domingo, 7 de enero de 2024

Somos unos privilegiados


Hoy es mi cumpleaños. Ya he actualizado mi nueva edad en la sección “El autor del blog”. No debería escribir sobre este asunto personal. Si lo hago es porque este año se da una hermosa coincidencia. El año que yo nací mi nacimiento cayó en martes. Fui bautizado el domingo siguiente, día 12, que cabalmente era la fiesta del Bautismo del Señor. Pues bien, este año 2024 coinciden mi cumpleaños y la fiesta que cierra el ciclo litúrgico de Navidad sobre la que también he escrito en varias ocasiones en este blog. Tras casi ocho años de aventura digital, no resulta fácil encontrar una nueva perspectiva. 

Este año litúrgico estamos en el ciclo B, así que leemos el breve relato del bautismo de Jesús con el que comienza el evangelio de Marcos. Imagino al adulto Jesús caminando unos 140 kilómetros desde Nazaret hasta una zona de Judea junto al río Jordán. Marcos no dice que hubiera más gente con él, pero se supone que Jesús no estaba solo. Probablemente se puso en la fila como uno más para recibir el bautismo de Juan. Lo que sigue luego se resume en tres símbolos: agua, paloma y voz. La paloma simboliza al Espíritu Santo y la voz es la del Padre. Estamos, pues, ante un momento trinitario en el que se presenta la identidad de Jesús como el Hijo amado.


Me pregunto si esto sigue diciéndonos algo hoy. Ya sé que la Palabra de Dios no depende de lo que “nos diga” o nos deje de decir, pero no podemos acogerla si no conecta con nuestra vida, si no la percibimos como significativa para nosotros. Hoy andamos dando muchas vueltas al asunto de la identidad personal. Si ya antes era difícil saber quiénes somos, ahora, en plena eclosión digital, se ha vuelto una tarea casi imposible. Muchas personas hacen depender su identidad de los ecos que reciben de los demás. Las redes sociales permiten elaborar una identidad a la carta. 

Me sorprende la facilidad con la que muchas personas comparten fotos y datos personales en las redes. Pareciera que la intimidad se ha convertido en materia de exhibición. Quizá sin darnos cuenta, practicamos una suerte de pornografía que, poco a poco, va minando nuestra verdadera identidad. Todos nuestros datos son perfectamente manipulables. El resultado puede recibir muchos “me gusta”, pero esa operación artificiosa no hace sino aumentar la brecha entre lo que realmente somos y la manera como nos presentamos en las redes.


En este contexto, que afecta a los jóvenes, pero también a los adultos, la Palabra de Dios nos revela que la raíz de lo que somos está en nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo y, en él, también nosotros somos hijos amados. Esto sería suficiente para sentirnos unos privilegiados, para andar con la cabeza alta, para no andar por la vida mendigando ningún otro reconocimiento. ¿Hay algo más radical que el hecho de ser hijos en el Hijo? 

Si de verdad pudiéramos tomar conciencia de esta identidad, afrontaríamos la batalla de la vida de otra manera. No nos compararíamos con los demás, no nos someteríamos a la tiranía de la opinión ajena, no invertiríamos tantas energías en ser más guapos, más listos y más exitosos. La batalla ya la ha ganado Cristo por nosotros. No necesitamos aparentar nada. ¡Se trata de aprender a vivir con la dignidad, la libertad, la confianza y la alegría de los hijos! Aunque nos cueste creerlo, somos unos privilegiados.

sábado, 6 de enero de 2024

Luz para todos


Creo que los Reyes Magos no tenían clara la dirección de mi domicilio; por eso, han pasado de largo durante la noche. Se les fue demasiado tiempo en recorrer el paseo de la Castellana y dar un discursito en la plaza de Cibeles. ¡Menos mal que he recibido un regalo más valioso que el que podían traerme los magos de Oriente! La solemnidad de la Epifanía nos recuerda que Cristo es lumen gentium, luz para todos los pueblos de la tierra. El profeta Isaías (primera lectura) anuncia que “caminarán los pueblos a tu luz”. Pablo, en su carta a los efesios (segunda lectura), es todavía más explícito: “Ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. 

Todo el itinerario navideño ha ido presentando el anuncio de los ángeles -“Hoy en la ciudad de Belén os nacido un salvador”- a diversos destinatarios. Los primeros son los pastores, vienen luego los ancianos Simeón y Ana. Hoy les toca el turno a los magos de Oriente y mañana a la hilera de pecadores que esperan recibir el bautismo de Juan. A esta lista habría que añadir, tal como nos cuenta Mateo, a los niños inocentes asesinados por Herodes.


Si hoy tuviéramos que actualizar esta lista de destinatarios, podríamos utilizar otras categorías. El mensaje es el mismo: Jesús es luz y salvación para los bautizados alejados de la Iglesia (los nuevos pastores), los cristianos practicantes (los nuevos Simeón y Ana), los perseguidos por poderes injustos (los nuevos inocentes), los científicos, pensadores y artistas y buscadores de una estrella que ilumine la vida (los nuevos magos) y la fila de pecadores que buscan redención (todos nosotros). 

Epifanía significa que se ha manifestado con claridad que la persona de Jesús no es un privilegio para unos pocos (los elegidos, los puros, los que tienen los papeles en regla, los cumplidores), sino para todo hombre y mujer que acepte el don de Dios. En este grupo inmenso caben los cristianos piadosos y quienes hace tiempo que se han apartado de la Iglesia, los que buscan y quienes han tirado la toalla, los que viven en paz y quienes son perseguidos… En realidad, la sugestiva narración navideña es como una anticipación de las bienaventuranzas que el Jesús adulto proclamará como carta de presentación del Reino, el proyecto de Dios para la humanidad.


Otros años he explicado con algún detalle esa pieza de orfebrería teológica que es el relato de los magos, tal como lo presenta el evangelio de Mateo. Este año 2024 quisiera poner el acento en el último versículo: “Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino”. Ese “por otro camino” me parece una hermosa manera de decir que, cuando nos encontramos con Jesús, cuando lo adoramos de hinojos, volvemos a nuestra tierra, a nuestra vida cotidiana, pero ya no lo hacemos del mismo modo. No vertemos el vino nuevo de la fe en los odres viejos de una vida mundana, sino que emprendemos “otro camino”, un camino de novedad. 

Quienes hemos visto la estrella de Jesús y nos hemos llenado de inmensa alegría, como se llenaron también los pastores que recibieron el anuncio de los ángeles, no podemos volver a la vieja oscuridad de nuestra vida rutinaria. Nos convertimos en testigos de la luz, en mensajeros del evangelio de la alegría, en ángeles que comparten la buena nueva con otras personas: alejados, piadosos, perseguidos, buscadores o pecadores. Este don de convertirnos en misioneros es más valioso que cualquier otro regalo que los Reyes Magos puedan dejar junto al árbol de Navidad, a la puerta de nuestro cuarto o en cualquier otro lugar de la casa. Lo dice muy bien la recordada Gloria Fuertes en un poema que en un día como hoy se vuelve viral todos los años:

Yo no deseo un regalo
que se compre con dinero.
He de pedir a los Reyes
algo que aquí no tengo:
pido dones de alegría
y la canción del jilguero,
y la flor de la esperanza
y una fe que venza el miedo.
Pido un corazón muy grande
para amar al mundo entero.
Yo pido a los Reyes Magos
las cosas que hay en el cielo:
un vestido de ternura,
una cascada de besos,
la hermosura de los ángeles,
sus villancicos y versos
y una sonrisa del Niño,
el regalo que yo quiero.

viernes, 5 de enero de 2024

Solo lo inútil es necesario


Me gustaría volver a ser niño para vivir la noche de Reyes con la ilusión de que algo inesperado y hermoso puede suceder. Aunque el gordinflón cocacolero de Papá Noel ha intentado desbancar esta ancestral tradición, no ha podido con ella. Está demasiado arraigada como para eliminarla de un plumazo. No es -por decirlo con las expresiones de Byung-Chul Han- una mera story que dura unas pocas horas en el mundo digital. Es una verdadera narración que, partiendo de un hecho mitificado, nos transmite un mensaje duradero, diáfano, universal, válido para todos los tiempos: Dios no es propiedad de un pueblo, sino patrimonio de toda la humanidad. Su amor alcanza a todos los seres humanos de cualquier tiempo y lugar. Los magos de Oriente reconocen y adoran esta universalidad. Mañana tendremos ocasión de meditar más despacio sobre el significado de la “epifanía” (manifestación). 

Hoy me detengo en la expectación con que los niños viven este día previo. Lo pude comprobar ayer por la tarde-noche cuando acompañé a mis sobrinos a un espectáculo infantil en el Circo Price de Madrid titulado La casa del árbol. Aunque los presentadores me parecieron bastante sosos y el guion poco trabajado, me encantaron los números acrobáticos y, sobre todo, la alegría con que los más pequeños aplaudían y gritaban. Imagino que para ellos el espectáculo tenía algo de mágico. Se sorprendían de que sucedieran cosas imposibles que no ven en sus casas o en el colegio.


Disfruté más en el recorrido nocturno en un autobús descapotable del programa Naviluz. Aunque por la tarde había estado lloviendo intermitentemente, a las 9,30 de la noche el cielo estaba sereno y la temperatura, aunque fría, era soportable. Bien protegidos con nuestros gorros y bufandas de lana, nos encaramamos hasta la parte superior del autobús. El viento frío acariciaba nuestros rostros. Durante 50 minutos fuimos recorriendo algunas de las calles del centro (Paseo del Prado, Velázquez, Goya, Serrano, Colón, Alcalá, Gran Vía, etc.) mientras admirábamos la hermosa y variada decoración de luces navideñas. Mi sobrino pequeño de nueve años sentía la tentación de ponerse de pie encima del asiento para intentar tocar con las manos las luces más bajas, pero era más un sueño que un deseo real. 

Tocar las luces es como tocar el cielo, comprobar que no se trata de un engaño óptico, sino de una realidad tangible. No deja de ser un símbolo de ese deseo más profundo que todos tenemos de saber que existe el cielo, que Dios existe, que hay un mundo de luz más real que esta tierra que pisamos. Pocas veces tiene uno la oportunidad de recorrer la ciudad a más de tres metros de altura desde el suelo. Todo parece más grande y hermoso. La restaurada Puerta de Alcalá lucía esplendorosa con motivos navideños en el vano de sus arcos. En la plaza de Cibeles hacían pruebas de sonido para la cabalgata que se tendrá esta tarde.


Viendo el derroche de luz y la admiración de los más pequeños, volví a caer en la cuenta de que “solo lo inútil es necesario”. Acostumbrados a ver solo el aspecto productivo y económico de la vida, necesitamos de vez en cuando experiencias inútiles para descubrir que hay dimensiones que van más allá del puro rendimiento. Por supuesto que necesitamos cosas útiles (comer, beber, vestirnos, etc.), pero necesitamos también -y a veces con mayor premura- experiencias de admiración, belleza, cercanía y espiritualidad. Las narraciones navideñas nos aportan este suplemento trascendente que necesitamos para no ahogarnos en el vaso de las preocupaciones cotidianas. 

El cine, el teatro, el circo, la música, el arte en general, son creaciones humanas que abren boquetes de trascendencia en el muro compacto de nuestra materialidad. Por ellos se cuela la luz que viene de lo alto. No prescinde de la materia, sino que la ilumina. Todos seguiremos a lo largo de 2024 enganchados a la batalla de la vida cotidiana. Seguiremos preocupándonos del precio de los alimentos, de los costes de una hipoteca, de las cotizaciones a la seguridad social y de otros muchos asuntos a ras de tierra. Pero no es lo mismo hacerlo con las ventanas del alma cerradas que abiertas de par en par a una realidad que nos trasciende y que infunde en nosotros energía para afrontar el día a día y esperanza para acoger el futuro. Solo lo inútil es verdaderamente necesario.

jueves, 4 de enero de 2024

Palabra y vida


Una de las quejas más frecuentes de quienes leen la Biblia o la escuchan en las celebraciones litúrgicas es que a menudo no entienden unos textos que parecen muy alejados de nuestras preocupaciones. Y, sin embargo, la Palabra de Dios siempre habla de la vida. Es más, nos ofrece las claves esenciales para entender quiénes somos, de dónde venimos, qué debemos hacer y qué nos cabe esperar. Lo que sucede es que la Biblia utiliza símbolos, mitos y géneros literarios que no suelen coincidir con los nuestros. Por eso, todos necesitamos una mínima iniciación para leer con provecho cualquier libro de la Biblia, sobre todo los del Antiguo Testamento. 

Para quienes tengan ganas, tiempo y un mínimo de preparación, les recomiendo leer La interpretación de la Biblia en la Iglesia. Es un documento de la Pontificia Comisión Bíblica publicado hace 30 años, pero que, en lo sustancial, conserva su vigencia. Hay además otras muchas obras, tanto de investigación como de divulgación, que ayudan a interpretar la Biblia. Si no lo hacemos desde una perspectiva creyente, deberíamos hacerlo, por lo menos, desde una perspectiva cultural. Así no tendríamos que seguir escuchando a algunos científicos y periodistas que siguen hablando de que la mujer salió de la costilla del hombre o de que el mundo fue creado en siete días, como si esos símbolos mitológicos fueran datos científicos.


Con pretensiones menos didácticas, en Publicaciones Claretianas lanzamos cada año el librito Palabra y Vida que ayuda a conectar el Evangelio de cada día con nuestras búsquedas y preocupaciones. No se trata tanto de dar una explicación del texto bíblico cuanto de iluminar la vida desde la luz de la Palabra. Para quienes se mueven más en el mundo digital, es posible descargarse gratis la aplicación correspondiente para dispositivos electrónicos, tanto Android como Ios.

Dedicar cada día cinco minutos a leer el Evangelio correspondiente acompañado por un breve comentario es una práctica que ayuda mucho a revitalizar la vida cristiana. Los comentarios de este año los hace Ianire Angulo Ordorika, religiosa de las Esclavas de la Eucaristía, Doctora en Teología Bíblica por la Universidad Pontificia Comillas y Licenciada en Teología de la Vida Religiosa por la Universidad Pontificia de Salamanca-ITVR. En la actualidad es profesora de Biblia en la Facultad de Teología de Granada, así como en la Universidad Comillas y en el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid, regentado por los claretianos.


En muchas ocasiones he escrito en este Rincón sobre la necesidad que tenemos los católicos de conocer la Biblia y de meditarla asiduamente. Sin la luz y la fuerza de la Palabra, podemos hacer de nuestro cristianismo una doctrina muerta que no nos dice nada a nosotros y que tampoco comunica vida. A diferencia de lo que sucede en otros países, en España son pocas las parroquias o arciprestazgos que tienen escuelas bíblicas en las que se ofrezca la preparación necesaria para leer la Biblia con provecho. Damos por supuesto que no es necesario, que basta la lectura que se hace en las celebraciones dominicales o lo que cada uno pueda hacer buenamente en su casa. La experiencia muestra que eso es completamente insuficiente en nuestros días. 

La mayoría de los problemas que muchos creyentes tienen para compaginar fe y ciencia o fe y cultura vienen de una interpretación literal de la Biblia, que hace un flaco servicio a la Palabra de Dios. Por eso, nunca me voy a cansar de recomendar que todos nos preparemos mejor. Gracias a Dios, hoy disponemos de numerosos y buenos materiales para poder hacerlo según las necesidades y el nivel de cada persona. El proyecto Palabra y Vida es un instrumento modesto, pero al alcance de cualquiera. Os invito a aprovecharlo.


miércoles, 3 de enero de 2024

La Navidad es una gran historia


Ha dejado de llover después de una noche entera pasada por agua. Se ve el bosque limpio, con los colores verde y marrón más brillantes que ayer. El embalse de la Cuerda del Pozo se acerca al 80% de su capacidad, tras un otoño excepcionalmente lluvioso. Siento que en otras partes de España estén padeciendo una severa sequía. Donde hay agua, hay vida. El tópico cobra actualidad en momentos de crisis hídrica. 

A ratos libres me he devorado el último libro de Byung-Chul Han publicado en español. Se llama La crisis de la narración. Sus 108 páginas se leen en un santiamén. Como todos los autores que escriben muchos libros (Herder ya ha publicado 20 de este autor coreano afincado en Alemania), Byung-Chul Han tiende a repetirse. Es imposible ser original en cada obra. Uno suele tener unas pocas convicciones firmes, que va modulando de maneras diversas con el paso del tiempo. 

Lo que Byung-Chul Han viene a decir en su libro es que, en la sociedad de la información, el storytelling ha sustituido a la verdadera narración. Ya no contamos historias, no sabemos narrar porque tampoco sabemos escuchar. Sin paciencia y capacidad de escucha no hay verdadera narración. Nos limitamos a subir stories (historias) cortitas (un minuto es una eternidad) a las redes sociales en un ejercicio de narcisismo incurable. Por eso, no somos creadores de comunidad (como sí hacen las verdaderas narraciones), sino, a lo más, community managers (gestores de un grupo de personas que se limitan a dar al “me gusta” y a veces escriben algún comentario).


El librito de Byung-Chul Han me ha ayudado a comprender que, a diferencia de las muchas y efímeras stories que pululan por las redes sociales, la Navidad es una verdadera historia que resiste el paso del tiempo, crea una enorme e intercultural comunidad de seguidores (un verdadero pueblo) y otorga un sentido, una dirección, a quienes, año tras año, escuchamos y celebramos este acontecimiento. Desde niños hemos aprendido una historia encantadora en la que hay dos jóvenes esposos (María y José) que buscan posada y no la encuentran, un niñito recostado en un pesebre, ángeles que cantan en la noche, pastores periféricos que adoran al niño, magos de Oriente que vienen a traerle sus regalos guiados por una estrella y reyes malvados que ordenan matar a todos los niños menores de dos años en la región de Belén. 

Aunque hayamos revestido la historia de excesivo candor y la hayamos sometido también a un proceso implacable de comercialización, sabemos muy bien que la madera del pesebre es el anticipo de la madera de la cruz y que a la joven madre una espada le atravesará el corazón. La hermosa historia de la Navidad no es, pues, una fábula para entretener a los niños, sino la narración que nos explica simbólicamente el significado de la encarnación de Dios en el pequeño Jesús y nos anticipa su obra redentora. El consumismo y la rutina no han podido desintegrar su fuerza profética y revolucionaria.


La Navidad es una gran historia, una inmarcesible narración que nunca pasará de moda, porque no nos cuenta informaciones precisas acerca del nacimiento de Jesús, sino que nos ofrece el sentido más profundo. Los evangelistas no se comportan como reporteros actuales que nos describen con pelos y señales sucesos llamativos. Tampoco se parecen a los usuarios de redes sociales que suben a internet stories breves que se vuelven viejas en pocas horas. Nos narran un acontecimiento capital que ha cambiado la historia humana. Por eso, nunca nos cansamos de leer sus palabras. Lo hacemos en privado y en las celebraciones litúrgicas. Lo recordamos en infinidad de lenguas. Lo traducimos con el lenguaje del arte (pintura, escultura, música, teatro, cine). Lo convertimos en nacimientos hermosos y multiculturales.

Por eso, la Navidad es una narración profundamente enraizada en la conciencia cristiana. Ha resistido milenios, ha creado un pueblo, ha otorgado un sentido a la historia colectiva y a las historias individuales, ha unido la vida y la muerte, la alegría y el dolor, la divinidad y la humanidad, la riqueza y la pobreza, el poder y la fragilidad, la búsqueda y el encuentro, el viejo pueblo y la humanidad entera. Definitivamente, la Navidad es una gran historia. Ni los algoritmos más sofisticados, ni las herramientas de la Inteligencia Artificial, conseguirán borrarla de nuestra memoria colectiva.

martes, 2 de enero de 2024

Las palabras que nunca escuchamos


Hoy el cielo está encapotado. Pronto llegará la lluvia y, dentro de dos o tres días, la nieve. El invierno muestra su cara más genuina. Pasear por el bosque en estas condiciones se convierte en una cura contra los excesos de las fiestas navideñas. Y también en una oportunidad para respirar, recordar, pensar, agradecer y proyectar. No todas las personas pueden permitirse estas terapias naturales. Las cosas más elementales (respirar aire limpio, pasear con calma, disfrutar del silencio) se están convirtiendo en artículo de lujo. Quizá por eso estamos perdiendo la oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos y de decirnos las palabras que nunca nos decimos. Por lo general, lo más interesante y lo más misterioso de una persona no es lo que dice a los demás, sino lo que se dice a sí misma.


Hay personas que nunca se perdonan, que no se dan tregua, que siempre están enredadas en la misma madeja de sus pensamientos negativos. Desde la oscuridad de su caverna interior se ven oscuras a sí mismas y ven el mundo alrededor pintado de negro. No tienen tiempo ni ganas de escuchar otras palabras que anidan más en el fondo y que no son: “Yo no valgo”, “yo no cuento” o “yo no puedo”. Cuando uno no teme adentrarse en el silencio, cuando se pregunta por qué el ser y no la nada, por qué existimos cuando podríamos no haberlo hecho, entonces percibe que no estamos solos en el mundo, que hay Alguien ahí sosteniendo el peso de la existencia. En el hondón de nuestro interior comienzan a escucharse las únicas palabras que pueden sostenernos: “Tú eres mi hijo amado”, “tú eres mi hija amada”.


Este tiempo de Navidad, salpicado de celebraciones de vida y de muerte, es un momento propicio para buscar el silencio que nos devuelve el eco de las palabras que pueden salvarnos. Hay gente que prefiere pasarse una semana en una fiesta rave interminable, ahogando las palabras interiores en música, ritmo, sexo, alcohol y otras drogas. Hay gente que huye de la soledad y busca cualquier excusa para atiborrarse de ruido. Pero hay algunos que se atreven a buscar el silencio, a escuchar “el sonido del silencio” del que hablaban los viejos Simon & Garfunkel. Al principio, percibirán sus sombras y sus miedos, oirán las palabras nunca dichas, pondrán nombre a algunos fantasmas desconocidos, pero luego, sin forzar las cosas, sentirán que lo más profundo del silencio no es el miedo o el dolor, sino la Palabra, una Palabra que se ha hecho carne y que, por tanto, comprende nuestra fragilidad sin necesidad de explicaciones. A partir de ese momento, no necesitarán más engañarse a sí mismos o huir de su realidad.


lunes, 1 de enero de 2024

Con rostro de Madre


La Iglesia empieza siempre el año con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. A los ocho días de la Navidad, nos fijamos en esa joven mujer que no sale de su asombro, que permanece junto a José, al lado del niño “acostado en el pesebre”. Lucas nos dice que son visitados por los pastores, los cuales se convierten en los primeros anunciadores de la buena noticia del nacimiento del niño. Nos dice también que “cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”. 

El nombre indica la misión. Jesús traerá a todo el mundo la salvación de Dios. En pocos versículos Lucas pinta una escena cargada de fuerza y difícil de comprender. Quizá por eso mismo añade que “María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. También nosotros, al comienzo de este año 2024, guiados por María, meditamos en nuestro corazón todo lo que estamos viviendo -y no siempre comprendemos- en relación con el paso de Dios por nuestras vidas.


En el lugar donde me encuentro, hoy ha salido un día radiante de sol. ¡Ojalá sea un presagio de un año luminoso! Es probable que, a la hora en que tecleo la primera entrada del año, muchas personas sigan durmiendo después de una noche de fiesta y excesos. Yo me acosté a las dos tras haber compartido la cena de Nochevieja con mi familia y haber comido juntos las doce uvas para saludar al nuevo año. 

Antes de la cena, cuando ya había caído la tarde, pasé un rato en la oscuridad de la imponente y fría iglesia parroquial. Solo las lucecitas del belén y del árbol, así como la que ilumina el camarín de la Virgen del Pino, aportaban un poco de claridad. Fue un momento breve, pero suficiente para entregarle al Señor el año 2023, darle gracias por todo lo vivido y encomendarle a todas las personas que forman parte de mi vida. Volví mis ojos a la imagen de la Virgen para rezarle la oración Bajo tu amparo. Fue como un anticipo de la fiesta de hoy. Volví a mi casa caminando por las calles desiertas, con un vientecito frío que hacía más apetecible el calor del hogar.


Hoy celebramos también la 57 Jornada Mundial de la Paz. El papa Francisco dedica su mensaje a hablar sobre Inteligencia artificial y paz. A más de uno puede resultarle extraño que el Papa hable de un tema tan técnico -y tan nuevo- cuando tal vez hubiera sido más urgente seguir insistiendo sobre la necesidad de detener los muchos conflictos armados que siguen en el mundo. Si el Papa ha optado por referirse a la Inteligencia Artificial (IA) es porque intuye las consecuencias que puede tener tanto para provocar nuevas guerras como para construir la paz. 

Al final de su mensaje, formula una esperanza: “Espero que esta reflexión anime a hacer que los progresos en el desarrollo de formas de inteligencia artificial contribuyan, en última instancia, a la causa de la fraternidad humana y de la paz. No es responsabilidad de unos pocos, sino de toda la familia humana. La paz, en efecto, es el fruto de relaciones que reconocen y acogen al otro en su dignidad inalienable, y de cooperación y esfuerzo en la búsqueda del desarrollo integral de todas las personas y de todos los pueblos”.

Desde estas líneas, deseo a todos los lectores de este Rincón un año 2024 lleno de paz y entusiasmo misionero, un año “con rostro de Madre”.