
Hoy es mi cumpleaños. Ya he actualizado mi nueva edad en la sección “El autor del blog”. No debería escribir sobre este asunto personal. Si lo hago es porque este año se da una hermosa coincidencia. El año que yo nací mi nacimiento cayó en martes. Fui bautizado el domingo siguiente, día 12, que cabalmente era la fiesta del Bautismo del Señor. Pues bien, este año 2024 coinciden mi cumpleaños y la fiesta que cierra el ciclo litúrgico de Navidad sobre la que también he escrito en varias ocasiones en este blog. Tras casi ocho años de aventura digital, no resulta fácil encontrar una nueva perspectiva.
Este año litúrgico estamos en el ciclo B, así que leemos el breve relato del bautismo de Jesús con el que comienza el evangelio de Marcos. Imagino al adulto Jesús caminando unos 140 kilómetros desde Nazaret hasta una zona de Judea junto al río Jordán. Marcos no dice que hubiera más gente con él, pero se supone que Jesús no estaba solo. Probablemente se puso en la fila como uno más para recibir el bautismo de Juan. Lo que sigue luego se resume en tres símbolos: agua, paloma y voz. La paloma simboliza al Espíritu Santo y la voz es la del Padre. Estamos, pues, ante un momento trinitario en el que se presenta la identidad de Jesús como el Hijo amado.

Me pregunto si esto sigue diciéndonos algo hoy. Ya sé que la Palabra de Dios no depende de lo que “nos diga” o nos deje de decir, pero no podemos acogerla si no conecta con nuestra vida, si no la percibimos como significativa para nosotros. Hoy andamos dando muchas vueltas al asunto de la identidad personal. Si ya antes era difícil saber quiénes somos, ahora, en plena eclosión digital, se ha vuelto una tarea casi imposible. Muchas personas hacen depender su identidad de los ecos que reciben de los demás. Las redes sociales permiten elaborar una identidad a la carta.
Me sorprende la facilidad con la que muchas personas comparten fotos y datos personales en las redes. Pareciera que la intimidad se ha convertido en materia de exhibición. Quizá sin darnos cuenta, practicamos una suerte de pornografía que, poco a poco, va minando nuestra verdadera identidad. Todos nuestros datos son perfectamente manipulables. El resultado puede recibir muchos “me gusta”, pero esa operación artificiosa no hace sino aumentar la brecha entre lo que realmente somos y la manera como nos presentamos en las redes.

En este contexto, que afecta a los jóvenes, pero también a los adultos, la Palabra de Dios nos revela que la raíz de lo que somos está en nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo y, en él, también nosotros somos hijos amados. Esto sería suficiente para sentirnos unos privilegiados, para andar con la cabeza alta, para no andar por la vida mendigando ningún otro reconocimiento. ¿Hay algo más radical que el hecho de ser hijos en el Hijo?
Si de verdad pudiéramos tomar conciencia de esta identidad, afrontaríamos la batalla de la vida de otra manera. No nos compararíamos con los demás, no nos someteríamos a la tiranía de la opinión ajena, no invertiríamos tantas energías en ser más guapos, más listos y más exitosos. La batalla ya la ha ganado Cristo por nosotros. No necesitamos aparentar nada. ¡Se trata de aprender a vivir con la dignidad, la libertad, la confianza y la alegría de los hijos! Aunque nos cueste creerlo, somos unos privilegiados.