sábado, 23 de diciembre de 2017

Felicita, que algo queda

Hace años el rito consistía en escoger unas buenas postales de Navidad, escribir en ellas un texto a mano y enviarlas por correo. Si se mandaban con tiempo suficiente, llegaban a los destinatarios antes de la Navidad. Si uno apuraba los plazos o las oficinas de Correos se saturaban, las postales podían llegar cuando ya todo el mundo se estaba recuperando de los excesos natalicios. Si uno tenía dificultades para escribir un mensaje “personalizado”, como se dice ahora, siempre podía recurrir a una fórmula de éxito seguro que todavía siguen utilizando muchas personas e instituciones: “Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo”. No era fácil saber el significado del adjetivo feliz aplicado a la Navidad, pero todos entendían que próspero, dicho del año nuevo, tenía un claro significado económico. Con la irrupción de la informática en nuestras vidas, las viejas postales escritas a mano pasaron a mejor vida. Fueron sustituidas por felicitaciones electrónicas. Aumentó la creatividad y se añadieron muchos efectos especiales (música, destellos, animaciones de diverso tipo), pero se perdió el toque personal que siempre otorga un texto escrito a mano. Como este procedimiento no cuesta nada y permite un efecto multiplicador, de la noche a la mañana nos vimos inundados por infinidad de correos electrónicos, más o menos originales, en los que nuestros amigos y conocidos nos deseaban cosas buenas para estos días. Internet permite casi todo: desde un texto rompedor hasta una imagen llamativa, un archivo de sonido, una presentación power point o un enlace a un vídeo de You Tube. En los últimos años el correo electrónico está experimentando un bajón, sobre todo entre los jóvenes. Ahora, lo más normal es recibir una felicitación a través de las redes sociales o de un guasap (sic). Se trata de mensajes breves que se replican continuamente hasta convertirse en virales y, por tanto, muy poco personales. Podríamos decir que acabamos "infectados de Navidad". 

¿Por qué seguimos practicando estos ritos? ¿Qué queremos manifestar cuando elaboramos una lista de las personas a las que nos gustaría decirles algo en estos días previos a la Navidad? Para algunos es una oportunidad de desempolvar viejas relaciones que a lo lago del año parecen como escondidas. ¿A quién le desagrada que lo recuerden y le deseen felices fiestas (de invierno), que es el mensaje neutro que se está imponiendo para no herir susceptibilidades? La amistad tiene sus ritmos y sus ritos. Con algunas personas estamos viéndonos todos los días. No necesitamos inventar nada. Pero a otras no las vemos casi nunca. Si de vez en cuando no reencendiéramos el fuego, la llama de la amistad acabaría apagándose. Parece que el invierno es un tiempo de intimidad que nos hace más proclives a cultivar los afectos y a recordar a las personas a las que amamos. El verano nos dispersa, nos invita a salir más que a entrar. Pero para otras muchas personas, las que valoran el Misterio que celebramos estos días, hay una razón más profunda que escapa a las modas comerciales. La Navidad nos regala la oportunidad de expresar la cercanía de Dios a través de los pequeños gestos de cercanía humana. Una palabra oportuna, un detalle, una llamada telefónica pueden transmitir un mensaje nítido: “Dios no se olvida de ti. Yo quiero recordártelo porque tampoco yo me olvido de ti”.

En este sentido, las felicitaciones navideñas pueden convertirse en visitaciones diminutivas. Es como si un ángel llamase a la puerta de nuestra casa y nos trajese un saludo de parte de Dios a través de los saludos de nuestros amigos. Ese ángel nos dice a cada uno de nosotros lo mismo que el arcángel Gabriel le dijo a María: “Hola, fulano de tal, Dios te inunda con su gracia. Alégrate, Él esta contigo”. Es probable que no experimentemos ninguna turbación especial, pero sí una alegría íntima, una gratitud sincera. La gran fraternidad humana se va tejiendo a partir de estas micro-redes de relaciones. Esto es hermoso y merece celebrarse. Confieso que a mí me da mucha pereza ponerme manos a la obra. Todos los años me pilla el toro. Soy incapaz de enviar felicitaciones al comienzo del Adviento. Lo hago siempre in extremis, pero lo hago. Siempre me he sentido estimulado por la adrenalina de los últimos momentos. Me gusta preparar las cosas, pero disfruto con la improvisación. Lejos de ponerme nervioso, excita mi creatividad. Así que, un año más, dedicaré la tarde de este 23 de diciembre, a comunicarme con mis amigos, aunque anoche envié ya algunos guasaps para ir preparando el terreno. Para los amigos del Rincón estoy preparando con más calma mi Carta de Navidad, que publicaré el día 25. Mientras tanto, feliz expectación. Las grandes fiestas se conocen por sus vísperas.



1 comentario:

  1. Gonzalo, recibe también tu el mensaje que te dice: “Hola, Gonzalo, Dios te inunda con su gracia. Alégrate, Él esta contigo”.
    Feliz Navidad...

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