provecho las Escrituras. Me sorprende escuchar a algunos intelectuales que todavía hoy dicen que la Biblia es obsoleta porque habla de la creación del mundo en seis días, lo cual contradice cualquier explicación científica. ¿Nadie les habrá explicado a estas personas lo que significa un género literario y cómo deben interpretarse los dos primeros capítulos del Génesis? Es solo un botón de muestra de la enorme ignorancia que existe, incluso en personas con un alto grado académico.

Han pasado quince años desde su publicación por parte de la Comisión Bíblica Internacional, pero sigue siendo recomendable leer el documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia, aunque me hago cargo de que, por su longitud y carácter técnico, no está al alcance de todos. Quizá es más fácil acercarse a un cuadernillo pedagógico como el titulado Leer la Biblia hoy o a la entrada de internet Cómo estudiar la Biblia. En los últimos años se han multiplicado los subsidios de formación bíblica a varios niveles. Parroquias y comunidades cristianas han organizado cursos populares. Se han difundido muchos subsidios que ofrecen las lecturas de cada día para la meditación personal. También los misioneros claretianos publicamos en varias lenguas el Diario Bíblico, Palabra y Vida, La Misa de cada día, etc. Disponemos de un portal bíblico en español e inglés que ofrece materiales de diverso tipo y distintos niveles. De todos modos, más allá del aspecto formativo, lo importante es aprender a leer la Biblia como la palabra que Dios nos dirige a cada uno de nosotros. Si es verdad que la fe llega como respuesta a la palabra de Dios (fides ex auditu), no se puede creer sin prestar atención a esta Palabra. Quizá el déficit bíblico sea uno de los factores que explique la depauperación espiritual que estamos viviendo. Nunca es tarde para iniciarse.


jueves, 6 de diciembre de 2018

206 años, 7 constituciones

Hoy se celebra en España el 40 aniversario de la Constitución de 1978. Hasta ahora, es la segunda más longeva en los 206 años de historia constitucional. La primera fue la Constitución de 1812 (la famosa Pepa); la segunda, la Constitución de 1837 (que reemplazó el Estatuto Real de 1834; la tercera, la Constitución de 1845 (expresión del doctrinarismo español); la cuarta, la Constitución de 1869 (aprobada tras la revolución de 1868); la quinta, la Constitución de 1876 (que se mantuvo en vigor hasta el golpe de Primo de Rivera en 1923); la sexta, la Constitución de 1931 (vigente hasta el final de la guerra civil); y la séptima, la Constitución de 1978 (fruto de la transición política de la dictadura franquista a la democracia). Algunas fueron efímeras. Solo la de 1876 y la de 1978 han superado la barrera simbólica de los 40 años, que es una categoría bíblica que ayuda a entender más cosas de las que uno pudiera imaginar. No soy ningún experto en historia del constitucionalismo ni en derecho constitucional. En los últimos años han aparecido muchas obras que estudian el origen de la Constitución, su vigencia y sus posibles reformas. Una de ellas es Luz tras las tinieblas de Roberto Blanco Valdés, cuya lectura ayuda a comprender el alcance de un texto que ha servido −incluso con sus claras imperfecciones para regular la espectacular transformación de España en las cuatro últimas décadas.  

Hoy se cuestiona la vigencia de la Constitución de 1978. No resistimos más de 40 años sin poner las cosas patas arriba. Mirando a la historia, pareciera que nos gusta más el modelo rupturista que el evolutivo, pero creo que, al final, se impondrá el más sensato. Algunos quieren abolir la Constitución de 1978 por razones varias (entre otras, porque ya no están interesados en formar parte de un país llamado España); otros quieren mantenerla tal cual, casi como si fuera un texto sagrado. Temen que cualquier cambio haga saltar en pedazos toda la arquitectura política sobre la que se basa. Una gran mayoría, sin embargo, quisiera reformarla, pero no hay acuerdo sobre los contenidos, el modo y los tiempos.  Se habla de racionalizar el modelo autonómico, de incluir nuevos derechos, de acentuar la presencia de la mujer, y hasta de mejorar el lenguaje utilizado. Parece que, por el momento, no se da el espíritu de consenso que existió en 1978, aunque eso solo se sabe con precisión cuando se pone manos a la obra. Es evidente que se han dado muchos cambios sociales en los últimos 40 años. Uno de ellos es, sin duda, la entrada de España en la Unión Europea. Mirando al futuro, no es lo mismo apostar por unos Estados Unidos de Europa (con todas las consecuencias políticas, económicas, sociales y militares que esto implica) que ir desinflando el proyecto europeo hasta dejarlo en una agregación informe de países. En el primer caso, la reforma de la Constitución tendría que tener muy en cuenta el nuevo marco global. Los cambios producidos por la sociedad de la información y por la creciente multiculturalidad son también factores nuevos que exigen una adecuación.

No sé qué pasos se darán en los próximos meses y años. Yo sí soy partidario de una reforma muy consensuada que permita corregir los defectos que se han constatado en los 40 años de vigencia y, sobre todo, que proyecte el país hacia el futuro dentro del marco europeo. Para ello considero imprescindible, en primer lugar, calmar los ánimos (abbassare i toni, como se suele decir en Italia), implicar más a todos los ciudadanos, apostar por los grandes valores compartidos, contar con expertos en las diversas materias y con políticos clarividentes y honrados. No se trata de acabar con el “régimen del 78” −como irónicamente denominan algunos a la política de los últimos 40 años, en claro paralelismo con el otro régimen, el franquista− sino de valorar, corregir y desarrollar lo que ahora tenemos. Dos condiciones me parecen necesarias para acometer un proceso de esta envergadura: involucrar al mayor número posible de personas en la elaboración y mostrar lealtad en la aplicación. Ambas han flaqueado en los últimos años. Una Constitución nunca se debe hacer contra nadie, sino como expresión de un consenso mayoritario, respetuoso de la diversidad (étnica, cultural, lingüística, religiosa, etc.) y capaz de regular la vida de una sociedad muy plural. Por otra parte, una vez aprobada, no se puede estar cuestionando −y menos conculcando− cuando interesa hacerlo por intereses personales o corporativos. Las reglas de juego se observan hasta el final incluso en los partidos de fútbol más aguerridos. No se cambian unilateralmente a mitad de juego. ¿Va a ser distinto en el campo de la vida social y política?

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Oración de Adviento

Estamos dando los primeros pasos del camino que nos conduce a la Navidad. Se multiplican las propuestas y sugerencias para hacer de este tiempo de Adviento un itinerario de crecimiento personal. A veces, la liturgia parece iluminar lo que estamos viviendo. Otras, da la impresión de que la palabra de Dios discurre por un cauce y nosotros por otro. Hoy, sin ir más lejos, tanto la lectura de Isaías (25,6-10) como el Evangelio de Mateo (15,29-37) nos hablan de un banquete que simboliza el don de Dios para todos los seres humanos.  ¿Estamos preparados para esta revelación? Lo que en el profeta Isaías aparece como un sueño idílico (todos los pueblos degustando manjares y vinos generosos en el monte Sión) en Jesús comienza a cobrar realidad: él parte un pan abundante para una multitud de cuatro mil personas (es decir, para las gentes de los cuatro puntos cardinales). Cuando el sueño de Isaías y el signo de Jesús se hacen carne de nuestra carne, sabemos en qué dirección debemos caminar. Todo lo que contribuya a hacer de la humanidad una familia sentada a la misma mesa va en línea con el sueño de Dios. Todo lo que implique discriminación, exclusión, privilegios de unos sobre otros, contradice lo que Jesús nos ha revelado como proyecto de Dios. Esta es una luz muy potente para no despistarnos demasiado. Hoy quisiera hacer de la entrada una...

Oración de Adviento

Señor Jesús, 
hemos acumulado tantas decepciones que nos cuesta seguir esperando.
Los médicos nos prometen curaciones, 
los políticos defienden propuestas de cambio,
abundan los charlatanes que piden nuestra confianza 
para vender toda suerte de productos.
¿Cómo quieres que sigamos esperando en ti 
si nos hemos vuelto ya desconfiados por naturaleza,
si casi como por instinto desdeñamos todo lo que suene a futuro prometedor?
Incluso la Iglesia de la que formamos parte nos defrauda cada día.
La habíamos imaginado como un recinto de libertad, justicia y amor
y a menudo se ha convertido en una cueva de corruptos y lenguaraces.

¿Qué interés tienes tú en seguir golpeando con tus nudillos 
las puertas de nuestras casas?
¿Por qué no te cansas de llamar 
si hace tiempo que te hemos dado con la puerta en las narices?
¿Todavía crees que vamos a despertarnos de nuestro cómodo letargo?
¿No ves que muchos de nosotros hace tiempo que hemos pasado página?
¿No te das cuenta de que tú eres solo una foto desvaída
en el álbum de nuestros recuerdos?

Señor Jesús, 
hemos soñado tantas veces, que nos cuesta hacerlo de nuevo.
Ya no te pedimos que transformes este mundo nuestro en el paraíso perdido,
sino que, al menos, no permitas que se apague la débil lámpara
en la que todavía queda un poco de aceite 
para hacer frente a la noche.
Rellénala tú sin que nos demos cuenta 
para que lleguemos al alba
con la llama encendida 
y así podamos ver que tú has dejado un diminuto paquete de esperanza
junto a la puerta de nuestra casa.

Amén.




martes, 4 de diciembre de 2018

Cuestión de prioridades

Creo que en España mucha gente sigue hablando todavía de los resultados de las elecciones andaluzas del domingo pasado. Cuando hace casi un par de meses escribí en este blog que había que prestar atención al fenómeno Vox recibí críticas muy duras. Para evitar malentendidos, tuve que aclarar que no apoyaba a esta nueva formación política. (En otras ocasiones, por algunas entradas en este blog, me acusaron de apoyar a Podemos). En realidad, me limité a decir que “en vez de despachar estas reacciones con la etiqueta de ultraderecha, más nos valiera hacer un profundo examen de conciencia para ver por qué la democracia se ha deteriorado tanto y qué es lo que se puede hacer para reformar todo lo que se ha ido anquilosando o alejando de las preocupaciones y necesidades de los ciudadanos”. Pues bien, la irrupción de Vox en el parlamento andaluz con 12 diputados ha venido a confirmar mis sospechas, sin que esto suponga que yo sea un avezado analista político. Creo que Vox es más que una tormenta de verano (o de otoño en este caso). Jugará sus cartas en las elecciones europeas, municipales y generales. Su llegada, en línea con lo que ya ha sucedido en otros países europeos,  supone una fuerte llamada de atención. Las 100 medidas que el partido propone para “la España Viva” −y que me he leído un poco a la carrera− son muy desiguales. Algunas me parecen sensatas (de hecho, se las he oído a mucha gente en la calle); otras, disparatadas; muchas, completamente impracticables en las actuales circunstancias. Como sucede con este tipo de movimientos, expresan más una protesta contra el sistema vigente que una alternativa bien fundamentada y articulada. Pero ahí están. Y como se dice ahora con una expresión que no me gusta mucho− parece que han llegado para quedarse.

Lo que sucedió el pasado domingo por la noche contrasta con lo que viví un día antes. El sábado, después de la cena, vi la película “Pope Francis. A Man Of His Word” (El papa Francisco. Un hombre de palabra) del director alemán Wim Wenders. Dura una hora y media. Me emocioné en varias ocasiones. Me resultó muy creíble. Ya sé que algunas personas se la tienen jurada a este Papa. Les cae mal por su desparpajo, sus formas poco solemnes, su escaso bagaje intelectual, sus opiniones políticas y su querencia por una Iglesia pobre y de los pobres. Incluso les cae mal por el mero hecho de ser argentino. El domingo pasado, Moisés Naím, columnista de El País, escribía un artículo titulado ¿En qué se parece el Vaticano a la FIFA? Después de afirmar −no sin razón− que “hay pocas actividades humanas que despierten tantas pasiones como la religión y el deporte" añadía: "El catolicismo es una de las religiones con más creyentes y el fútbol es el deporte con el mayor número de aficionados. El Vaticano lidera el catolicismo y la FIFA —La Federación Internacional de Fútbol Asociado— regenta este deporte” . Termina con una constatación curiosa: “Actualmente, las figuras más representativas del catolicismo y del fútbol a nivel mundial son dos hombres argentinos: el papa Francisco y Lionel Messi”. Quizá eso explique un poco más por qué ambos son figuras controvertidas.

El discurso de Vox −que se considera una formación inspirada en el catolicismo− suena muy distinto al discurso del papa Francisco. No es que no haya convergencias en algunos valores sustanciales. Lo que ocurre es que las prioridades son muy diferentes. Mientras al Papa se le ve estremecido por la pobreza en el mundo y por la suerte de los inmigrantes, Vox pone el acento en proteger los intereses de los españoles frente a las amenazas de los que llegan de fuera de las fronteras. Mientras el Papa tiene una mirada global, Vox quiere asegurar la grandeza de España. Las comparaciones podrían multiplicarse. Es muy probable que ambas voces estén refiriéndose a problemas candentes, pero los acentos son muy distintos porque, en el fondo, se trata de una cuestión de prioridades. ¿Qué es ahora lo más urgente en el contexto mundial? ¿Dónde se está jugando la suerte del planeta y, con él, la de la humanidad? Ya sé que a muchas personas agobiadas por el paro, desanimadas por la corrupción o hartas de ver cómo sus pueblos se llenan de inmigrantes musulmanes, estas cuestiones les parecen muy abstractas. Sin embargo, nunca hay soluciones eficaces en el nivel local sin tener una visión global. Hoy todo está conectado. Aunque hay muchos objetivos deseables, el buen político se centra en los prioritarios. Confieso que me convence más la manera de proceder del papa Francisco.




lunes, 3 de diciembre de 2018

Este muerto goza de buena salud

Hemos empezado el tiempo de Adviento con una clave muy precisa para interpretar lo que estamos viviendo. Hay un mundo que está llegando a su final y otro que surge con fuerza. Hay personas que ponen el acento en lo que muere. Sus sentimientos suelen ser de tristeza e incertidumbre. Hay otras que, sin olvidarse del pasado y del presente, miran siempre a lo que está por llegar. Viven con sentimientos de espera, en permanente adviento. Cuando observamos la situación de la Iglesia, sobre todo en algunas regiones del mundo, los signos de muerte nos entran por los ojos. Cuesta mucho más percibir los signos de vida y de futuro, pero existen. A mí me basta mirar al grupo de mis amigos y conocidos para ver actitudes diversas. Gracias a Dios, el espectro es muy amplio. Tengo amigos ateos, agnósticos, creyentes e indiferentes. Algunos nunca pisan la iglesia y otros están más comprometidos con ella que algunos sacerdotes. Entre los más jóvenes veo, en general, despreocupación, pero también un interés limpio y fresco. ¿Por qué la Iglesia está siempre como muriendo y renaciendo? ¿Cuántas veces se ha certificado la muerte del cristianismo y cuántas ha vuelto a renacer con espíritu renovado?

Solo hay una explicación: Jesús. La Iglesia en cuanto institución humana ha cometido muchos errores a lo largo de la historia, pero incluso en los momentos más oscuros nunca ha perdido su referencia a Jesús. Sin él, la Iglesia no es nada. Sin Jesús, hace mucho tiempo que hubiera sucumbido víctima de sus incoherencias y de los ataques externos. Cada vez que la Iglesia pierde el norte y se embarca en extrañas aventuras alejadas del Evangelio, el Espíritu Santo suscita hombres y mujeres que empuñan el timón de la barca para orientarla de nuevo hacia Jesús. Él y su Evangelio siempre son nuevos. Nunca tenemos la impresión de que se trata de algo gastado porque, en cierto sentido, está siempre por estrenar. Es verdad que muchos de los valores evangélicos (la igualdad sustancial de todos los seres humanos, la dignidad inviolable, la libertad, la justicia y la solidaridad, etc.) se han secularizado hasta formar parte de los ordenamientos jurídicos de muchos países. Es verdad que hay mucho Evangelio diluido en la masa del mundo. Pero, ¿cuánto tiempo podemos vivir un cristianismo sin Cristo, un reino de Dios sin el rey Jesús? Sin una referencia explícita a la persona de Jesús, sin una relación con él, el cristianismo acaba siendo una ideología más, sometida a las mismas tentaciones que todas: poder, control, banalización, guerra de las interpretaciones… Lo que salva a la Iglesia frente a cualquier otra forma de vida o institución es que su referencia última no es un sistema de valores (por sublimes que puedan ser) sino una persona viva, Jesús, con la que es posible establecer una relación íntima. Solo del cristianismo se puede decir algo semejante.

Soy testigo de que Jesús sigue siendo determinante para muchos hombres y mujeres, también de nuestra generación y de nuestra Europa secularizada. Donde un hombre o una mujer se sienten tocados por Jesús, hay siempre futuro. No importa que su comunidad, la Iglesia, atraviese tormentas, sufra crisis de identidad y relevancia, esté en la picota de los medios de comunicación social… Lo que la salva no es su coherencia, sino su Señor. Si la Iglesia se sigue remitiendo a Jesús siempre tendrá futuro. Si lo sustituye por otros valores o por algunos ídolos, tendrá los días contados. Como misionero, me emociona conocer a hombres y mujeres para los cuales Jesús es el centro de sus vidas. No encuentro palabras para describir lo que sucede cuando uno se encuentra con Jesús. Todo cambia. Por eso, no es conveniente ir de víctimas por la vida, complacernos en ficciones que justifican nuestra mediocridad y, en algunos casos, nuestro secreto deseo de venganza. De nada sirve quejarnos todo el día de que “se acaba el mundo” (es decir, nuestro pequeño mundo). Lo que importa es abrir los ojos para ver que el Resucitado está quizá más presente que nunca. Este “muerto” y su comunidad gozan de buena salud. Pero hay que abrir los ojos. Dormidos, no percibimos los signos de su presencia.




domingo, 2 de diciembre de 2018

Despiertos en todo tiempo

El primer domingo de Adviento -y con él, el ciclo C- empieza con una escenografía potente, digna del mejor Spielberg: signos en el sol, la luna y las estrellas y un oleaje estruendoso en el mar. Evocando los elementos de la creación primigenia se describe simbólicamente la anticreación. Al comienzo de todo, se pasó del caos al orden. Ahora tenemos la impresión de estar pasando del orden al caos. Hay un mundo “ordenado” que se está descomponiendo mientras, en medio del caos, se va abriendo paso “otro mundo” desconocido. Es la dinámica de la historia. Al mismo tiempo que el G-20 termina su reunión en Argentina, los chalecos amarillos franceses se lanzan a la calle y los andaluces votan hoy un nuevo parlamento, los cristianos empezamos un nuevo año litúrgico. En nuestro camino hacia el encuentro definitivo con Dios, siempre estamos esperando (adviento), naciendo (navidad), purificándonos (cuaresma), muriendo y resucitando (semana santa), reconociendo los signos del Señor resucitado y de su Espíritu (tiempo pascual), viviendo la cotidianidad desde la fe (tiempo ordinario). Son los tiempos de esta melodía que se repite. Siempre es la misma, pero cada año suena con un timbre nuevo. La espera de este Adviento no coincide con la espera del año 2017. No estamos viviendo exactamente lo mismo. Por eso, quizá es conveniente comenzar el nuevo ciclo haciéndonos un par de preguntas: ¿Cómo me encuentro este año? ¿Cuáles son mis temores y mis expectativas? Sin este “despertar” previo, es difícil intuir lo que significa el Adviento.

La Palabra de Dios describe un mundo que termina y otro que empieza. Hoy podríamos hacer una descripción semejante, aunque sirviéndonos de símbolos actuales. ¿Cuántas veces hemos puesto nombre a los síntomas de descomposición de este mundo nuestro? ¿Cuántas veces hemos sentido miedo ante las consecuencias del calentamiento global o del hipercontrol informático? Siempre se está produciendo el “fin del mundo” y siempre aparecen brotes de vida en medio de los signos de muerte. No tendríamos, pues, que extrañarnos demasiado con tal de que afrontemos estos fenómenos con la actitud que Jesús nos pide: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. Jesús no quiere ver a sus discípulos hundidos, desanimados. No quiere tampoco que cuando las cosas van mal nos abandonemos a “juergas, borracheras y afanes de la vida”.  Esa filosofía que se resumen en el lema “a vivir, que son dos días” está en las antípodas del tipo de vida que Jesús nos propone. Él nos pide, más bien, que estemos “despiertos en todo tiempo”. La práctica de la oración constante nos ayuda a permanecer en estado de vigilia y a no dejarnos embotar por las muchas preocupaciones y ansiedades de la existencia.

Si se da en nosotros esta actitud, entonces los signos externos adquieren un significado pedagógico. Está bien colocar la corona de Adviento en nuestras iglesias y nuestros hogares como un recordatorio del camino interior que vamos haciendo. Tiene sentido encender una vela cada semana y orar juntos en familia. Si no hay una actitud de humilde espera, todas estas cosas no hacen sino incrementar el consumismo a que nos somete la sociedad actual. Por eso, estos símbolos deben ir siempre acompañados por los signos que más le gustan a Jesús. No hay que romperse la cabeza para saber cuáles son. Él mismo nos los ha presentado con meridiana claridad: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme” (Mt 25,35-37). ¿No es éste el mejor programa para el tiempo de Adviento? ¿No son estos los regalos que Jesús espera recibir de cada uno de nosotros? Si éstos se dan, hay lugar también para los otros. Si no, todo se queda en papel celofán. Otra ocasión perdida. Pidamos a la Virgen del silencio que nos ayude a escuchar Su voz.



sábado, 1 de diciembre de 2018

Carta a Carlitos Alcántara

Ayer, después de comer, me permití el lujo de ver en internet el capítulo 348 con el que terminaba la decimonovena temporada de la serie televisiva Cuéntame. El título del capítulo −Buscando− resume bien su contenido. Carlos, que ya ha cumplido 28 años, se embarca rumbo a Nueva York en busca de sí mismo. Corre el mes de septiembre de 1988. Necesita tomar distancia porque −como confiesa él mismo, para sorpresa de sus padres− “yo no puedo seguir llevando en la mochila todo el peso de la familia Alcántara”. A diferencia de Antonio, su padre, a él le cuesta asumir esa manera de ver la vida que se resume en la sentencia casi ciceroniana salida de labios de su progenitor: “Somos lo que somos porque vamos de fracaso en fracaso”. Como ayer por la tarde disponía de un poco de tiempo libre, después de ver el capítulo me dio por escribir una carta a Carlos, el personaje de ficción, no a Ricardo Gómez, el actor de carne y hueso que lo encarna y que ahora, a diferencia del personaje de la serie, tiene solo 24 años. Carlos debió de nacer en 1960, así que es dos años más joven que yo, pero me he reconocido en algunos momentos de su trayectoria. Quizás por eso me he atrevido a escribirle. Hablándole a él, converso conmigo mismo y con la gente de mi generación.




CARTA A CARLITOS ALCÁNTARA

Querido Carlos:

Cuando leas esta carta −género que ya pocos usan en estos tiempos de internet− estarás en Nueva York paseando por Central Park con tu esposa Karina y su hijita. O vuestra hijita, que los guionistas todavía nos tienen en vilo acerca de la verdadera paternidad de la pequeña. Has conseguido alejarte 5.674 kilómetros de tu barrio madrileño de san Genaro, pero ni un milímetro de tu familia. La distancia física no es suficiente para lograr la distancia emocional. Espero que tu búsqueda en la ciudad de los rascacielos te lleve a buen puerto, aunque el capítulo de tu despedida de la serie evoca más bien un estado de permanente zozobra. Creo que te comprendo bien. Representas a las mil maravillas al hombre posmoderno. No hace falta llegar a ninguna meta. El hecho de ponerse en camino está ya indicando una manera de entender la vida. El camino es la meta. ¡Ojalá seas un peregrino y no un mero vagabundo!

Te confieso que he visto el largo capítulo de hora y media con emoción contenida y alguna lagrimilla furtiva. En contra de lo que ciertos críticos opinan, a mí me parece que tú y el resto del reparto sois muy buenos actores. Es posible que algunos guiones sean un poco artificiosos, pero vosotros ponéis la carne en el asador para hacerlos creíbles. ¡Enhorabuena! La serie no es un documental de La2, sino un relato ficticio con algunos anclajes en la realidad de aquella época. Respetemos el encanto de la ficción. No le pidamos que se convierta en un acta notarial. Viéndote a ti, he recordado a algunos compañeros de viaje de aquellos lejanos años 80. No conozco a nadie que haya vivido todo lo que los guionistas te han hecho vivir en solo 24 años. Tú sintetizas en un solo personaje muchas vidas, tal vez demasiadas. Eres un espejo en el que pueden reconocerse muchas personas con perfiles biográficos diferentes. La incursión en la cocaína y en el mundo de los negocios sin escrúpulos marcan un punto de inflexión en la trayectoria de tu joven existencia. Has querido escalar rápidamente el cielo de la fama y lo único que has conseguido es descender a los infiernos del sinsentido. No eres el único. En esa misma trampa cayeron muchos por aquellos años. Los espectadores sabíamos que te habías internado en un laberinto sin salida, pero tú te hacías el fuerte creyendo que llevabas bien embridadas las riendas de tu vida, que a ti no te iba a pasar nada, que tú eras diferente. ¿Quién no ha vivido alguna vez un espejismo como este?

En uno de los diálogos con tu madre, tú mismo haces tu propio diagnóstico: “Me doy demasiada importancia a mí mismo”. El hecho de querer ser el centro de todo te ha impedido aceptar las cosas como son y querer a las personas con sus limitaciones. También en este punto te comportas como un perfecto hombre moderno. Eres antropocéntrico por los cuatro costados, como lo somos la mayoría de nosotros. Has querido ser alguien cuando, en realidad, hubiera bastado con haber sido tú mismo, en las duras y en las maduras, sin necesidad de esconderte tras un personaje. Ha tenido que ser tu madre, una vez más, quien te aclarara que “aceptar no es conformarse”. Aceptar la vida como es significa no huir de la realidad sino mirarla de frente para poder cambiarla. Los 80 nos vendieron el espejismo de que todo lo anterior había sido malo, gris, y de que era necesario reinventar el mundo en colores al precio que fuese. Muchos se quedaron en el camino, hombres y mujeres sin raíces, víctimas de paraísos inalcanzables, inmóviles como piedras tras bailar la danza inacabable de la movida.

Me gusta la escena en la que vas a la iglesia del barrio en busca de tu abuela Herminia. Mientras los demás miembros de la familia están en sus cosas, ella está rezando el rosario sentada en un banco. Te mira, te huele las manos y, en un intento por devolverte la inocencia perdida, te dice que huelen como cuando eras niño. Tú te das cuenta de que la abuela huele como siempre. Mientras tú has vivido una montaña rusa de emociones y experiencias, ella se ha mantenido fiel a sus convicciones en una época de cambios acelerados. Más tarde, ya en casa, le confesarás que no crees mucho en Dios, pero le pides que rece por ti. En cierto sentido, en medio de las tormentas de la vida, la abuela Herminia representa el puerto seguro donde siempre puedes atracar. Parece de otra época, pero quizás es la más contemporánea de todos porque ha aprendido a discernir el oro de la ganga y a vivir el presente con la sabiduría que proporciona el pasado. Eso le permite mantenerse en pie sin perder su tesoro más valioso: la fe en Dios y el amor a los demás hecho de pequeños detalles, desde una tortilla de patatas hasta un biberón de bebé o una conversación por teléfono.

La fe en Dios se vive de muchas maneras, Carlos. La abuela la vive como una confianza absoluta en el Padre que nos cuida. No ha recibido una formación muy exquisita. Puede que sus formas externas sean muy tradicionales para los tiempos que corren, pero la procesión va por dentro. Tú, sumido en un mar de dudas, la vives como nostalgia de un pasado mejor o como anhelo de un futuro que no acaba de llegar. Incluso tu permanente frustración es una forma de soñar una vida diferente, casi una forma de fe. Uno de los marineros del mercante en el que viajas a Nueva York te dice una frase que podría resumir bien la experiencia: “Lo que buscas te está buscando”. Tú piensas que serás tú mismo cuando encuentres tu propia voz, cuando logres escribir una novela de éxito, cuando ganes mucho dinero sin tener que venderte, cuando… No te das cuenta de que estas búsquedas son solo reflejos de una búsqueda más decisiva. Dios mismo, como el padre de la parábola de Jesús, te está buscando a ti, sale cada tarde al camino de la vida para acogerte con los brazos abiertos. Pero no hay guionista actual que se atreva a describir esta experiencia así por el temor a ser tildado de retrógrado o espiritualista.

Karina, con una sinceridad de la que tú careces, te dijo a la cara: “Carlos, tu problema eres tú”. Es una forma breve y atrevida de decirte que ya está bien de proyectar en otros tu propia confusión y tu desasosiego congénito. Y el viejo marinero de los tatuajes, curtido bajo muchos soles, te regala una escueta orientación para el viaje de tu vida. Suena casi a libro de autoayuda: “Al final, uno acaba siempre donde empezó”. Para volver a ser el Carlitos risueño y confiado que eras en los primeros capítulos de la serie, necesitarás vivir muchas vidas en una, creer que eres el dueño de tu destino, jugar a ser importante, probar un buen número de venenos. Nadie nos puede ahorrar la aventura de ser nosotros mismos a base de éxitos y fracasos. Solo las personas sabias −como tu abuela y el marinero del mercante− entienden las palabras de Jesús: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. ¿Qué joven quería hacerse un niño en la España alocada de los años 80? Tus hermanos Inés y Tony, a pesar de haber almacenado un buen número de experiencias, no habían llegado todavía a ese grado de madurez y sencillez. Tus padres tal vez sí, aunque el testarudo de Antonio lo disimulaba bien con su eterno deseo de evolucionar, un verbo desconocido para tu abuela Herminia. Quizá en su caso es también una forma de huir de un pasado que le atormenta.

Termino. Tu madre Merche, siempre con los pies en la tierra, le da a tu padre un consejo que resume una manera de entender la vida: “Si quieres ser mejor, lo que tienes que hacer es dejar el tabaco”. ¿Te das cuenta del vértigo que produce una frase como esta, solo en apariencia superficial? El comienzo se parece a la frase que Jesús le dijo al joven rico: “Si quieres heredar la vida eterna”. Ser mejores es la aspiración de todos los seres humanos. Uno esperaría que la segunda parte de la frase guardara una cierta simetría con la primera y estuviera compuesta por propuestas trascendentales como: “sé fiel a ti mismo”, “busca la verdad y la justicia”, etc. No, la perfección humana pasa por cosas tan triviales como dejar de fumar. O sea, que es en el territorio de la vida cotidiana −y no tanto en el mundo de los grandes ideales o de la ficción, como tú soñabas− donde se juega la partida decisiva de nuestra vida. No hace falta escribir una novela para ser mejor. Basta saludar a los vecinos, limpiar la casa, hacer la cama y no olvidarse del cumpleaños de los seres queridos. Jesús llegó a una síntesis parecida: “Os dejo un solo mandamiento: que os améis unos a otros”. ¿Se puede sintetizar mejor la esencia de una vida plena?

¡Ojalá los fríos vientos de Nueva York remuevan los pájaros de tu cabeza un poco atolondrada y te ayuden a descubrir lo que tu madre fue capaz de ver en el modesto barrio de san Genaro, sin romperse demasiado el coco y sin abonarse a la cocaína!

Tu coetáneo y admirador,
Gundisalvus.